Hable Con Ella

“La naturaleza femenina es un misterio”.

Según Freud el poder de la palabra puede superar a cualquier medicamento.
No hay mejor tranquilizante que unas palabras bondadosas.
Pese a que la ciencia dice que una persona en coma no atiende a ningún tipo de estímulo, ni caricias, ni palabras (¡qué desalentadora y cruel puede llegar a ser!), la primera vez que vi a mi padre, desde el día que cayó en coma, lloré desconsoladamente, al levantar mi frente, note que lloraba conmigo.
Hablar con él en ese estado fue una descarga de emociones, y el film de Almodóvar me recordó a mi padre.
Muchas veces se ha dicho que Almodóvar es un autor con eso tan abstracto que se denomina universo propio, algo así como un marchamo que identifica todas y cada uno de sus creaciones.
Entre las constantes del director estaba su fijación por el universo femenino y su querencia por una cierta estética hortero-vanguardista.
Lo cierto es que, sin abandonar ninguna de estas constantes pero dejándolas en un segundo plano, el trabajo de Almodóvar no sólo ha ganado en sabiduría fílmica (ahora sabe rodar y planificar escenas como muy pocos pueden dentro del cine) sino también en hondura narrativa.
Hable Con Ella da pie a una construcción asombrosa, una pirueta narrativa en la que dos historias femeninas aparentemente inconexas se unen para disgregarse de su lado femenino y entrar de lleno en un estudio sobre lo masculino.
Las pulsiones positivas y negativas (amor y lujuria, violencia y serenidad, muerte y vida) arremeten sin pudor al espectador y consiguen que un argumento completamente descabellado en otras manos consiga convertirse, al ser filmado por Almodóvar, en una posibilidad plausible.
En Hable Con Ella se justifica lo injustificable y se muestra a un personaje socialmente reprobable como alguien humanamente elogiable.
El personaje de Javier Cámara no puede ser juzgado por las leyes de los hombres y ésa es la tesis de Almodóvar.
Es una película que tiene que ver con los afectos, la enfermedad y la muerte.
Y está protagonizada por los hombres, así que ya no podrán decir que sólo sabe dirigir a mujeres.
Hay más misterio en las lágrimas masculinas que en las femeninas.
Al parecer, los hombres inspiran tragedias.
Dos hombres se enfrentan a la soledad de la manera más cruda y cruel que puedan imaginarse.
Dos almas heridas por el azar del destino, dos espíritus aparentemente muertos y convalecientes en camas hospitalarias a la espera de un milagro sobrenatural.
La incomunicación, soledad, amistad y pasión irracional son temas de plena efervescencia en Hable Con Ella; el filme de Pedro Almodóvar se centra principalmente en la vida de esos dos hombres.
Al mismo tiempo es una historia de amor, y de la soledad frente al deseo que no encuentra respuesta; de la belleza del cuerpo humano y de su fragilidad frente a la enfermedad.
En cierto sentido podría ser una metáfora de la época actual, pero también de la imposibilidad de comunicación entre las personas a pesar de los teléfonos y la tecnología.
Hable Con Ella es una película española escrita y dirigida por Pedro Almodóvar, la número catorce en su filmografía.
Escribe el guión el propio Almodóvar, que se inspira en hechos sucedidos en el mundo en los últimos 10 años.
Está protagonizada por Javier Cámara, Leonor Watling, Darío Grandinetti y Rosario Flores, y con apariciones de Geraldine Chaplin, Paz Vega, Caetano Veloso, Marisa Paredes, Cecilia Roth, Pina Bausch, Malou Airaudo, Chus Lampreave, Loles León, Fele Martínez, Fernando Iglesias, Cayetano Rivera Ordóñez, etc.
Ganadora del premio Oscar al mejor guión original para Pedro Almodóvar y nominación como mejor director en el año 2002.
La música de Alberto Iglesias y la fotografía de Javier Aguirresarobe no hacen sino potenciar magistralmente ese mundo interior lleno de sensibilidad.
Se trata de un guión magistral, y una nueva lección de dirección.
Tampoco escatima en guiños made in Almodóvar, pequeñas genialidades que combinan armoniosamente con la trama y que le dan un sello de autor único.
El locuaz y entregado Cámara borda el papel de su vida.
También Grandinetti, un actor interesante e intenso.
Watling y Rosario Flores fueron escogidas acertadamente por una cuestión estética, encajando a la perfección.
En el caso de Watling, como dijo Almodóvar, posee un cuerpo muy expresivo, que casi habla, y en mi opinión bellísimo.
Los actores, todos y cada uno de ellos, sublimes, pero merecen especial reconocimiento Dario Grandinetti y, sobre todo, una espectacular interpretación de Javier Cámara.
Rosario Flores interpreta a una mujer torera que sufre de amores, de soledad, de incomprensión y de todas esas cosas que sufren las mujeres y los hombres (aunque no sean toreros), pero el hecho de ser torera incluye una marginación adicional.
Leonor Watling es una bailarina convaleciente, afectivamente huérfana y con problemas muy serios para relacionarse.
Eso no evita que todo el que la vea se enamore de ella (así les ocurre a los dos hombres de la película y al espectador)
Javier Cámara es un enfermero.
¡Simplemente el mejor!
En Javier se apoya la parte cómica y trágica de la historia.
Benigno, por el contrario a Marco, es en apariencia un ser asocial, recluido en la marginalidad y el aislamiento que supone el haber dedicado toda su vida a cuidar a una madre que ni siquiera estaba enferma, simplemente era:
«un poco perezosilla».
Sin embargo, Benigno es lo más opuesto a un ser solitario; los que lo tratan de cerca (Marco, la compañera de trabajo, la portera de su casa,...) reconocen enseguida su delicada sensibilidad, la enorme capacidad de amor que posee y la tenaz pasión que es capaz de poner, más allá de cualquier convención social, en cuanto hace por los demás.
En él no hay nada que tenga que ver con la melancolía ni con la nostalgia, ni con ninguna aflicción o dolencia del ánimo, al contrario, lo suyo es una lucha permanente de la inteligencia amorosa con el misterio que le rodea y que la razón no puede comprender.
En torno a una sola persona ha sabido construir todo un universo de amor, dedicación y entrega tales que le llevan no sólo a estudiar enfermería para atender a su madre, sino también a hacerse esteticien (por correspondencia) porque:
«no me gustaba cómo quedaba cuando le hacían el pelo y la arreglaban».
Darío Grandinetti presta su misterio y gallardía a un periodista argentino, errante y herido desde hace años por una relación rota cuando aún chisporroteaba el fuego de la pasión.
Lo suyos son unos ojos (bellos) que lo ven todo, su propia peripecia y la de los otros tres personajes explotan delante de él.
Testigo zarandeado y sensible, Marco (así se llama su personaje) es la conciencia de la historia, tal vez por deformación profesional.
Aparentemente bien integrado en el orden social existente, prototipo del individuo «socialmente satisfecho» de la sociedad de bienestar al que todos, supuestamente, deberíamos aspirar, es al mismo tiempo, un ser sometido a un doloroso desgarro interno del que parece no poder escapar.
La ruptura con su vida anterior, la separación de su mujer y sus hijos lo ha dejado en una especie de «muerte», de «autismo» social, donde está privado de la capacidad y la motivación para establecer nuevas relaciones, nuevos vínculos perdurables y profundos, para comunicar –en el sentido más fiel del término: de compartir- unos sentimientos que sólo consiguen romper la infranqueable máscara que los constriñe para aflorar en forma de mudas lágrimas; pero que permanecen sepultados, inaccesibles para los demás al verse privados del lenguaje, de la palabra, del vehículo imprescindible para actuar prácticamente, para tener existencia real en la omnipresente realidad de las relaciones sociales.
La historia narrada en Hable Con Ella confronta la visión estereotipada sobre género, sexo, sexualidad y genitalidad.
El padre de Alicia, permite que Benigno la cuide porque sabe que el hombre es virgen, y con orientación homosexual, según la falsa confesión del propio enfermero para poder estar al lado del objeto de su amor y su deseo.
Por otro lado, los modales y la gestualidad exterior del enfermero corresponden con la precisión de un reloj, con los ingredientes de los estereotipos gais.
Almodóvar aporta una nueva imagen de la masculinidad contrastando la performance externa:
Marco, es un hombre con una masculinidad marcada, a pesar de su sensibilidad, sus modales, el tono de su voz, todo concuerda con el estereotipo de un varón heterosexual.
Benigno en cambio, tiene actitudes afeminadas, además de su profesión de enfermero, ha aprendido un curso de maquillaje, peluquería y masajes por correspondencia.
Sin embargo, por el desarrollo de la historia, queda explícito que no es homosexual.
Es interesante también el juego de los nombres de los personajes:
Marco, escribe libros y guías de viajes, es un moderno Marco Polo en un nuevo continente donde los límites entre masculinidad y feminidad no están rígidamente delimitados.
Lydia, es torera como el verbo que designa su arte hasta poco exclusivamente destinado a los hombres.
Y por último Benigno, un ser lleno de bondad que ha cuidado a su madre hasta el día de la muerte, y luego cuida a Alicia, que está en su propio país de las maravillas, dormida.
Es curiosa la escena, y me adelanto a mi propio ritmo narrativo, de Marco y Benigno, cuando los separa el vidrio de una prisión, elemento real de impedimento para un abrazo físico, y también la norma de los hombres que no deben manifestar sus sentimientos a riesgo de perder su "hombría".
Cuando Benigno es encarcelado acusado de la violación de la chica dormida, Marco va a visitarlo a la cárcel, pero sólo pueden verse a través de un vidrio.
Para poder verse y darse un abrazo, Benigno debería declarar que Marco es su pareja "pero pensé que no iba a gustarte".
Marco le responde que no le hubiera importado.
Ambos hombres derriban la barrera del falso pudor masculino.
Y quizás este punto abriría la puerta a otra zona de análisis, el posible homoerotismo en el vínculo de estos dos hombres sin mujeres, pero eso implicaría caer en la trampa de los estereotipos, porque en definitiva, quizás estos son hombres nuevos, alejados de los cruces de la performatividad y las cárceles de las improntas culturas.
Es interesante el juego de las contradicciones.
Lydia, la mujer torera –que quedará en estado vegetativo como consecuencia de la cogida de un toro- tiene temor de una culebra que ha entrado en su casa, y acepta la ayuda de Marco, que trataba de convencerla para que le concediera una entrevista para el diario en el cual trabajaba.
Los límites entre el coraje y el miedo quedan desdibujados.
Lydia viene de una pelea sentimental en el momento en que conoce al periodista; este a su vez, carga con una historia de un amor frustrado que durante más de una década no le ha permitido encarar una nueva relación.
Cuando conoce a Lydia se enamora de ella y deja caer sus barreras.
Hable Con Ella contiene lo mejor del cine de Almodóvar, supone un paso adelante en su filmografía, una evolución en su estilo a la vez que respira sus mejores y más características esencias.
El primer gran cambio viene dado por el protagonismo indiscutible de esos dos hombres: Marcos y Benigno, periodista y enfermero, que tendrán un encuentro tan casual como mágico en el hospital que guarda en punto muerto las vidas de dos mujeres importantes en sus vidas.
Es esta situación al límite la excusa que utiliza Almodóvar para desarrollar un argumento que no puede ser explicado para que resulte atractivo, porque basa su gran personalidad y poder de fascinación en que derriba las barreras de la lógica, borra la frontera entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo reprobable, convierte una trama inenarrable en un filme brillante.
Con su gran sensibilidad y su profundo carisma, el director manchego ha conseguido, en este sentido, con Hable Con Ella su obra más sutil, sensible y madura.
Benigno recrea su identidad a través de su trabajo, que Almodóvar presenta detalladamente, con abundancia de primeros planos, dejándonos apreciar la meticulosidad y la precisión de sus cuidados a Alicia.
La representación es, sin duda, un leit motif recurrente a lo largo de toda la película; la primera escena es un ballet (Café Müller, de Pina Bausch) donde Almodóvar muestra un rasgo femenino en dos rostros masculinos: la emoción. 
Marco, sentado al lado de Benigno, llora conmovido ante la belleza del espectáculo.
El trabajo de Benigno ha sido tradicionalmente considerado “cosa de mujeres”, de hecho, la inmensa mayoría de sus colegas son mujeres y tanto sus cuidados exquisitos a la paciente, como su forma de andar, de mirar y de conversar con los demás muestran elementos típicamente femeninos, como la dulzura, la ternura o la afabilidad.
En Hable Con Ella encontramos representaciones interesantes:
El Ballet “Café Müller”.
En este espectáculo, que inaugura el film, observamos a dos mujeres vestidas de blanco y con los ojos cerrados que deambulan como sonámbulas por una habitación.
Un hombre, vestido de negro y con expresión triste, les aparta del camino los posibles obstáculos, sillas y mesas, a manotazos.
Suena la música sublime de The Fairy Queen, obra del compositor británico Henry Purcell.
El ballet funciona a modo de presagio de lo que va a suceder a lo largo de la película; en efecto, dos mujeres van a habitar un ámbito de soledad e incomunicación (estado de coma) y un hombre va a cuidar de ellas, aunque la distancia entre los dos mundos es demasiado grande como para cualquier posible interacción, existe sin embargo ese deseo de crear puentes, de alcanzar al otro. 
Es esa fraternidad desesperada la que emociona a los dos hombres que, como espectadores, asisten a la obra.
Benigno cuidando de Alicia.
El trabajo de enfermero como representación genérica.
El hecho de que Benigno trabaje como enfermero no es anecdótico; Benigno representa su género a través de meticulosos cuidados a Alicia.
Su obsesión por los detalles es también significativa.
En ningún momento se nos presenta el cuerpo de Alicia como enfermo o moribundo, al contrario, Alicia luce siempre espléndida, gracias a él.
Benigno la mima hasta en el último detalle, dando rienda suelta a su afeminación (según Warhol).
Benigno cuida de Alicia con la dedicación que una niña utiliza con su muñeca favorita o con la ritualidad obsesiva de la beata que viste (y desviste) la imagen de una virgen, al igual que Benigno.
Academia de danza, donde se nos presenta al personaje de Alicia.
Alicia es bailarina, esto es importante por dos motivos; primero tiene una profesión típicamente femenina, donde la belleza y la elegancia juegan papeles fundamentales y segundo porque Alicia es, en el fondo, una representación de lo femenino para Benigno.
Tengamos en cuenta que Benigno apenas conoce a Alicia; intercambiaron un par de frases banales en la calle.
Sin embargo, Benigno observa desde su balcón la academia de ballet donde Alicia ensaya.
Benigno es el espectador extático y subyugado de la representación de lo femenino.
De ahí su fijación por Alicia.
Ella es, de una manera contradictoria y enfermiza, todo lo que Benigno desea (con su yo masculino) y todo lo que admira (con su yo femenino).
La corrida de toros.
Lydia y Alicia representan dos formas distintas de ser mujer.
Alicia se encuadra en los cánones prototípicos de la feminidad, mientras que Lydia se niega a representar su género en esos cauces trillados.
Muchas veces se ha dicho que el toreo es una danza entre el matador y el toro.
En ese espectáculo Lydia representa su feminidad, tan distinta a la de Alicia, una feminidad marcada por elementos tradicionalmente masculinos: valor, riesgo, dominio.
Hay un momento en el que Almodóvar juega con el sorprendente parecido físico entre Lydia (Rosario Flores) y el legendario torero Manolete, en una escena donde se muestra un primer plano del rostro de la torero y posteriormente una foto del matador español.
Ambas imágenes se cargan de significación referencial mediante el uso metonímico que el director manchego utiliza en ellas.
La canción de Caetano Veloso.
En una casa de campo, en medio de una agradable reunión de amigos, Caetano Veloso interpreta la ranchera “Cucurrucucú Paloma”.
Esta escena es una muestra del gusto por lo pastoril en Almodóvar.
En efecto, a lo largo de la obra del director manchego se observa una idealización del campo, una constante búsqueda del retorno a los orígenes que se encuadra en el evidente conflicto de tradición y postmodernidad, de narratividad y pastiche que define su filmografía.
Lo pastoril es un elemento recurrente en la filmografía del director manchego.
En todas sus películas, hasta en las más underground, se observa esta obsesión por la huida, este retorno a los orígenes como única terapia emocional para sus personajes.
En Hable Con Ella, lo pastoril está presente en la huida de Marco a Jordania, en la lectura de las guías de viaje que Benigno realiza en la cárcel y en ese paisaje -hermosísimo- del campo castellano donde se encuadra el hospital.
Personajes como la hermana de Lydia también funcionan como nexo entre el mundo de la representación (Madrid) y el mundo básico de la autenticidad (pueblo).
La película muda: Amante Menguante
Son siete minutos protagonizados por Paz Vega y Fele Martínez que resultan absolutamente deliciosos mientras sirven de elipsis al punto de inflexión argumental de la película.
Entiendo que el uso que Almodóvar realiza de este breve film mudo encierra muchos modos de representación postmodernos.
Amante Menguante funciona como plasmación narrativa de las paradojas genéricas que se desarrollan en la película y, a la vez, como metáfora de la relación entre Benigno y Alicia.
Alfredo se introduce en Amparo, es decir, se convierte en Amparo.
Benigno penetra a Alicia para convertirse en Alicia, para ser parte integral de su ser.
De una manera evidente, Amante Menguante simboliza lo que es, en el fondo, todo contacto sexual.
Una comunicación radical.
Un dejar-de-ser uno mismo para ser en el otro.
Una negación de los límites de nuestra individualidad para alcanzar una afirmación de identidad en el otro.
Alfredo es Alfredo en la medida en que se convierte en Amparo.
Benigno es Benigno porque ama a Alicia; una vez roto ese vínculo, esa comunicación por causa de su encarcelamiento, la vida deja de tener sentido alguno para él.
Su suicidio no es más que un intento desesperado por entrar en un estado comatoso y habitar el mismo mundo que Alicia.
Hablar con ella.
La cárcel: Benigno y la macho-masculinidad.
Entiendo que Benigno se ve forzado a representar su masculinidad de una forma completamente diferente en la cárcel.
Se observa claramente el cambio en su tono de voz; mucho más arisca, en sus gestos, en su vocabulario; cuajado de modismos y jergas, en su modo de relacionarse y de (re)presentarse en ese ámbito.
La cárcel es la antítesis de su trabajo.
Su trabajo de enfermero es pura libertad; contacto físico, roce, caricia, comunicación en un sentido muy básico, pero a la vez, muy necesario.
La cárcel es el aislamiento, la soledad, la imposibilidad de tocarse, de conocerse y reconocerse en los demás.
La relación: Marco - Benigno.
El encuentro entre estos dos seres, anudados cada uno de ellos a una bella durmiente de la clínica El Bosque, es un auténtico choque entre dos mundos, entre dos universos opuestos de concepciones sobre la ilimitada fe en la vida y sobre el incalculable poder del amor.
“Hable con ella” es el primer consejo que Benigno le da a Marco al saber que está, como él, cuidando en la habitación de al lado a otra mujer en coma irreversible. 
Pero esto para Marco es imposible.
La sola idea de dirigirse, de hablar a quien considera, por su situación de muerte cerebral, una muerta en vida lo aterra, lo paraliza, lo desconcierta.
Y no sólo porque racionalmente se repita a sí mismo una y otra vez la inutilidad de hablar a alguien que clínicamente tiene una vida vegetativa y por lo tanto se da por descartado que ni oye, ni ve, ni entiende ni puede reaccionar a sus palabras, ni lo podrá hacer ya nunca.
Sino, sobre todo, porque lo coloca ante el abismo de tener que despedazar las ataduras que han anulado su facultad de amar hasta el final, de abandonarse en cuerpo y alma, de arriesgarse a romperse en dos, partiendo con otros los propios sentimientos.
Y hacerlo, además, en la situación más al límite imaginable: donde hay que entregarse sin saber tan siquiera si serás escuchado o acabarás consumido y roto.
Sin embargo, ni el ser más receloso es capaz de resistirse a la fascinación que ejerce la pasión de Benigno -delicada en las formas, volcánica en el fondo- mostrado en su peculiar relación con Alicia, la muchacha en coma de la que está secretamente enamorado.
Benigno se rebela ante el dictamen científico de considerarla muerta, tratándola como a un ser vivo en plenitud: le habla constantemente, le pregunta, la mima, la cuida hasta en los más mínimos detalles, va a ver el cine que a ella le gusta para después contarle las películas que ha visto, le trae sus revistas y sus libros preferidos para leérselos, ha convertido la habitación del hospital en una copia de la de su casa...
El amor de Benigno por Alicia, al que las convenciones sociales no dudarían en calificar de «amor loco», es un motor vital de pasión y deseo que arrastra también, indefectiblemente, a Marco, cuya creciente relación de íntima amistad con Benigno es la brecha que empezará a agrietar la opresiva coraza autoimpuesta.
Coraza que, definitivamente, se viene abajo cuando al regresar Marco de un viaje profesional, descubre que Benigno ha sido encarcelado por haber dejado embarazada a Alicia.
A partir de ese momento se entrega por completo a la misión de ayudar a su amigo.
Él sabe que, contra los psiquiatras de la cárcel que han calificado a Benigno como un psicópata, su acto ha sido la consecuencia lógica de su pasión.
Una pasión transgresora sí, que se sitúa fuera de los tabúes y las prohibiciones que imponen la moral y el orden social dominante, pero de una pureza y una decencia profunda y radical, anclada en las raíces de un amor tan honesto, que es incapaz de comprender la cruel lógica de unas exigencias sociales que lo condenan a vivir lejos de su amada, a la que sólo él ha sabido entender, proteger y cuidar.
Y más allá todavía, a la que ha sido capaz de devolver, literalmente, a la vida, pues la preñez de Alicia, contradiciendo todo lo que la ciencia dice sobre el estado vegetativo, obra el milagro de hacerla regresar del mundo de las sombras.
Pero esto él no llegará a saberlo nunca, pues la amargura de verse separado para siempre de Alicia, le llevarán a tomarse un cóctel de fármacos lo suficientemente potentes como «para buscar a Alicia en el mundo de los sueños».
Ballet “Masurca Fogo”.
La película empieza y termina con un ballet.
Estructura circular, tan recurrente en Almodóvar.
Esta vez, el espectáculo es mucho más luminoso; una serie de parejas bailan ritmos caribeños.
Al fondo, agua y vegetación: vida.
Es un final feliz, un final que es, verdaderamente, un principio; el principio de la historia de Marco y Alicia; dos personajes que han estado separados durante toda la película, habitando mundos diferentes y que al final, gracias a Benigno; que funciona como nexo entre los dos, logran reconocerse como espectadores de un ballet que habla con ellos y habla de ellos.
Las escenas:
Es llamativa la diferente manera de planificar las escenas en la habitación de Alicia (planos-contraplanos para significar la comunicación) y la de Lydia (mucho más rutinarios y fríos), o la belleza de la visita en la cárcel, con los rostros superpuestos en el cristal.
Aparte de la reflexión profunda que puede llegar a provocar Hable Con Ella, la actitud formal del autor está a la altura de sus mejores trabajos con escenas paralelas como la preparación de los dos cuerpos femeninos (la torera vistiéndose de luces y la paciente comatosa siendo cambiada en su cama), los planos cenitales de Leonor Waitling o la solitaria sala de comunicaciones de la cárcel.
En definitiva, una película poética y llena de sensibilidad, sobre lo más profundo del hombre, que vive con una ceguera que le impide orientar sus pasos, como les pasa a las mujeres del comienzo de la película que deambulan sin sentido por el escenario.

"Y el hombrecito se quedó dentro de ella, para siempre"



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