Отец и сын (Father and Son)

“El amor de un padre crucifica... y un hijo que ama se deja crucificar”.

“Escribo para justificarme a los ojos del niño que una vez fui”.
Georges Bernanos

“La idea y el objetivo de una película deben ser claros para el director desde el inicio.
Suceda lo que suceda o lo mucho que tenga que buscar el artista, desde el momento en que esta búsqueda queda fija sobre la película, es decir, desde el momento en que esta idea se ha vuelto una cosa con estatuto objetivo, uno tiene que aceptar que el artista encontró lo que quiso decir con su película”
Andrei Tarkovski

El CineARTE suele ser hecho por pequeñas compañías, cuya línea de producción contrasta con las que tienen como objetivo la taquilla y el consumo masivo, en donde los grandes presupuestos y efectos especiales están por sobre la trama y desarrollo de la cinta.
El CineARTE cuenta con una mayor libertad creativa, mostrando temas controvertidos o dramáticos, resultando a veces difíciles de entender, puesto que pueden tratar acerca de sentimientos, pensamientos o sueños, intentando emular una realidad interior, resultando muy subjetivo.
Por estos motivos, el CineARTE tiende a ser considerado una identificación utilizada para denominar al cine de autor, debido a que las películas se identifican por el sello que su director pueda imprimir en ellas y es de alguna forma la visión del director.
Отец и сын (Father and Son) es una película del año 2003 del director ruso Aleksandr Sokurov.
Esta película desconcertó a los críticos por su implícito homoerotismo, curiosamente el mismo Sokurov ha criticado esta particular interpretación, cuenta con un magnifico guión de Sergey Potepalov, con una música perfectamente ambientada por Andrey Sigle y una bella fotografía de Alexander Burov.
El film cuenta con un elenco de lo más desconocido para occidente, entre ellos Alexander Rasbash, Andrej Shetinin, Alexei Nejmyshev, Martina Zasukhina, Fedor Lavrov.
Отец и сын (Father and Son) fue nominada a la Palm D’Or y recibió el Prix FIPRESCI, también llamado Critics Award, o Premio de la Fédération Internationale de la Presse Cinématographique en el Festival Internacional de Cine de Cannes del año 2003.
Alexander Sokurov, es un director ruso de larga trayectoria, con una prolífica filmografía tanto en ficción como en la realización de documentales, alcanzó la consagración internacional en un tardío 1996.
Sokurov, director de cine y guionista ruso establecido en San Petersburgo, es considerado el virtual sucesor de Andréi Tarkovski.
Sus películas poseen una marca distintiva y una alta realización estética.
De fuerte raigambre pictórica, en Отец и сын (Father and Son), excava en las profundidades del deseo como si estuviésemos en un sueño.
Expresarlo en estos términos para hablar de una película que se cierra, y nunca mejor dicho, en la relación entre un padre y un hijo, puede deducirse un componente incestuoso.
Nos cuesta entender una pasión amorosa desligada de una fuerza sexual.
Esos cuerpos que se buscan parecen expresar una atracción.
Pero, ¿puede expresarse ese amor en términos paterno filiales?
A ese interrogante nos adentra Sokurov.
Que conste que, el mayor daño que se le puede hacer a este film es leer peligrosas sinopsis que anulan el misterio, y con él, el poder de sugerencia que Sokurov trabaja tan magistralmente por la vía de la experiencia estética.
Y en ese misterio debemos quedarnos subyugados.
A través de formas capaces de evocar sensaciones mediante la abstracción del tiempo y el espacio.
En esa indeterminación de las dimensiones que rigen la condición humana, la mirada detallista del físico no lo objetiva.
Sino que abre la puerta a la emoción más extrema.
Y con ella, el cuerpo se subjetiva en toda su plenitud para así expresar las pulsiones y latencias más profundas del ser.
Dos personas: Padre e hijo que se resisten a morir.
La esencia de la elegía puesta en práctica por un maestro de las perfecciones metafísicas-formales.
El genio de Podorvikha (su ciudad natal) sabe como nadie dominar los sueños, empastar los colores, decir lo máximo con pocas palabras, doblegar a los actores para hacer que cada uno de sus gestos esté en el lugar adecuado, nada sobra, nada falta en una historia conmovedora donde ninguno quiere que su mundo acabe a pesar de ser inevitable.
El amor, como bien supremo también muere, el padre y el hijo desde su misticismo, pretenden resistir a las fuerzas de lo humano, la lucha, del todo, solo tiene un fin posible, su propia asfixia.
El amor puro y espiritual no es capaz por sí solo de doblegar al mundo, sólo en los sueños ese tipo de amor se puede hacer realidad, por ello los protagonistas sueñan e intentan atraparse el uno al otro.
Por el contrario, en la vida real las fortalezas se derrumban, las cadenas se rompen, los lazos se desatan y los protagonistas intentan no ser víctimas de su propia soledad.
La secuencia que abre la película, es tremendamente provocadora, en cuanto nos introduce en el largometraje, es un claro ejemplo de lo mencionado.
En ella vemos dos torsos desnudos presumiblemente uno encima del otro.
El detalle se centra en unos brazos masculinos que tratan de retener los del segundo y donde oímos una respiración entrecortada.
Unas exhalaciones que bien podrían parecer un aliento sexual.
Pero lo que escuchamos no parece encajarnos del todo con lo que vemos.
Esta fruición o placer intenso, da paso a un primerísimo plano de una boca que se abre, emitiendo un profundo gemido.
Todo parece indicar que son dos cuerpos que retozan en el acto sexual y uno de ellos alcanza el orgasmo.
Para a continuación, dejarnos ver, como uno de los hombres semidesnudo mantiene en su regazo al más joven.
Padre e hijo en una pietà de comunión absoluta y todo ello, expresado mediante la parcelación del físico.
En ese sentido, la verdadera formalización de la subjetividad pasa por dos deseos primarios: Eros y Tánatos.
Es decir Eros el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, y Tánatos que en la teoría psicoanalítica, es la pulsión de muerte, que se opone a Eros, la pulsión de vida; la pulsión de muerte identificada por Sigmund Freud, que señala un deseo de abandonar la lucha de la vida y volver a la quiescencia y la tumba.
Sokurov indaga sobre el primero mediante una expresión plástica, excelente y embriagadora, que se nutre de la luz radiante y cegadora del verano en su plena efervescencia.
Por eso, aunque se encuentren sumidos en la absoluta oscuridad de su apartamento, sus rostros permanecerán invariablemente esclarecidos por los rayos de sol que se filtran por las ventanas.
Pero no estamos ante un claroscuro tenebrista fruto de ese contraste.
La oscuridad no borra los contornos de la habitación y los primeros planos de los rostros iluminados permiten que focalicemos nuestra atención en el fulgor de las caras.
Es, como hemos dicho, una operación estética, que en su preeminencia sobre el aspecto corporal, permite la expresión suprema de un estado pasional.
El cual se cataliza a través de una fisionomía fluida que parte de una (bella) masculinidad neoclásica.
Por ello, son entes físicos en continuo desplazamiento.
En el mismo apartamento, se mueven bajo una fuerza centrípeta sobre sí mismos, trazando en su oscilación, un ballet que recuerda a algo de la ritualidad del ejército, su contexto más inmediato.
Y en ese flujo, cuando se detienen frente a frente, se manifiesta la vibración interna de las fuerzas que gravitan en su interior.
Unas fuerzas que tienen algo de reto, en cuanto el descendiente desea romper ese vínculo estrecho.
En ese momento, el hijo le tocará la línea de las cejas al progenitor, para acto seguido, tocarse la suya.
Después la mejilla del padre, para reconocerse la suya.
Hay una búsqueda en el contacto físico que responde a cuánto hay de pertenencia del vástago en el procreador.
Lo he dicho, la clave, la esencia, es el misterio, no las respuestas.
Lo que importa es la indagación a través de la expresividad del cuerpo como sustancia subjetiva que corporiza los impulsos.
Y dado que es un territorio difuso, en cuanto el latido sexual parece pedir protagonismo en el subtexto relacional, Sokurov lo visualiza mediantes filtros de cámara y lentes especiales que buscan dotar a la imagen de un halo onírico.
Unos primeros planos de padre e hijo en el mismo apartamento visto tras una radiografía.
No estamos pues, ante un esteticismo brillante y poético pero vacuo y artificial.
Ya que niega la distancia de la observación.
Nos interpela mediante la sensación.
Los sentidos como fuente de estímulos que aviven nuestra propia subjetividad.
Esa forma de mirarse entre padre e hijo, para expresar una tensión soterrada que atenta con romper su unión.
La forma de recorrerse, mirarse y explorar el cuerpo como catalizador de deseos prohibidos.
La presencia del cuerpo masculino en lugar preeminente y esa factura visual plenamente sugestiva, sitúa su film en un enclave pleno de insinuaciones.
Y el enigma del cuerpo sigue vivo para futuras exploraciones.
Es una ilusión casi perfecta, una historia sin principio ni un final estructurado, que adopta la hipnotizante forma de un poema relatado a través de imágenes, hermosas y delicadas que dejan la sensación de estar siendo testigo de un racconto interminable.
Uno relatado a través de los ojos de un realizador tan pero tan sensible, que se toma la molestia de darle un color especial, casi sepia, añejo, a las imágenes, planos que no son comunes, solamente para exaltar la belleza y la pureza de esta película.
La historia gira en torno a la relación de un padre y un hijo, que viven juntos en un departamento antiguo, atemporal y atmosférico, en un edificio quizás de las mismas características, en el cual han creado un pequeño pero impenetrable mundo personal.
El padre, melancólico y extraño, a ratos cercano y a ratos patológicamente nostálgico y tengo que decirlo, extremadamente atractivo, conoció a su único amor, su ex esposa, mientras estudiaba tal cosa en tal academia.
Ella fallece y desde ese entonces no ha podido dejar de amar a su hijo, Alexei, de la misma forma en que amo a su esposa.
Con este detalle, nos deja ver a través de sus ojos, el enorme parecido que tiene su hijo con su mujer.
Es así como el padre no se imagina su vida sin su hijo.
Alexei quiere a su padre con devoción y profundamente, un sentimiento filial intensificado por una responsabilidad moral instintiva que la vida pone a prueba.
El amor que se profesan es de una virtud y una escala mitológica, pero que no puede darse en la vida real.
Es la encarnación de un cuento de hadas.
Ambos poseen un intenso amor por el otro, pero también comparten el dolor por su sufrimiento.
Aunque a penas pueden imaginar una vida sin el otro, se dan cuenta de que su separación es inevitable...
Todo en la pantalla está lleno de una fuerza que sugiere una vida vivida con más intensidad de lo habitual.
Отец и сын (Father and Son) es una película que te hechiza incluso mucho después de sus últimas escenas y provoca pensamientos sobre la familia y las relaciones como pocas películas consiguen.
Pero no hablo de incesto ni de una relación enferma y desviada, aunque algunos podrían verlo de esa manera, hablo de que en Отец и сын (Father and Son) el tema del amor fraternal e inviolable entre un padre y un hijo, ese que crea la sangre, se representa como una ilusión que no todas las personas pueden comprender, un amor que simplemente no tiene cabida en este mundo acostumbrado a sexualizar rápidamente cualquier manifestación que huela a afecto, porque estamos acostumbrados y programados para, incluso, catalogar aquella palabra que escapa a cualquier etiqueta, más que ninguna otra, como lo es el amor.
Esta película es una gran contradicción, porque si bien está construida como una historia onírica, hermosa, pura e idealizada del amor entre padre-hijo, quizás sin querer, el director la concibe como un directo y artísticamente camuflado ataque a quienes tienen más de perverso que de inocente, porque para alguien que no comprende nada, es muy fácil, casi obvio, ver Отец и сын (Father and Son) como otra historia aburrida, lenta y homoerótica mas, otra de tantas que tratan el tema o pretenden acercarse a él.
Algunos pensarían que las intensas y enérgicas escenas, que realmente son capaces de estremecer a cualquiera por su belleza y mágica virilidad, son fotogramas incestuosos, que esta es una película hecha para provocar, una hora y media de insolencia europea.
Este film está diseñado para provocar alabanzas o el rechazo más vomitivo, sobre todo en aquellos que temen ver el concepto básico de una relación entre padre e hijo dibujado en la pantalla, la idea de suprema y eterna unión, en forma de caricias, abrazos y miradas tan extremas que no necesitan, absolutamente, ningún tipo de diálogo.
Es más, Отец и сын (Father and Son) podría haber sido perfectamente una historia muda, ya que las actuaciones, los colores, los realmente hermosos enfoques y la ambientación atemporal, y el inolvidable color crema/sepia, como sacado de un cuadro, compensan todo intento de explicar y de justificar la historia.
Acá no hay que justificar nada, solo hay que observar y permitirse una hora y media de belleza cinematográfica en un idioma extraño.
Honestamente, la película es hermosa y conmovedora, que los diálogos, en lengua rusa, pasan a ser meros agregados en un solitario y melancólico montaje.
No importa si algunos de ellos carecen de mucho sentido.
Filmado en las calles de Lisboa (Portugal), tiñendo el drama con un, quizás, San Petersburgo o cualquier puerto de la tierra de los zares, brumoso y lleno de historia, frío pero acogedor, solitario pero lleno de trenes y rostros caminando.
Los interiores de las casas marcan la decadencia de un régimen, desde las confortables paredes de madera, sencillas pero agradables, hasta las residencias urbanas, que conservan algo de su pasado noble en sus paredes desconchadas y en unas cortinas que parecen colgajos; la ausencia o escasez de muebles, aumenta esa sensación de frialdad y vacío de un sistema que había parado su locomotora y empezaba a desvencijarse.
El bosque y el agua, siempre presente, como elemento cohesionador del discurso.
Y Rembrant!
Todo ello ofrecido en sacrificio a la Libertad de Expresión.
Es en este escenario, en donde Alexei recorre un intenso y doloroso proceso, que incluye una novia que parece estar fuera de contexto en esta historia de machos con cuerpos de acero pero suavizados por su dependencia afectiva, que lo llevará a percatarse que, aunque ame perdidamente a su joven y esforzado padre, tendrá que continuar por la ruta mas lógica y algún día, caminar sin él, por su cuenta.
Claro que para Alexei no es fácil, porque hasta en sueños ve a su padre, simplemente él no puede existir sin su padre, no concibe una foto sin su musculoso brazo protegiéndolo, sin su distante pero visceral amor mutuo, uno que durante toda la trama, da la impresión de querer, traviesamente, traspasar los límites de lo convencional.
Pero no es una historia gay.
Es una historia de amor empujada hacia el audaz extremo de la interpretación inocente y libre.
Está llena de sensaciones de angustia y estremecimiento.
Y el final, el complejo final, una metáfora visual conmovedora, para morir, inexplicable, sigue el mismo camino que toda la película, con imágenes cargadas de poesía y de una banda sonora que convierte el placer en uno doble.
Отец и сын (Father and Son) es presenciar una metáfora ficticia, masculina y extrema, llevada a una impactante irrealidad, una de la cual no dan ganas de escapar.
Es así como la creación artística no es un mero modo de formular una afirmación que existe objetivamente; más bien no existe a menos de ser una visión personal y única del mundo.
La obra de arte implica entonces, una unidad estética y filosófica integral, como un organismo vivo que se desarrolla según sus propios principios internos.
En muchas ocasiones ese travelling nos conduce, como por un túnel inquietante, al mundo de los recuerdos, los sueños, que si bien tienen carácter simbólico, el color carga el significado y va degradándose hasta quedar reducidos a un sepia que evoca su nostálgico estado de ánimo.
La comunicación exige siempre un esfuerzo y un triunfo sobre el quedarse mudo, hasta pide un continuo esfuerzo sobrehumano.
Sin ello, sin una entrega apasionada, no es ciertamente posible que una persona comprenda a la otra.
Es por eso que las grandes verdades necesitan secretos protectores: la felicidad, la muerte, el amor.

Mi padre, solía abrazarme y besarme… cuanto lo extraño...



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