Paths Of Glory

“La guerra es tan sólo una extensión de la polí­tica en tiempos de paz”

No hay lugar para el heroísmo en esta película.
No hay lugar para los vencedores, no hay lugar para la victoria, no hay lugar para la esperanza.
Todos somos perdedores en las guerras.
Primera de las contiendas mundiales.
Guerra de trincheras.
Cien metros, quinientos metros a costa de centenares de vidas.
Una nueva posición que debe de ser tomada, entendida como vital por alguien del alto mando: la colina de las hormigas.
El conflicto está planteado.
Y no, no será la consabida batalla entre el bien y el mal; tan solo se trata de una excusa como otra cualquiera para que Stanley Kubrick ruede un nuevo drama cínico, marca de la casa.
Hay pocas pelí­culas que den tanto gusto contar como la que nos ocupa.
Sí, porque sus 85 minutos de duración son un inmenso mecano articulado aquí­ y allá con una perfección cuasi matemática: todo fluye, una acción conduce inevitablemente a otra.
Nada sobra.
Ningún personaje está de más.
Cuando en 1914 los ejércitos del kaiser Guillermo II se lanzaron, a lo que a su juicio era en favor de su defensa, a la invasión de Francia a través de Bélgica siguiendo el viejo plan Schlieffen confeccionado años antes a tal efecto, se pensó que la guerra habría acabado antes de la Navidad de ese mismo año, cuando hordas de voluntarios de uno y otro bando corrían a alistarse a uno u otro bando, y así pareció que iba a ser tras el espectacular avance alemán que llevó a sus tropas hasta escasos treinta kilómetros de la capital francesa.
Un milagro más inesperado aún fue el de la resistencia en el Marne.
Soldados franceses llevados de todas formas hacia el frente, algunos incluso en taxis de la capital, evitaron el derrumbe de las líneas, estabilizándolas y convirtiendo la contienda en una larga, cruenta e inútil guerra de posiciones por la que morían hombres a miles por escasos palmos de terreno.
Las trincheras se extendieron por los campos de Francia, desde el Atlántico a la frontera suiza, semejantes a cicatrices abiertas en la tierra herida, unos enfrente de otros, siempre a la vista, separados por la tierra de nadie.
Luego del Marne vendría Tannenberg en el frente oriental, el Somme, Ypress, Gallipoli y los Dardanelos, la revolución bolchevique y la retirada de Rusia de la guerra, la última ofensiva alemana, y con el fracaso de ésta y la llegada de los americanos, el fin de la Grande y la aparición de las semillas de rencor que veinte años después germinarían en forma de otra guerra más grande aún.
Francia, 1916.
El ataque suicida del Ejército francés contra las posiciones alemanas en la colina de las hormigas, un punto estratégico de mortal importancia para el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, se convierte en un fracaso estrepitoso.
Para escarmentar a las tropas con un castigo ejemplar, el general Mireau (George Macready), uno de los principales responsables del ataque, convoca un consejo de guerra: tres soldados elegidos al azar por sus superiores son acusados de cobardía ante el enemigo y se enfrentan a la pena de muerte por fusilamiento.
Cuando Kubrick y su, por aquel entonces inseparable aliado, James B. Harris en labores de producción se embarcaron en esta pelí­cula ya no eran unos desconocidos.
Tanto la película como la novela original están parcialmente inspiradas en acontecimientos reales: la ejecución durante la Primera Guerra Mundial, por insubordinación, de cuatro soldados de la Brigada 119 de infantería del Ejército francés.
Las ejecuciones fueron declaradas improcedentes, y los soldados rehabilitados en 1934, tras la reclamación de sus familias, dos de las cuales recibieron una indemnización de un franco, mientras que las dos restantes no recibieron reparación alguna.
El comandante de la brigada, general Géraud Réveilhac, dio evidentes muestras de desprecio por la vida de sus hombres.
En febrero de 1915, después de tres intentos fallidos de tomar una posición enemiga, ordenó a la artillería bombardear las trincheras francesas para obligar a sus tropas a atacar, a lo que el comandante de las baterías se negó sin una orden por escrito; más tarde, ordenó repetir un ataque aduciendo que ese día no se había alcanzado el porcentaje de bajas considerado como aceptable.
Durante la guerra, el Ejército francés, como los de la mayoría de los beligerantes, llevó efectivamente a cabo fusilamientos por cobardía.
Sin embargo, el armazón central de la película es la práctica de ejecutar a soldados seleccionados aleatoriamente, como castigo a las faltas de toda su unidad.
Dicha práctica retrotrae a la empleada en las legiones romanas, en las que diezmar consistía en dar muerte a uno de cada diez legionarios como medida disciplinaria.
Aunque fue un hecho aislado, también se adoptó en el Ejército francés: la Décima Compañía del Batallón número 8 del Regimiento Mixto de Tiradores Argelinos fue diezmada, el 15 de diciembre de 1914 en Zillebeke (Bélgica), por haber desobedecido la orden de atacar.
La película, a pesar de su modesta recaudación, fue todo un éxito de crítica, siendo considerada aún hoy una de las mejores películas de Kubrick y un clásico intemporal anti militar.
El hecho de que mostrara de forma descarnada la sucia realidad de la guerra, en la que a menudo la muerte de seres humanos sirve para satisfacer ambiciones personales y ascensos en la jerarquía de mando, la convirtió en una película extremadamente incómoda.
Otra peculiaridad es que en toda la película no sale un solo soldado enemigo. 
Rectifico, no sale un solo soldado alemán.
En la película queda muy claro que los "soldados enemigos" son los propios altos mandos franceses.
Sobre todo cuando el general ordena disparar contra sus propios hombres.
Si el momento culminante de la película no es la batalla…
¿Cuál es?
La respuesta es obvia: el fusilamiento.
Sobre todo cuando disponen la camilla de uno de los condenados, ¡¡¡¡desgraciados!!!
Aunque fue estrenada sin problemas en EE.UU., el film empezó a tenerlos cuando fue estrenado en Europa.
Su proyección, en 1958, en Bruselas, desencadenó importantes incidentes por las presiones de las autoridades francesas y de las asociaciones de ex-combatientes franceses y belgas, que se negaban a aceptar la imagen que se proyectaba del ejército francés.
Las presiones del consulado francés consiguieron que se suspendiese la proyección de la película, lo que a su vez encendió las protestas antimilitaristas.
Las presiones francesas consiguieron que la United Artists llamara a la suspensión de la proyección para insertar una nota explicativa y el himno de La Marsellesa al inicio y el final del film.
Con esta añadidura, la película volvió a proyectarse en Bruselas.
Sin embargo, Suiza prohibió su proyección, y la United Artists simplemente no se atrevió a presentar el film en Francia hasta 1972.
Finalmente fue estrenada en el país galo en 1975.
En España por ejemplo, fue hasta 1986 para que se proyectara como una retrospectiva de Kubrick, ya que el régimen de Franco la había censurado por su contenido antimilitarista.
Paths Of Glory es una obra maestra porque cumple las funciones principales de toda obra maestra: reporta un genuino disfrute estético, provoca indignación y favorece la reflexión.
Esas eran las reglas del juego de Kubrick.
¡Cómo se le echa de menos!
Paths Of Glory es una película antibélica situada en la Primera Guerra Mundial dirigida por Stanley Kubrick y estrenada en 1957.
Está basada en la novela homónima de Humphrey Cobb publicada en 1935.
Con Kirk Douglas, Ralph Meeker, Adolphe Menjou, George MacReady, Wayne Morris, Richard Anderson, Joseph Turkel, Timothy Carey, Peter Capell, Susanne Christian, Bert Freed y Emile Meyer.
Los actores consiguen dar la profundidad necesaria a sus personajes gracias a pequeños gestos, miradas y expresiones que dotan de credibilidad al tiempo que nos facilita la empatía.
En una situación tan dura no hay lugar para las sonrisas, y esto dice mucho, pues ni uno solo de los combatientes sonríe en todo el metraje, a excepción de los dos generales cuando se regodean en sus sillones y el coronel Dax, obligado a forzar alguna sonrisa de protocolo para con sus superiores (aparte de las sonrisas sarcásticas cuando se enfrenta a Mireau y Broulard).
Pero hay una sonrisa desasosegante, que inquieta al espectador, una sonrisa que denota la rendición y la destrucción moral de un hombre.
Se trata de un soldado anónimo aquejado de neurosis de guerra.
Paths Of Glory es probablemente la mejor película de Stanley Kubrick, o lo que es lo mismo una de las mejores películas de la historia del cine, una obra maestra en mayúsculas.
La película en términos globales es excelente, con un acabado perfecto, esta fortaleza se basa en un guión portentoso sacado de la novela de Hannes Staudinger y que Kubrick junto con Jim Thompson saben convertir en un producto ácido, creíble y cinematográfico.
Una dirección por fin perfecta, después de los aprendizajes in crescendo de Kubrick en sus anteriores películas y unos actores de un nivel altísimo, secundarios incluidos.
Curiosamente, el papel de la chica alemana del final de la película es interpretado por la actriz y artista alemana Christiane Harlan (acreditada como Susanne Christiane), que empezó una relación sentimental con Kubrick durante el rodaje de la película y se convirtió en su tercera mujer y compañera hasta la muerte del director.
La canción que interpreta es "Der treue Husar" ("El fiel húsar"), una canción popular alemana de amor referente a un húsar que ama a una bella joven durante un año entero, hasta que ésta muere por una enfermedad.
Paths Of Glory no sólo sigue siendo una de los más vigorosos alegatos antibélicos que jamás se hayan llevado al celuloide, sino también el precursor del cambio que se producirí­a en Hollywood en las décadas siguientes en el tratamiento de los temas militares y bélicos.
Kubrick, que rodó la pelí­cula en escenarios naturales de Alemania, a unos kilómetros al oeste de Munich, se atuvo a la lógica del guión -del que fue coautor- con una determinación inquebrantable, condenando ferozmente la insensibilidad de los militares franceses, contraponiendo las crudas escenas de la vida en las trincheras con el lujoso ambiente del castillo en el que residen los oficiales y atemperando su amarga visión sobre la inhumanidad de los hombres sólo en los momentos finales, cuando la cámara se centra en la inalterable dignidad de la que hace gala Dax en su compromiso con sus hombres.
Paths Of Glory ejemplifica, así­, algunas de las cuestiones por las que Kubrick debe estar siempre en la mente de todos como un artista cinematográfico, mucho más allá de sus indudables cualidades técnicas; el filme es, también, paradigma de su integradora y ambiciosa visión del mundo, que va desde lo más abstracto (su misantropí­a: la cruel condición humana) hasta lo más concreto (el horror de la guerra) pasando por los conceptos básicos de la historia humana (las luchas de poder).
Se ha dicho que es un drama más que antibélico; antimilitarista, pero creo que aún va más lejos, es una crítica contra las sociedades jerárquicas fosilizadas, donde el clientelismo, enchufismo, además de pelotas, cafres y demás fauna social viven cómodamente instalados en su jaula de cristal lamiendo los zapatos de su señor que está siempre en un escalón por encima.
En realidad no es una crítica contra los que están en la cúspide, que hacen lo que se espera de ellos; mentir y mantenerse a toda costa en el poder, sino a los que lo permiten, a los legitimadores a todo ese nivel intermedio que vive entre los que mandan y los que obedecen, que permiten que los primeros manden y ordenan que los segundos obedezcan.
De ahí que a Dax se le intente comprar como se hace con otros que también están entre nosotros y no sólo en Francia en 1916.
La justicia si ya es difícil en cualquier sociedad moderna no digamos ya en tiempos de guerra que se convierte en una total quimera.
El Coronel Dax (Kirk Douglas) cree en el sistema y lucha, participando en él para salvar la vida de sus hombres, pero va comprobando como poco a poco solo quién manda tiene derecho a decidir que es cierto y que es verdad.
El final de la película con la futura mujer de Kubrick tiene la grandeza de demostrar que la música y ciertas melodías transmiten sentimientos aunque no entendamos la letra y que quienes sufren independientemente de su nacionalidad, edad, religión o sexo se entienden en su desgracia y en su amargura, igual que les pasa a los opulentos entre ellos.
Otro recurso curioso es el musical.
No hay banda sonora, la única música que escuchamos son los acordes de “la Marsellesa” en los títulos de crédito iniciales, pero esta versión del himno nacional francés es muy diferente al que estamos acostumbrados.
En este caso la música suena con redobles de tambor de fondo e instrumentos de viento similares a cornetas, dando a la Marsellesa un toque claramente de himno militar.
La banda sonora está compuesta por los sonidos de los hombres, por las ametralladoras y los obuses, por los redobles de tambor durante la ejecución, por la canción de la joven alemana.
Nada más.
Inolvidables:
El juicio sumarial y ejecución al que son sometidos es una lección de puesta en escena, de sobriedad y economí­a de medios.
La claridad entra por los ventanales, incidiendo lateralmente sobre un salón con algo de Catedral: la luz cae sobre los rostros de los acusados, que se ven impelidos a bajar la cabeza, a parpadear numerosas veces, a parecer más miserables que lo que en realidad son.
La luz -acostumbrada metáfora de la verdad- se troca en elemento hostil, de ceguera, casi de tortura.
No hay mayor cobardía que la del personaje interpretado por Adolph Menjou, que ordena matar a tres hombres escudándose en el miedo y la cobardía contra el enemigo.
Pero mayor cobardía es escoger fríamente, al azar, a tres hombres que pagarán por el resto del pelotón.
Tranquilamente, condenar a la muerte a tres hombres a los que se contempla como a hormigas a las que poder aplastar parece un mero juego para el general francés.
En el otro extremo se encuentra el coronel Dax, maravilloso Kirk Douglas, un hombre justo, aunque no es un ningún virtuoso, ni ninguna alma caritativa.
Es sencillamente un hombre justo.
Su lucha es más propia de David contra Goliat, sólo que esta vez Goliat es invencible.
Un juicio que es más un mero teatro, un circo, que un proceso donde se pueda hacer verdadera justicia.
Y aquí es donde comienza la agonía de los soldados.
Una reflexión sobre la muerte, sobre la vida, cómo afrontar el inevitable destino. 
Resignarse o rechazarlo.
El terror en la cara de unos soldados que se ven incapaces de huir del asesinato a sangre fría a manos de sus propios compatriotas por algo tan nimio como el valor. 
Un valor que sólo puede juzgar un demente y casi fascista coronel, ansioso de poner orden en su pelotón, sacrificando a chivos expiatorios como medida de advertencia.
Y el final, la prisionera alemana que aparece sobre el escenario y comienza a cantar con apenas un hilo de voz una tonada cualquiera.
Los soldados franceses no están por la labor de escucharla: se oyen improperios, comentarios soeces, piropos subidos de tono…
Una sinfoní­a grotesca de animalismo viril, transformación que la guerra ha operado sobre unos hombres que llevan demasiado tiempo lejos de cualquier vestigio de humanidad.
¿Están ya definitivamente perdidos, irredimibles, enfangados por esa barbarie taimada que los ha reducido a meros cuadrúpedos?
Parece que… sí­, poco a poco… se va haciendo el silencio.
Todos terminan por callar, quedando la multitud expectante ante la desgarradora voz del enemigo; un enemigo igual de vapuleado, desolado y derrotado que ellos. 
Uno tras otro, lentamente, se van uniendo a un himno que sólo aciertan a tararear, a una cantinela melancólica que por unos instantes parece llevarles de vuelta a casa.
El mayor Dax, por su parte, ha observado toda la escena desde el exterior.
Tiene nuevas órdenes: sus hombres deben de volver a entrar en acción, incorporándose de inmediato al frente.
Esboza un amago de sonrisa y les deja disfrutar un rato más de ese reencuentro con el dolor, con las lágrimas, con los recuerdos… con la vida.
El filme narra la historia, ocurrida durante la I Guerra Mundial, de un coronel (Dax/Kirk Douglas) que lleva a sus soldados hacia una batalla perdida de antemano al ser presionado por sus superiores quienes, completamente entregados a una batalla por el poder, ponen innecesariamente en riesgo las vidas de su ejército con tal de lograr sus propósitos.
Esa lucha por subir escalones les lleva incluso a fusilar a inocentes para justificar su derrota y a ordenar que sus tropas disparen contra sus propios componentes. 
Dax, que trata de defender a sus hombres cumpliendo también la lealtad hacia sus superiores, llega a la conclusión de que eso no es posible y, en esa ruptura emocional, trunca su posible carrera militar y decide ser leal a sus soldados, otorgando así­ al conflicto bélico un leve rasgo de humanidad, emocionados por la canción de una prisionera alemana, la única razón para seguir adelante; aunque él mismo, y he aquí­ el matiz, sepa que ese paréntesis es sólo una pequeña gota de agua imperceptible en un océano de inmoralidad e injusticia.
Cuando el coronel Dax le recuerda al general Mireau que, según Samuel Johnson:
“El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Kubrick está haciendo su principal declaración de principios.
Se trata de un concepto que va mucho más allá del antimilitarismo, aunque se queda un poco más acá de su misantropí­a; una idea que subyace bajo la lectura ideológica, plena de individualismo, que rezuma toda una filmografí­a de la que esta Paths Of Glory supone una de sus grandes cumbres.

“The boast of heraldry, the pomp of pow'r, and all that beauty, all that wealth e'er gave, awaits alike th'inevitable hour.
The paths of glory lead but to the grave”.



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