Casino

"Cuando se quiere a una persona, hay que confiar en ella, no hay otra forma.
Tienes que darle la llave de todo lo que posees, sino de que sirve tu amor.
Durante un tiempo, yo creí vivir un amor de esa clase”...

Una obra maestra absoluta del séptimo arte.
Casino es uno de los títulos más infravalorados de la filmografía de Martin Scorsese y lo es injustamente ya que se trata de una magnífica película.
Una vez más se pone de manifiesto que a la hora de abordar una historia sobre el sindicato del crimen, Scorsese es un semi-Dios.
En este caso nos introducimos en una trama de relaciones tormentosas entre seres ambiciosos, tramposos y desquiciados...pero al mismo tiempo, geniales y llenos de matices.
El saber cómo funciona un casino es casi igual que saber cómo funciona una banda de mafia italoamericana, por eso Scorsese no nos cuenta nada en verdad que no nos haya contado ya antes; ahora sólo cambia el escenario.
Pero por lo menos, nadie puede negar que nos lo cuenta con gran maestría.
La inteligencia de la jauría de humanos que se nos presenta, nacidos para ser atraídos por el dinero, se mezcla con sentimientos profundos de ira y desprecio.
Casino bien podría ser un film compendio de toda la obra del pequeño ítaloamericano.
Es un film redondo y completo en sí mismo, y un film histórico, pues relata el ocaso del crimen organizado de familias tradicionales, sustituido por el crimen organizado de las grandes corporaciones multinacionales.
Es pues ante todo, una elegía, un canto a un tiempo pasado (en un momento del film, Ace, comenta: «Nunca se les volvió a dar a tipos como nosotros, el control de algo tan valioso»).
¿Casino habla de USA?
A pesar de las alusiones a la «libre» circulación del dinero y al soborno generalizado, Casino no rebasa la descripción de un mundo concreto: Las Vegas. 
No podemos meter a Scorsese en la categoría de los autores que utilizan el gansterismo para denunciar la impostura del sistema político (las instituciones de la democracia «modelo» socavadas por la acción conjunta del dólar y del crimen organizado).
Este aspecto no parece interesarle mucho.
Hemos de buscar hacia otro lado el origen de la atracción por la mafia.
Hemos de mirar hacia el adolescente nacido en el barrio de Little Italy, en Nueva York, que para «triunfar en la vida» tenía dos caminos ante sí: el seminario y la mafia.
Scorsese escogió el seminario.
Pero ya entonces estaba tentado –y fascinado– por el otro camino.
Al mostrar el éxito y posterior fracaso de un mafioso, ¿se dedica a exorcizar la tentación?
Sea como fuere, lo cierto es que la fascinación todavía le dura.
El personaje de Ace incluso contiene algunos rasgos del propio Scorsese.
El título completo de la película bien podría ser «Retrato del artista como director de casino».
Abundan las similitudes entre el trabajo de Scorsese como director de cine y el de Ace en el casino Tangiers: control milimétrico de todos los detalles, dedicación absorbente, ausencia de placer en lo que hacen...
Full control de calidad.
La crónica a pequeña escala de esta contaminación del paraíso, es apasionante, y es una réplica a escala, del macrofenómeno general también narrado.
Scorsesse va de lo general a lo particular, como sólo los grandes saben hacer, cuenta la pequeña y la gran historia como una, y la decadencia de sus personajes, al mismo tiempo que filma la demolición de los grandes casinos, sustituidos por pirámides que deben su construcción a los bonos basura.
Del negocio del hampa, con clase y distinción, al robo globalizado de las grandes compañías despersonalizadas («hoy en día llega un sujeto con cuatro millones de dólares, y le recibe un bobo universitario que le pide el número de la seguridad social»).
Scorsesse, viejo admirador del hampa y su poder de seducción visual (lo cual plasma con rica precisión en el vestuario de Robert DeNiro en el film), sustituye ese esplendor de oropel y lujo, por un ejército de jubilados en chandall que invaden una nueva Disneylandia, en viajes organizados, dispuestos a dejarse los ahorros en una máquina igualmente engrasada para robar, pero sin esa clase ni distinción, ya perdidas.
Si bien es cierto, la película, parece una mera variación de Goodfellas, idea que viene reforzada por una puesta de escena y un casting casi coincidentes.
Y si bien, este último film no tiene la energía, ni la frescura del anterior, alberga mucha más serenidad y reposo y mucha más capacidad de profundizar en algunos temas y recoger otros nuevos.
Todo un modo de entender un falso ocio en el que el control al propio personal del casino, los inevitables impuestos recaudados por la mafia, los trucos de la profesión y el lujo y oropel se darán de la mano mediante un recorrido que encubre una historia en el fondo bastante interesante, para lo cual Scorsese recurrirá de forma excesiva a la voz en off –especialmente manifestada en Sam y Nick, que contraponen sus diálogos-, y que en muchos momentos permite avanzar la película antes con la preeminencia de este recurso, que con el virtuosismo que adorna la historia narrada.
Una vez más Scorsese nos abruma con un espectacular diseño de producción –que queda como lo más valioso de la película y que tiene su primera expresión en los brillante títulos de crédito ideados por el veterano Saul Bass y su esposa, se prodiga en una planificación caracterizada por inmensos planos de grúa –algunos realmente sorprendentes-, una profusión de efectos visuales, planos cortos, reencuadres nerviosos- y la sensación de que nos quiere vender “gato por liebre”.
Casino es una película de 1995, basada en la novela de mismo nombre de Nicholas Pileggi y Larry Shandling.
La película recibió una única candidatura al Oscar para Sharon Stone como mejor Actriz Principal, esa noche Susan Sarandon se llevó la estatuilla por la horrorosa interpretación de una monja en Dead Man Walking, a veces no comprendemos a la Academia, será porque son también mafiosos….
Es una crónica de la mafia, que arranca en las mismas Mean Streets, donde han arrancado tantas buenas películas de este director, pero de pronto da un giro, y nos traslada al maravilloso mundo de los sueños que pueden hacerse realidad, a la ciudad de las luces y del color, a Las Vegas, convertida en un antro de perversión, donde sin embargo todos los miembros de tan insólita comunidad, buscan con denodado interés la respetabilidad.
En la primera hora del film, Scorsesse aprovecha esas luces para realizar un soberbio documental que nos muestra los entresijos y funcionamiento completo de esa barraca de feria, perfectamente engrasada para robar legalmente dinero.
Un film dentro del film, donde al espectador con un montaje vibrante y pleno de ritmo se le conduce por detrás del telón, antes de que comience el desarrollo dramático de la historia.
El primer parón en seco de la narración, imagen congelada incluida, marca precisamente el inicio de ese desarrollo dramático, con la aparición de una prostituta de altos vuelos, Ginger, encarnada por Sharon Stone.
Y el drama aquí se convierte en una de las más maravillosas recreaciones del mito de Camelot que uno recuerde (no hace falta corona ni canciones, ni mesa redonda, ni caballeros, porque Scorsesse ya se ha dedicado en la primera hora a describir pormenorizadamente ese reino de fantasía).
Ace (Robert DeNiro), el judío de oro, regente de un imperio próspero de felicidad y cuento de hadas, de un mundo perfecto que en lugar de tener almenas tiene neones y responde al nombre de Casino “Tangiers”, se enamora de Sharon Stone, y la compra con sus regalos y su oro en joyas.
En el segundo tercio de la cinta, se narrará ese tiempo de prosperidad y paz, de relativa felicidad paralelo al de la Inglaterra del Rey Arturo, y se presentará de forma sutil, el principio del fin de tan fastuoso imperio.
Al igual que Lancelot du Lac, el personaje de Joe Pesci, acude a la corte de Arturo en busca de fortuna, atraído por tamaño esplendor.
Si bien, las intenciones de romper las reglas, pronto chocarán con los intereses de respetabilidad que el monarca de este imperio intenta imponer a sus súbditos.
El difícil equilibrio (imposible) está condenado al conflicto y a la autodestrucción.
Si estimulante es el comienzo y la ascensión a la gloria de estos parias callejeros, mejor narrada está aún en imágenes y texto, la caída.
El triangulo que forman los pilares de Camelot estalla con la traición y el adulterio, y es narrado con un exceso que sólo Scorsesse sabe filmar en justa medida sin perder un ápice de dramatismo, y épica.
El atraco de gloria de Ace, le hace descuidar también a los enemigos pequeños, o el micrófono oculto en un pequeño supermercado del Medio-Oeste, que da con todo el tinglado al traste.
El fin de los imperios se produce por pequeños errores, actos de abuso de autoridad o simples obsesiones-ambiciones; por descuidos.
Scorsesse nos dice que esos descuidos sobrevienen en la pérdida de valores, quizás por el intento de comprar un amor imposible.
El último tercio comienza con la para mí más hermosa escena de la película, con ese encuentro en el desierto plagado de tumbas, enmarcado en unos desoladores planos generales, donde todo parece va a acabar en drama, donde las posibilidades de sobrevivir a una antigua amistad son ya nulas.
Es una declaración de guerra, y el fin del reino de fantasía.
Ser expulsados del paraíso ya es sólo cuestión de semanas.
El amor comprado se traduce en un amor infantil frustrado, el de Ginger por su chulo de la infancia Lester (excelente Woods como siempre), que la lleva a la infelicidad, al odio para un cegado por los celos Ace Rothstein, y por último a la destrucción total al consumar la traición con el otro vértice del triangulo.
Al final, los personajes excesivos tendrán un final excesivo, y el personaje que hizo de cierta razón su bandera, tendrá un final razonable, en lo intrascendente y nostálgico.
Pero lo que más me ha gustado de esta película es su genial forma de narrar la historia.
Scorsese no se conforma con una voz en off (omnipresente en sus films) sino que introduce dos voces en off que se corresponden con los dos personajes principales.
Y no se limitan a narrar los hechos según su punto de vista sino que llegan incluso a interaccionar en un universo temporal paralelo.
Algo absolutamente innovador a la vez que arriesgado.
Destacan las actuaciones sobresalientes de Sharon Stone, Joe Pesci y la ya acostumbrada calidad interpretativa de Robert DeNiro.
Un film con un sólido argumento y que muestra escenas de violencia extrema sin tapujos.
Dicen una grosería cada dos minutos aproximadamente, hasta hace poco, ostentaba el récord de película en que se usaba más veces la palabra "fuck" en un largometraje: 398 veces.
Algunos de los trajes de Sharon Stone superan los 20 kilos de peso.
Se grabó en el casino real de Las Vegas, pero en un complicado horario para no molestar a los jugadores habituales del local.
Los personajes interpretados por DeNiro y Pesci, Sam Rothstein y Nicky Santoro respectivamente, parece que están inspirados en los gánsteres reales: Frank Rosenthal y Tony Spilotro
El casino Tangiers se basa en el The Stardust Resort & Casino, el cual cerró para siempre el 1 de noviembre de 2006.
Casino es el retrato de un sub-mundo fascinante, donde la opulencia y el pecado van cogidos de la mano.
Es la historia universal sobre la construcción y la posterior caída de un imperio bañado en sangre.
Una reflexión sobre la fragilidad del ser humano y lo efímero.
Pues en la vida, todo lo que se ha ido amasando a base de trabajo duro, puede perderse sin apenas darnos cuenta… como en cualquier mesa de dados, donde la fortuna es el único juez.
Es en definitiva, la eterna tragedia humana.
También cabe destacar su gran uso musical adaptado en cada escena.
Simbiosis total, su uso de canciones míticas en sus respectivas escenas (el "Toad" de Cream, "House of the rising sun" , "Mathauss passion" , "fafafafafafa -Sad song", "The glory of love", "Let´s start all over again", "Gimme shelter", "Sweet Virginia" y sobre todo el "Ain´t got no home" -entre muchas otras-)
¿Qué pensaría Johann Sebastian Bach el día del estreno en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig de su “Pasión según San Mateo”, si alguien le hubiera dicho que muchos años después, un director de cine estadounidense usaría esas mismas notas para él sagradas, en la representación de la muerte de un tahúr y apostador, y luego en una secuencia inicial que compara las luces de neón y los foquitos titilantes de Las Vegas, con el infierno?
Probablemente, como cualquiera que vea Casino, pensaría que no había otra elección posible, y que aquella era la única música apropiada para el momento.
Porque esa es una de las características del cine de Martin Scorsese, la certeza de sus elecciones: escoger la canción perfecta para el momento que aparece Sharon Stone, como una diosa caníbal que lanza fichas de casino por los aires mientras se ríe de su propia astucia; elegirla a ella para ese papel de prostituta frágil y fuerte al mismo tiempo; repetir con la misma dupla fantástica que en Raging Bull y Goodfellas formaron Robert De Niro y Joe Pesci.
Decisiones impecables, como las de atraer a su equipo de trabajo a talentos que ya se habían destacado con otros directores (Robert Richardson, director de fotografía que filmaba con Oliver Stone, Dante Ferretti, el diseñador de producción de Fellini, que aquí hace una impecable reconstrucción de Las Vegas en los años 70) para aprovecharse de sus talentos y mantener la fidelidad a su editora de siempre, la genial Thelma Schoonmaker.
Las elecciones de Scorsese son las que hacen que su cine no sea “realista” en el sentido que el cine de hoy le da al término.
Él no necesita una cámara en mano temblorosa, o planos generales que nos muestran las mismas calles sucias de todas las ciudades del mundo fotografiadas en paletas de azules para que su cine se parezca a la vida: si cada plano de sus cintas está planeado cuidadosamente, si cada movimiento de cámara demuestra ser el de una mirada imposible en la “vida real” es porque detrás hay un tipo que sabe que lo lindo de las películas es precisamente que tengan su propia lógica, aunque no sea la lógica del día a día.
Así, escoge dos narradores en off (al final, en un trocito de la película hay un tercero) en vez de uno y nos parece creíble; elige que la secuencia inicial sea mentirosa (ese no es el verdadero final del protagonista) y nadie le reprocha su “error de script”; hace que el matón más cruel de su película sea un tipejo gordo y bajito que se enfrenta con éxito a grandulones de dos metros, y a todos nos parece posible.
Porque el cine es como la vida, y no es la vida, a pesar de lo que piensen algunos.
Esa es su fortaleza, no su debilidad.
Martin Scorsese sabe que para hacer historias que causen identificación, que nos emocionen, no hay que imitar lo que vemos a nuestro alrededor, hay que crear un mundo que tenga sus propias leyes en el que podamos creer.
Ese mundo que retrata Casino es el del juego y el azar, el de la trampa y el engaño como forma de vida, donde Las Vegas es el cielo que llega a tener en sus manos Sam “Ace” Rothstein al dirigir el “Tangiers” con el cuidado y el detalle de un artista y que pierde por su obstinada convicción de tener siempre la razón.
Al comienzo, para que podamos ser parte de ese mundo, Scorsese describe paso a paso su cotidianidad: las remesas de de ganancias a la mafia en una maleta llena de dinero que la cámara persigue con deleite, el castigo a los tramposos que incluye las tomas de violencia brutal y directa que son su marca, la desconfianza necesaria para sobrevivir (cada mirada, cada gesto de los actores nos dice eso). 
Además nos presenta al personaje principal, interpretado magistralmente por Robert DeNiro, y a su compinche del hampa, Nicky Santoro (Joe Pesci), el lado racional y la cara violenta de la misma cultura.
Seres complementarios que se necesitan y se protegen mutuamente, hasta que llega Ginger, el personaje que compone Sharon Stone, una especie de musa decadente que logra enamorar a “Ace” y lo hace tomar su peor decisión: casarse con ella creyendo que la puede controlar, como si fuera una ruleta arreglada del casino.
Como el descenso a los infiernos que realmente es, Casino nos lleva a acompañar a los personajes protagónicos en su caída: “Ace” pierde su pequeña parcela de poder, pierde a su mujer y esa familia de mentiras que quiso edificar, Nicky se queda sin el respeto conseguido delito tras delito, al caer en el atractivo ritual de cocaína, mujeres y depravación que tiene a su alcance; y Ginger se va quebrando de a poquitos hasta convertirse en un remedo de sí misma, que muere sin orgullo en medio de la nada.
Pero esa caída, como la caída de todos los antihéroes que adora Scorsese, es tan gloriosa y tan épica, tan parecida a un réquiem en su grandeza pesimista, que el espectador se regodea con la desgracia de los personajes; casi nos gusta que sufran de esa manera, como si estuviéramos en la tribuna salpicada de sangre de una gallera.
Las situaciones se desarrollan siempre en un clima traicionero y superficial, donde enamorarse cuesta muy caro, donde la amistad tiene condicionamientos, donde el dinero mueve motivaciones por completo comprando amores y lealtades, donde el éxito en el trabajo no garantiza el triunfo en la vida sentimental, donde el dinero no compra la felicidad ni ahuyenta las serias dificultades como los celos, las infidelidades y las miserias ya encarnadas en las personas que las acarrean sin poder siquiera liberarse provisoriamente de ellas.
Un cinta que goza de un idóneo pulso narrativo desde la dirección, que posee una voz en off que nos brinda información sobre los pormenores que se van sucediendo en el relato.
En fin, una cinta sobria y aplomada sobre las mafias surgidas del dinero que mueven las apuestas y los millonarios movimientos de caudales, una cinta repleta de diálogos y tensas situaciones.
Bien vale la pena mirarla, no hay dudas.
En cierta manera, ese llanto por la América perdida, al igual que el lamento musical de Richard Harris al final del Camelot (íd., 1967) de Joshua Logan («Recuerda que una vez existió un lugar llamado Camelot» le decía Arturo a un niño que ya conocía el mítico reino sólo por la leyenda) el que nos da la medida de una película, pesimista y poco complaciente con una realidad gris (es quizás que por ello no guste en su país este cine).
En este sentido, el final de ese supremo poder de la Mafia, fue el final de un mundo donde aún se podía distinguir entre el bien y el mal.
Y eso era una ventaja de la que antes disfrutábamos y nunca más podremos ya volver a disfrutar.

"Nadie perdura en la cima".



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