Marty

“Poco agraciado, no muy brillante ni erudito, solterón conformista, de cuarenta años, de pocos y desagradables amigos, felizmente dominado por su madre; pero, en búsqueda del amor.
Mira tu interior!”

Algo tan presente en nuestros días, que Martys como este habrá a millones en todo el mundo, esperando a que el nudo de la garganta se les deshaga con el cálido abrazo de alguien que, simplemente, le quiera para estar a su lado.
Entrañable e inolvidable película sobre todos esos sentimientos y situaciones que parecen tan pequeños, pero que forman parte de nuestra vida y condicionan nuestro bienestar.
La familia, el matrimonio, los hijos, el noviazgo son tratados en Marty de manera magistral con grandes diálogos e interpretaciones magistrales.
Eran finales de los años cuarenta, cuando la industria cinematográfica estadounidense empezó a sufrir una importante crisis.
Las políticas mastodónticas del los grandes estudios, que tan habituales fueron en los años treinta con los magnates del celuloide, ya no podían mantenerse por más tiempo.
El cine norteamericano empezaba a sufrir un importante descenso de espectadores debido a diversos factores.
La sociedad americana había evolucionado en sus formas de esparcimiento, no solo tenían la sala de cine para pasar sus ratos de ocio.
La proliferación de los locales nocturnos de baile y sobre todo la llegada de la televisión provocaron el cierre de miles de salas por todo el país.
Además, los gustos de los espectadores también habían cambiado.
Estos reclamaban historias más realistas, con un mayor contenido social y más acordes con esos tiempos de posguerra.
En el cine europeo sí se había producido ese cambio y estilos como el neorrealismo italiano habían calado entre el público.
Así, los grandes estudios declararon la guerra a su enemigo número uno, la televisión, intentando ofrecer nuevos formatos como el cinemascope, grandes producciones plagadas de estrellas o la proliferación de cintas en color.
Esto aumentaba enormemente los costes de producción, por lo que el descenso de cintas estrenadas anualmente también descendió.
Algunas de las celebridades pasaron a formar parte de la nomina de las cadenas televisivas.
Muchos autores, tanto noveles como veteranos, empezaron a realizar telefilmes y series que cosecharon gran éxito de audiencias.
Se trataba de historias cercanas y sencillas, con pocos costes en la producción pero que trataban temas que interesaban a la sociedad americana.
Las pequeñas productoras de cine, al no poder competir con la televisión, realizando grandes producciones o incorporando nuevos formatos por falta de presupuesto, decidieron adaptar a la pantalla grande, aquellas obras que habían tenido éxito en la pequeña pantalla.
Uno de los ejemplos más significativos de esas adaptaciones fue Marty de Delbert Mann, en 1955.
Burt Lancaster y su productora Hetch estaban asqueados con el imperio capitalista de Hollywood.
Así, decidieron invertir en una película lo menos comercial posible para no tener las arcas tan llenas.
Sin embargo les salió el tiro por la culata: el modesto Marty se convirtió en un clásico del cine de buenos sentimientos, tuvo su repercusión en la taquilla y encandiló a los miembros de la Academia, que le concedieron nada menos que cinco Oscar.
Marty es una pieza cinematográfica que tiene su origen en un telefilme homónimo, protagonizado por Rod Steiger, pero que en el film el rol principal recayó en Ernest Borgnine, dirigido también por Delbert Mann y escrito por Paddy Chayefsky, quien retrata con un trazo naturalista el ambiente en el Bronx neoyorquino de un grupo de treintañeros de rumbo sentimental y lúdico un tanto confuso, desplazados socialmente e inmersos en una profunda crisis de edad.
Del mismo modo que la invención del sonido llevó a un buen número de realizadores teatrales al cine, la época dorada de la televisión americana, y más concretamente de las live plays y las series (estamos hablando de los albores de los años cincuenta), propició el ingreso en el cine de una generación de realizadores que renovaron el panorama del país, en una etapa en la que se intuían futuros movimientos rompedores en diferentes cinematografías foráneas.
De esta generación estadounidense destacan nombres como John Frankenheimer, Sidney Lumet, Robert Mulligan, Martin Ritt, Arthur Penn, o Delbert Mann, director del filme que nos ocupa.
Cabe recordar que en esta época, los años cincuenta, la televisión aún no había caído en el pozo de la búsqueda del beneficio económico a cualquier precio, y obras de las características de Marty demuestran que este medio permitía acercar historias cotidianas, sobre personajes que parecen extraídos de la sociedad de la época, a un gran número de personas.
De hecho, no es casual que cineastas como Roberto Rossellini o Jean Renoir se mostrasen muy ilusionados con el inicio de la televisión en Europa, para la que soñaban unos usos que, lamentablemente, poco se parecen a los actuales circos de vulgaridad alienante en los que se han convertido, en general, las diferentes cadenas.
Hoy en día, la historia de Marty puede resultar muy ingenua, pero sigue siendo tan tierna como el día en que se estrenó, así como bastante real.
La triste aceptación de un grueso muchacho de su condición, físicamente poco atractivo.
Algo que, en un mundo de superficialidades, cobra demasiada importancia y le limita la acción en el terreno amoroso.
Pero pronto conocerá a otro “cardo” (como él lo llama) con la que entablará una relación amorosa que le sacará del bache y le devolverá su autoestima.
Volverá a darle ánimos para vivir, para afrontar nuevas y más ambiciosas metas.
Marty significo un impresionante debut en el cine de Delbert Mann.
“You're the kindest man I ever met.
The reason I tell you this is because I want to see you again - very much.
I know that when you take me home I'm just going to lie on my bed and think about you.
I want very much to see you again”.
Marty es una película estadounidense dirigida por Delbert Mann para MGM / United Artists.
Cuenta con un guión del mismo Paddy Chayefsky de su homónimo televisivo.
Protagonizada por un excelente Ernest Bognine, Betsy Blair, Esther Minniciotti, Augusta Ciolli, Joe Mantell, Karen Steele y Tommy Jerry Paris
Con música de Roy Webb.
En Marty predominará la sencillez, realzada por una excelente fotografía en blanco y negro de Joseph LaShelle y una brillante escenografía que se centra en el hogar de Marty, la sala de baile y unos exteriores urbanos nocturnos que son brillantemente utilizados por el director, al cual es evidente la famosa estatuilla lograda en aquella ocasión, que en sus primeros años en la profesión revelaba una capacidad innata para la dirección de actores y una especial sensibilidad para la expresión de situaciones dramáticas de matiz psicológica
Esa hondura psicológica y emocional del personaje central, el absorbente estilo realista, el sentimental tacto (y al mismo tiempo brioso) de Mann en su mirada fílmica y la inmensa interpretación de Ernest Borgnine, provocaron que éste se llevase el Oscar al mejor actor principal y esta pequeña gran película el Oscar al mejor filme, un filme producido por Burt Lancaster que aborda materias como la soledad, la necesidad de afecto, el ciclo vital, la convivencia familiar o la elección de tu propio destino.
Es así como Marty tiene que enfrentarse a una madre que, al igual que él, ya se había hecho a la idea de que su hijo iba a estar de por vida con ella, y que saca la parte más egoísta cuando ve que va a tener que apañárselas ella sola.
Esto quiere reflejar cómo la gente, cuanto más buena es una persona, más trata de aprovecharse de ella.
El actor da vida a Marty, un carnicero del Bronx neoyorkino que vive en un pequeño piso con su madre, y al que todos sus clientes y conocidos aconsejan casarse (haciéndole breves comentarios, en apariencia banales, pero que pueden llegar a herir profundamente).
El guión nos adentra en ese mundo de italoamericanos, mostrándonos sus problemas particulares, sin olvidar temas tan universales como la soledad, la presión del entorno social, o las nuevas formas de divertirse de la juventud.
Todo ello con respeto y humildad, y, sobre todo, con un auténtico interés, apreciable en cada fotograma, de acercarse al interior de unos personajes que son la antítesis de cualquier modelo arquetípico de “triunfador social”.
Ganadora del Oscar de 1955, al Mejor Actor Ernest Borgnine, Mejor Director Delbert Mann, mejor película: Harold Hecht, y Mejor guión: Paddy Chayefsky.
Nominada como mejor dirección artística, mejor actriz y actor de reparto, y mejor fotografía.
Esta vez la Academia, deja por fuera a The Night Of The Hunter, East Of Eden, Rebel Without A Cause (su más fuerte competidora ese año), ambas de Kazan protagonizadas y por el mítico James Dean, Oklahoma! y una vez más, la obra de Hitchcock: To Catch A Thief y Guys And Dolls.
Eso da como resultado a esta modesta pero emotiva Marty que nos narra el bello y conmovedor encuentro de dos almas solitarias (un carnicero de buen corazón y una maestra de escuela) en un drama soportado por un inmenso Borgnine que, en un cambio total de registro -casi siempre había interpretado personajes rudos o antipáticos-, nos robó el corazón en los primeros 20 minutos y merecidamente se llevó el Oscar.
Borgnine ofrece un recital interpretativo de obligado estudio para cualquier aspirante a actor.
Es una película tan sencillamente abrumadora como magníficamente sencilla.
También Marty es un detallista relato en primer término sobre personajes secundarios del cine y de la vida (siempre según una cierta forma de pensar y de organizarse socialmente, claro).
Marty fue la segunda película en la historia ganadora del Oscar en ganar también el premio mayor del Festival Internacional de Cine de Cannes, la Palme D’Or.
La primera fue “The Lost Weekend” (1945).
Más allá de su condición de “reliquia para la historiografía cinematográfica”, creo que con el paso del tiempo Marty se revela como un título tan modesto como apreciable.
Esa ausencia de trascendentalismo, el aire de historia sencilla, permite que dejemos de un lado su escasa enjundia dramática -lo que peor ha envejecido en el filme-, y quede una eficaz descripción de determinados ambientes populares y, sobre todo, una historia realizada con bastante sensibilidad por Delbert Mann.
Cierto es que posteriores muestras del cine de esta generación de cineastas fueron más atrevidas en esta vertiente, pero no es menos evidente que en otros tantos ejemplos, el efectismo o lo discursivo tuvo una mayor presencia en la pantalla.
Muy pocas veces he visto generar tan buen cine con tan escasos elementos.
Marty expone claramente cómo la belleza exterior y los prejuicios dominan el mundo del amor.
Este tipo de cine no necesita de historias acarameladas ni de actores bellos, sino que por el contrario nos envuelve en la mediocridad de aquel que no es un ganador nato y que debe remar contra la corriente para triunfar.
Un buen ejercicio para reflexionar sobre las apariencias contrapuestas con la belleza interior de quien tiene un corazón noble.
Dos almas incomprendidas y discriminadas se atraen mutuamente dejando de lado la belleza física, la posición social y el oficio para dar rienda suelta a una relación sentimental forjada en el respeto y en la comprensión mutua.
En fin, increíble como con tanta simpleza narrativa se puede decir tanto discursivamente.
El encanto de la sencillez
Recomendable sin lugar a dudas.

“Ma, sooner or later, there comes a point in a man's life when he's gotta face some facts.
And one fact I gotta face is that, whatever it is that women like, I ain't got it.
I chased after enough girls in my life.
I-I went to enough dances.
I got hurt enough.
I don't wanna get hurt no more.
I just called up a girl this afternoon, and I got a real brush-off, boy!
I figured I was past the point of being hurt, but that hurt.”


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