Tras El Cristal

“Cuando se está en el ámbito del mal, uno no lo siente como mal, sino como necesidad, o aún como deber.”

Uno de las películas más perversas, sádicas y perturbadoras que he visto jamás.
Monstruosa y polémica representación del horror que más se siente: el real y posible que no posee artificios, sino que es factible en sus situaciones.
Basta con ver el inicio…
Somos el ojo reflejado en la pantalla.
Y sin embargo, seguimos mirando.
Lo que vemos nos horroriza, aunque sepamos que es una representación.
De hecho, esta película horrorizó más de lo que él mismo director había previsto.
No esperaba tanto escándalo ni tanta hipocresía, pero lo cierto es que el público vio más la sombra de la cruz gamada que el escudo de armas de Gilles de Rais, y más niños reales y sufrientes que metafóricas víctimas sadianas.
Tras El Cristal, es toda una oda a la locura en su nivel más enfermizo y repulsivo, llegando a extremos pocas veces vistos en una pantalla.
Es un buen film, considerado dentro del género del horror, en que se plasma la maldad presente en el ser humano de la manera más oscura posible, sin necesariamente recurrir a una gran cantidad de sustos.
La película cumple a cabalidad la misión de perturbar al espectador, al mismo tiempo que el final nos entrega una reflexión acerca de los efectos de un circulo de maltrato, del cual aparentemente no se puede escapar.
Su director Agustí Villaronga sabe dar reposo a una historia terrible, que habla de locura y venganza, de ambición y desprecio por el ser humano, todo esto contado con los horrores de los campos de concentración como telón de fondo.
Relatos inconfesables sobre horribles torturas y ejecuciones que se narran mediante una voz en off que repasa los diarios del doctor y dota de una mayor dimensión al horror que estamos presenciando.
Tras El Cristal es una película española y es el primer largometraje de Agustí Villaronga estrenada en 1987.
Cuenta con un guión del mismo Villaronga, con las interpretaciones de Günter Meisner (Klaus), Marisa Paredes (Griselda), David Sust (Angelo), Gisèle Echevarría (Rena), Imma Colomer, Josue Guasch, Alberto Manzano, Ricart Carcelero, David Cuspinera, entre otros.
Tras El Cristal es una película plenamente de autor, sin una base literaria preexistente, salvo la bibliografía sobre los campos de concentración.
Con ella, el cineasta se introduce de lleno en el territorio del mal desde la primera secuencia, que constituye el prólogo.
Utilizará comúnmente esta estructura como la que más conviene a su manera de ver el mundo, un mundo en el que todo lo reprimido vuelve, y vuelve convertido en monstruo.
A partir de los prólogos, Villaronga cuenta su historia como desarrollo de un núcleo que contiene latentes las estructuras del destino o del deseo.
La película trata temas realmente duros y de forma bastante cruda, la pedofilia, el fascismo, la tortura…
Las imágenes grotescas y perturbadoras llenan la pantalla y hacen que el espectador se sienta incomodo en todo momento.
De ahí que es muy efectista.
El director se inspiró en varios temas que terminaron confluyendo en este desgarrador film.
Primero pensó en como seria vivir la vida a través de una persona, debido a la imposibilidad de poder moverse de un lugar, lo que además implica un gran grado de incomunicación.
Esto se sumó a una noticia que vio acerca de un hombre vestido de payaso (tal vez John Wayne Gacy), el cual les repartió dulces a una gran cantidad de niños, causándoles la muerte.
Finalmente al escuchar la historia de Gilles de Rais, un mariscal de Juana de Arco, un hombre que supuestamente luchaba por la fe en Dios y que finalmente termino cometiendo una serie de atrocidades, entre las que se encuentran haber asesinado a centenares de niños.
Estas tres ideas fueron las que unió para obtener la idea central del film.
Para lograr alcanzar una mayor cercanía con los tiempos, la ligó al nazismo y a su historial de experimentos infantiles realizados durante la guerra.
La trama ya es escabrosa y la verdad es que las actuaciones, los colores del film, los escenarios y la banda sonora ayudan bastante a lograr una atmósfera opresiva y bastante perturbadora.
La película se presenta mayormente en tonos azulados o grises, rompiendo este patrón solo en las pocas escenas de exteriores, que por lo demás son bastante grises y con la irrupción simbólica del color rojo en tres escenas bastante especificas.
La fotografía oscura y sucia es un reflejo más de la mente cada vez más desquiciada de Angelo, el “ángel” protagonista.
Esta misma preocupación por lo visual se complementa con lo tétrico de la casa en donde se desarrolla el film, que se ha vuelto definitivamente en un matadero y un grotesco campo de concentración, en el que no se ahorra alambre espinoso.
El vestuario utilizado es muy adecuado, en especial el de David Sust que termina pareciendo un participante de las juventudes hitlerianas.
Las actuaciones en general son bastante buenas, sobresaliendo la del joven Sust, que construye un personaje bastante tenebroso y tan sádico como su “mentor”.
La banda sonora estuvo a cargo de Javier Navarrete, la cual encaja perfectamente en las escenas donde es utilizada, ayudando a acrecentar la tensión de estas.
El film no está exento de algunas anécdotas de carácter esotérico y sobrenatural, que se suman a los problemas que existieron por la falta de dinero.
Por ejemplo el actor David Sust presentó una ceguera transitoria durante la realización del film.
Una de las galerías principales de la casa se derrumbó, cayendo un pedazo de cristal enorme muy cerca de la productora del film.
También contaban que existía una parte de la casa en donde nunca se pudo filmar, debido a que siempre se presentaban extraños problemas.
El director también menciona que en el jardín de la casa se encontraron algunos hongos alucinógenos que son conocidos debido a que se ocupaban en los aquelarres
La verdad es que esta película tiene algunas escenas que son difíciles de ver, y aún más difíciles de digerir, en especial las escenas que involucran niños que de por sí son bastante fuertes y ni hablar de los asesinatos, mas grafica no pudo ser y curiosamente no cae en el gore tan acostumbrado de hoy en día, debido a lo que se ve no son muertes, sino agonías.
Esas secuencias son las responsables de las más duras críticas a la película, por su crueldad pretendidamente innecesaria, y por ser las víctimas unos niños.
El espanto de las víctimas y la fría crueldad de verdugo se ponen en escena de un modo libre y valeroso, que no ha dejado indiferente a nadie.
Por otra parte, hay consenso en considerarlo uno de los momentos más impactantes del cine.
Villaronga ha explicado en algunas entrevistas que logró la representación del segundo asesinato (el más brutal) del pequeño a base de jugar a fingir dolores de vientre y la muerte de un pez.
Y la productora se vio obligada a advertir en un rótulo al final que ningún niño se había visto en tesituras que pudieran perjudicarle moralmente.
No hay nada parecido en ninguna otra película comercial de finales de los años sesenta en adelante, ni siquiera en los momentos más desinhibidos del cine europeo de los años setenta que se pueda igualar a este visionado.
Tras El Cristal trata de la depravación de los niños y la conversión de las víctimas en jugadores del juego perverso y vencedores de sus verdugos castrados, a quienes están condenados a reemplazar, y así hasta la eternidad.
Es una visión oscura y pesimista del juego universal de la víctima y el verdugo, referido vagamente al tema de los campos de concentración nazis, donde tanta rienda suelta pudo darse a la brutalidad de los guardianes y a la humillación de los presos.
Pero Villaronga siempre va más allá, hacia las fuentes del Mal.
Y en este caso, cuando el Mal ha intentado suicidarse, cuando podría emprender un camino nuevo -el camino del castrado-, surge un revenant.
No un discípulo, sino alguien que viene del pasado.
El pasado vuelve y no permite que el Mal se abisme en sí mismo en su tubo de metal y cristal.
La víctima llega para castigar, y también para aprender, para vampirizar, para tomar el testigo del Mal y seguir la tradición.
La figura del joven Angelo es enigmática.
Angelo no viene a vengarse.
Viene a que el oscuro maestro le enseñe los misterios del goce, del que fue testigo en el prólogo de la película, cuando vio a Klaus maltratar a aquel joven colgado por los brazos y apaleado, y aún más atrás, cuando él mismo fue obligado a servir de instrumento inocente de los deseos de aquel hombre.
Tras El Cristal, a pesar o gracias a su terribilità y su atrevido tratamiento de temas tabú como la homosexualidad, la pedofilia y la tortura de niños, ofrecidos en un relato de gran belleza, elegancia formal y ambigüedad moral, tuvo una buena acogida por parte de la crítica, que vio en él una promesa sugestiva.
Villaronga habla con libertad y valentía no sólo de la crueldad y de la relación entre el verdugo y la víctima, sino de la transmisión del Mal como si se tratara de una enfermedad.
En esta película no hay culpables e inocentes.
Todos son culpables.
El joven Angelo, de nombre revelador, no es un ángel de la venganza, sino un ángel del mal, alguien que empezó siendo víctima y luego quiso experimentar el goce del verdugo a toda costa.
Un plano azul y húmedo, con el suelo encharcado y una iluminación irreal, pone punto final a la película, dejando a los nuevos integrantes de la pareja sadomasoquista encerrados en una especie de bola de cristal que refuerza el carácter de fábula de la historia a cuyo despliegue hemos asistido.
Una víctima, Angelo, en lugar de rebelarse, de mostrar oposición, se convierte en verdugo y se encierra con una nueva víctima tras el cristal de una bola que les separará del mundo hasta que la niña ocupe su puesto y así hasta el infinito.
Siempre que hay un traspaso del mal éste no disminuye, sino que aumenta, en aquel de quien proviene.
Un fenómeno de multiplicación.

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad.
Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.
Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura:
A algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron.
Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así.
Gozaba en destruir la inocencia y en profanar su virginidad.
Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.
Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer.
Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles.
Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba.
Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo.
Uno se cansa y aburre de lo ordinario.
Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías.
En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí.
La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza.
Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo.
Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca.
Yo hice lo que otros hombres sueñan.
Yo soy vuestra pesadilla”.



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