Planet Of The Apes

E=mc²

Somewhere in the Universe, there must be something better than man!

“Tienes razón, siempre he sabido acerca del hombre.
Por las pruebas, creo que su sabiduría debe caminar mano a mano con su idiotez.
Sus emociones deben gobernar su cerebro.
Siempre debe ser una criatura belicosa que da batalla a todo alrededor de él, incluso a sí mismo (…)
La zona prohibida fue una vez un paraíso.
Su raza hizo un desierto de la misma, hace mucho tiempo.”
(Dr. Zaius a Taylor)

Planet Of The Apes es del tipo de películas que ha dejado una marca tal en la infancia, que nos remite a pensar, a la vez que reactualizar ese placer lúdico de ser espectador.
Creo que ello se explica por la manera en que la Ciencia Ficción se infiltra en distintos aspectos de la experiencia cinematográfica y vital, hilados entre los límites difusos que nos ha permitido la vida moderna.
Esa potente posibilidad de imaginar mundos arraigados tanto en el espacio fílmico como en nuestra sociedad, de permitirnos creer en una realidad verosímil a la vez que fantástica, de decir lo indecible en otras circunstancias, nos permite dialogar con los sueños colectivos al mismo tiempo que con los márgenes de nuestra cotidianeidad.
Mi ritualizado referente infantil constituye un tremendo imaginario sobre la modernidad y la sociedad occidental, suponiendo un hito en la cultura de masas de la segunda mitad del siglo XX.
¿Cuál es el influjo que ejerce Planet of the Apes?
Creo que se relaciona con las numerosas capas de significado que contiene.
La primera tiene relación con la intensidad del mundo audiovisual construido al que nos introduce, la segunda con su comentario político-social, y la tercera (la más profundamente imbricada en nuestro imaginario cultural) con su propuesta reflexiva sobre el carácter de “Lo Humano”.
La aceptación de la película tomó bastante tiempo.
Los estudios no querían invertir demasiado en una película dónde hubiera ¡monos parlantes!
Finalmente fue la seriedad con que se abordó la propuesta de maquillaje, considerada como un aporte a la verosimilitud de la historia, la que le permitió su acogida por la 20th Century Fox.
La imagen de la Ciudad Simia refuerza este primitivismo con que se asocia a la civilización de primates.
La arquitectura de la ciudad está diseñada para mostrar la particularidad de esta cultura.
Inspirada en la obra de Gaudí y tomando como ejemplo la antigua ciudad de piedra del valle Goreme (Turquía), es un diseño orgánico –casi arbóreo- que muestra una relación estrecha con el mundo natural, hasta manifestar una especie de nostalgia cultural de los simios por su propio pasado.
La estética del paisaje visual y sonoro, por tanto, nos permite enfrentarnos a una sociedad simia que, a la vez que “evolucionada”, va remitiéndonos constantemente al pasado hipotético de la humanidad contemporánea.
Los simios tienen una inteligencia desarrollada, lengua, religión, organización social y política propias.
Una sociedad que manifiesta un desarrollo evolutivo alternativo al humano, con niveles de “primitivismo” y complejidad que se van superponiendo constantemente en la película (nuevamente, la ambigüedad).
Los humanos de ese mundo, en cambio, son animales salvajes y considerados inferiores, a la vez que un riesgo para la sociedad simia
A lo largo de la película, se manifiesta una persistente crítica hacia una sociedad donde se ha instalado la injusticia y la discriminación social, así como la falta de transparencia del poder.
Podemos mirar a través de los ojos de Taylor (Charlton Heston) y escuchar sus comentarios sardónicos, que van transformando al personaje de un inicial escéptico de la humanidad, a su único héroe defensor.
Por su puesto, son evidentes los paralelos que pueden establecerse entre este distópico futuro y nuestra propia sociedad, especialmente cuando al término de la película nos enteramos que este mundo no es más que el producto de la acción humana.
Una secuencia en particular, entre muchas, nos permite referirnos al conjunto de cuestiones sociopolíticas que se plantean en el film.
Nos referimos al Juicio a Taylor, donde se burla de la sociedad de castas simia, así como de la absurda intolerancia que conlleva el proceso.
La secuencia nos revela, asimismo, que los postulados “científicos” de los simios están dominados por el dogma religioso (abierta crítica a las teorías creacionistas). 
De manera subyacente se van expresando el miedo a la diferencia y la fantasía de superioridad de la sociedad simia (y occidental) frente a la otredad cultural. 
Además, se plantea la agenda política que podemos encontrar tras la elaboración de supuestos criterios de verdad, los que van constituyendo la base del discurso epistemológico legitimador del poder.
Con la película existía la conciencia de que no hacían “sólo” ciencia ficción, sino una película política.
Esta conciencia no se verbalizaba ni siquiera entre ellos mismos, por supuesto, fruto del miedo a expresar contenidos semejantes en una película de corte “familiar” durante el contexto de la Guerra Fría y, específicamente, de la Guerra de Vietnam.
Así por ejemplo, en la secuencia del Juicio la utilización de una cita a los tradicionales “monos místicos” en forma de representación visual, viene a reforzar el tono político del texto hablado.
Los tres monos japoneses, según la leyenda, eran los mensajeros enviados por los dioses para delatar las malas acciones de los humanos.
En Planet of the Apes los vemos utilizados irónicamente, como el comité de jueces simios que se niega a ver, escuchar o hablar de la posibilidad de verdad que se presenta ante ellos.
Planet of the Apes constituye además, por sobre todo, una dura mirada sobre la naturaleza humana, capaz de conducir el exterminio de toda la civilización.
Es el ser humano quien provoca la destrucción de aquello que le ha sido entregado bajo su control.
Su soberbia en el uso de la técnica para aplastar la naturaleza, constituiría una mal interpretación moderna de su misión de dominación
Nos referimos a la misión divina que se atribuye a sí mismo, basada en los textos bíblicos:
“Entonces dijo Dios: 
Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y sea amo de los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: 
Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y dominad sobre los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”
(Gn. 1:26-28).
Evidentemente, es el contexto de producción de la película (Vietnam, la carrera espacial y el peligro inminente de una guerra nuclear) el motor para esta propuesta.
El mensaje fundamental de la película, expresado magníficamente en la famosa secuencia final fue bastante controversial.
Bajo el supuesto de que después de una guerra nuclear los seres humanos sufrirían una involución, que los llevaría de vuelta a su estado de naturaleza meramente animal, la “siguiente” especie en la escala evolutiva es la que desarrolla la cultura, humanizándose por medio del lenguaje, la razón y la creencia en una espiritualidad exclusiva de su especie.
Ahora los simios serían los que deben cumplir la misión divina de dominar la tierra, incluida la familia de los homínidos (donde ya no podríamos encontrar propiamente un homo sapiens).
La película abarca pues uno de los tópicos más frecuentes del género de Ciencia Ficción: la pregunta sobre la naturaleza humana (¿qué hace humano al ser humano?), así como el problema de la deshumanización en la sociedad contemporánea.
Lo humano en Planet of the Apes no se mide mediante un sustrato biológico, expresado en nuestra apariencia física, forma bípeda y orgulloso pulgar oponible. 
La clave de la humanidad estaría más bien en el orden de lo intangible, como ha sostenido Occidente desde la filosofía clásica.
Ella estaría en nuestra facultad de razonar, es decir, básicamente, en nuestra capacidad de simbolización a partir de utilización del lenguaje articulado.
Tema abiertamente ignorado en el horripilante (excepto Mark Wahlberg) remake de Tim Burton (2001), que claramente le resta la profundidad reflexiva que implica la versión original…
Fruto de ello devendría nuestra capacidad de crear con las palabras, con la mente y con las manos (Homo faber).
De esta manera, lo humano tendría su fundamento en la habilidad creadora de una especie por sobre otras, es decir, en la elaboración de aquello que nos diferenciaría del resto de las bestias: la cultura.
Quienes crean cultura, quiénes se atribuyen por tanto esa posibilidad de poseer algo más que lo visible (“el espíritu”, “el pensamiento”, “la razón”) son los que pueden hacerse llamar realmente “humanos”.
En este caso… los simios.
Es por ello que una de los momentos más trascendentes de la película será el encuentro de la muñeca en la excavación de Cornelio.
Son los objetos, las creaciones materiales del registro arqueológico las que delatan una posible variabilidad de fuentes creadoras.
Como vemos, el paradigma evolutivo que supone la película nos lleva a pensar en que la cualidad humana (y esto es lo aterrador) es algo que sólo hemos conseguido a través del tiempo, y por ende es también susceptible de ser cambiada.
La humanidad es dinámica, histórica, existencial; no es esencial o exclusiva de una especie animal.
Se nos plantea la posibilidad, por lo tanto, de perder humanidad.
Planet Of The Apes es una historia de ciencia ficción muy original, muy bien montada y creíble, con un final sorprendente.
Es destacable el trabajo de maquillaje de los simios, la ambientación, muy lograda y convincente, y los efectos especiales, que junto con el ambiente en que se estrenó la película (la llegada del hombre en la Luna, la Guerra Fría) e indirectamente el film de Stanley Kubrick, 2001: A Space Odyssey, de ese mismo año, contribuyeron a su enorme éxito, originando toda una saga que es un clásico de la ciencia ficción.
La película, priorizando el tema sociológico y necesitando una excusa para este (cómo un hombre actual podría llegar a un planeta Tierra habitado por simios), trata el tema del viaje en el tiempo de forma errónea al basarse en la dilatación-contracción del espacio-tiempo a velocidades cercanas a la luz predichas en la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
Tales contracciones se corrigen con la aceleración, por lo que Taylor y su tripulación habrían envejecido rápidamente y muerto antes de detenerse totalmente en la superficie del planeta.
La teoría especial de la relatividad, también llamada teoría de la relatividad restringida, es una teoría física publicada en 1905 por Albert Einstein.
Surge de la observación de que la velocidad de la luz en el vacío es igual en todos los sistemas de referencia inerciales y de sacar todas las consecuencias del principio de relatividad de Galileo, según el cual cualquier experiencia hecha en un sistema de referencia inercial se desarrollará de manera idéntica en cualquier otro sistema inercial.
La teoría especial de la relatividad estableció nuevas ecuaciones que permitían pasar de un sistema de referencia inercial a otro.
Las ecuaciones correspondientes conducen a fenómenos que chocan con el sentido común, siendo uno de los más asombrosos y más famosos la llamada paradoja de los gemelos.
La relatividad especial tuvo también un impacto en la filosofía, eliminando toda posibilidad de existencia de un tiempo y de un espacio absoluto en el conjunto del universo.
Por eso, la dilatación del tiempo viene a ser el fenómeno predicho por la teoría de la relatividad, por el cual un observador observa que el reloj de otro (un reloj físicamente idéntico al suyo) está marcando el tiempo a un ritmo menor que el que mide su reloj.
Esto se suele interpretar normalmente como que el tiempo se ha ralentizado para el otro reloj, pero eso es cierto solamente en el contexto del sistema de referencia del observador.
Localmente, el tiempo siempre está pasando al mismo ritmo.
El fenómeno de la dilatación del tiempo se aplica para cualquier proceso que manifieste cambios a través del tiempo
En la relatividad especial, la dilatación del tiempo es recíproca: vista como dos relojes que se mueven uno con respecto al otro, será el reloj de la otra parte aquél en el que el tiempo se dilate.
Suponiendo que el movimiento relativo de ambas partes es uniforme, lo que significa que ninguno se acelera respecto al otro durante las observaciones.
En contraste, la dilatación gravitacional del tiempo (como es considerada en la relatividad general) no es recíproca: un observador en lo alto de una torre observará que los relojes del suelo marcan el tiempo más lentamente, y los observadores del suelo estarán de acuerdo.
De esta manera la dilatación gravitacional del tiempo es común para todos los observadores estacionarios, independientemente de su altitud.
La descripción de la sociedad de los monos que se muestra en la película ataca las nociones de la superioridad humana.
En particular, los prejuicios religiosos de los monos sobre los humanos, pueden ser interpretados como un ataque al creacionismo y a la idea de hegemonía de la especie humana en la Tierra.
Se denomina creacionismo al conjunto de creencias, inspirada en doctrinas religiosas, según la cual la Tierra y cada ser vivo que existe actualmente proviene de un acto de creación por uno o varios seres divinos, cuyo acto de creación fue llevado a cabo de acuerdo con un propósito divino.
Por extensión a esa definición, el adjetivo «creacionista» se ha aplicado a cualquier opinión o doctrina filosófica o religiosa que defienda una explicación del origen del mundo basada en uno o más actos de creación por un dios personal, como lo hacen, por ejemplo, las religiones del Libro (La Biblia).
Por ello, igualmente se denomina creacionismo a los movimientos pseudocientíficos y religiosos que militan en contra del hecho evolutivo.
El creacionismo se destaca principalmente por los «movimientos antievolucionistas», tales como el diseño inteligente, cuyos partidarios buscan obstaculizar o impedir la enseñanza de la evolución biológica en las escuelas y universidades.
Según estos movimientos creacionistas, los contenidos educativos sobre biología evolutiva han de sustituirse, o al menos contrarrestarse, con sus creencias y mitos religiosos o con la creación de los seres vivos por parte de un ser inteligente.
En contraste con esta posición, la comunidad científica sostiene la conveniencia de diferenciar entre lo natural y lo sobrenatural, de forma que no se obstaculice el desarrollo de aquellos elementos que hacen al bienestar de los seres humanos.
La existencia de la evolución como una propiedad inherente a los seres vivos ya no es materia de debate entre los científicos.
Los mecanismos que explican la transformación y diversificación de las especies, en cambio, se hallan todavía bajo intensa investigación.
Dos naturalistas, Charles Darwin y Alfred Russel Wallace propusieron en 1858, en forma independiente, que la selección natural es el mecanismo básico responsable del origen de nuevas variantes fenotípicas y, en última instancia, de nuevas especies.
Actualmente, la teoría de la evolución combina las propuestas de Darwin y Wallace con las leyes de Mendel y otros avances posteriores en la genética; por eso se la denomina síntesis moderna o teoría sintética.
Según esta teoría, la evolución se define como un cambio en la frecuencia de los alelos en una población a lo largo de las generaciones.
Este cambio puede ser causado por una cantidad de mecanismos diferentes: selección natural, deriva genética, mutación, migración (flujo genético). 
La teoría sintética recibe en la actualidad una aceptación general de la comunidad científica, aunque también ciertas críticas.
Ha sido enriquecida desde su formulación, en torno a 1940, por avances en otras disciplinas relacionadas, como la biología molecular, la genética del desarrollo o la paleontología.
De hecho, las teorías de la evolución, o sea, sistemas de hipótesis basadas en datos empíricos tomados sobre organismos vivos para explicar detalladamente los mecanismos del cambio evolutivo, continúan siendo formuladas.
Las consecuencias de la evolución vienen siendo entonces: 
La adaptación que es el proceso mediante el cual una población se adecua mejor a su hábitat y también el cambio en la estructura o en el funcionamiento de un organismo que lo hace más adecuado a su entorno.
Coevolución: 
La interacción entre organismos puede producir conflicto o cooperación.
Cuando interactúan dos especies diferentes, como un patógeno y un huésped, o un depredador y su presa, las especies pueden desarrollar conjuntos de adaptaciones complementarias.
Especiación o cladogénesis:
Es el proceso por el cual una especie diverge en dos o más especies descendientes.
Y por último la extinción, que viene a ser la desaparición de una especie entera. 
La extinción no es un acontecimiento inusual, pues aparecen a menudo especies por especiación, y desaparecen por extinción.
De hecho, la práctica totalidad de especies animales y vegetales que han vivido en la Tierra están actualmente extinguidas, y parece que la extinción es el destino final de todas las especies.
Estas extinciones han tenido lugar continuamente durante la historia de la vida, aunque el ritmo de extinción aumenta drásticamente en los ocasionales eventos de extinción.
Las actividades humanas son actualmente la causa principal de esta extinción que aún continúa; es posible que el calentamiento global acelere aún más en el futuro.
El papel que juega la extinción en la evolución depende de qué tipo de extinción se trate.
Las causas de las continuas extinciones de "bajo nivel", que forman la mayoría de extinciones, no están bien comprendidas y podrían ser el resultado de la competencia entre especies por recursos limitados (exclusión competitiva).
Si la competencia de otras especies altera la probabilidad de que se extinga una especie, esto podría situar la selección de especies como un nivel de la selección natural.
Las extinciones masivas intermitentes también son importantes, pero en lugar de actuar como fuerza selectiva, reducen drásticamente la diversidad de manera indiscriminada y promueven explosiones de rápida evolución y especiación en los supervivientes.
Lo que causó controversia fue el mensaje de la película; después de una guerra nuclear en toda la Tierra, la mayoría de los seres humanos o todos acabarían sufriendo un terrible retraso cultural hasta comportarse como animales y se presentaría la oportunidad de que la siguiente especie en la escala evolutiva se desarrollara hasta el grado de crear una civilización y dominar la tierra como lo hicieron los humanos, y estos últimos quedarían sometidos a la voluntad de los simios.
Que la película presente tan inquietante discurso en torno a la humanidad, se sostiene en gran medida precisamente por la utilización de simios como antagonistas (o portadores) de lo humano.
La figura del Simio ha sido históricamente preocupante en el imaginario occidental. 
La imagen del Simio humanizado era ya conocida en la iconografía fantástica moderna, y desde la antigüedad, el mono había referido a una caricatura del hombre.
En la Edad Media el Simio parece expresar la parte animal del hombre y esta “confusión” continúa incluso hasta principios del siglo XIX.
Se asocia, por ejemplo, al orangután con la leyenda del Homo sylvestris (El Hombre Salvaje), un peludo infra-humano que ha perdido su dignidad por fallas espirituales: 
“A partir del siglo XIV, el mono adquiere en la iconología el valor de un “hombre degenerado”.
Comienza a representar a la víctima del diablo, el pecador.
El Simio representa pues un estado liminal entre Naturaleza y Cultura.
Es precisamente su carácter mimético el que le ha conferido ese poder turbador, pues es el misterioso parecido a lo humano, a la vez que su “salvaje” diferencia, la que nos hace dudar de su completa animalidad o humanidad, ungiéndole de un cierto poder simbólico que refleja nuestra propia ambigüedad con respecto al mundo natural.
En el siglo XIX esta imagen se mantiene, a la vez que entra en tensión.
El ímpetu moderno por separase de la naturaleza y controlarla mediante la técnica, como una expresión del progreso espiritual de la humanidad, nos quiere distanciar definitivamente del Simio, ya no como un sinónimo del pecado, sino como un referente de inferioridad en lo que empezó a llamarse “la escala evolutiva”.
Esta modernidad en expansión establece, o pretende establecer, un límite claro entre lo animal (lo natural) y lo humano (lo civilizado).
Los monos quedan fuera, y Darwin nos da pruebas científicas (y por tanto “verdaderas” bajo la óptica del positivismo decimonónico) de que esto sea así.
Curiosamente, sin embargo, el postulado evolucionista no deja de ser paradójico, puesto que termina situando a los simios como representantes de una especie de “parientes atrasados”, a una distancia excesivamente cercana de los humanos.
Se interpreta a estos animales como algo parecido al pasado de la humanidad, por lo tanto, como un germen de nosotros mismos.
Si bien esto no es exactamente lo que la teoría de la Evolución plantea, sino más bien la posibilidad de tener un “tronco común” entre ambas familias del reino animal.
Lo que aquí nos interesa, sin embargo, es la interpretación popular que se ha hecho de esta teoría científica.
Ello le valdrá a Darwin y su teoría de la Evolución tanto la burla del público, como la demonización por parte de los sectores religiosos más conservadores.
Así pues, la misma teoría que nos distingue en términos progresivos del resto del mundo animal, nos obliga a considerarnos parte de ese mundo.
La tensión con respecto a nuestro propio carácter primate va a seguir prevaleciendo entonces en las fantasías de occidente.
Por ejemplo, podemos citar uno de sus más famosos íconos en la novela “Tarzán, el hombre mono” de Edgar Rice Borroughs, sus secuelas y sus múltiples versiones cinematográficas.
De esta manera, la naturalización que implica la teoría de la evolución le permite a Planet of the Apes sostener su juego invertido, logrando que haga sentido y cause impacto dentro del imaginario social moderno.
La película fue premiada con 2 nominaciones de la Academia en 1969 en las categorías de mejor banda sonora (Jerry Goldsmith) y mejor vestuario (Morton Haack), pero ganó un premio honorífico especialmente creado para John Chambers por la calidad del maquillaje, que permitía mediante la implantación de prótesis, la expresividad gestual de los actores.
Planet of the Apes, dirigida por Franklin J. Schaffner, está protagonizada por Charlton Heston, Roddy McDowall, Kim Hunter, Maurice Evans y Linda Harrison en los papeles principales.
Basada en la novela homónima de Pierre Boulle.
La película constituye una cruda y despiadada mirada sobre la naturaleza humana, capaz de conducir al exterminio a toda la civilización.
Franklin J. Schaffner se permite el lujo de retrasar la aparición de las monstruosas criaturas, que es precisamente lo que el espectador quiere ver desde el principio, para provocar que se mantenga en tensión y expectante ante cualquier acontecimiento extraño que aparezca en pantalla.
De hecho, todos, seguro, nos llevamos un pequeño susto la primera vez que vemos a los mal llamados “espantapájaros” en lo alto de la colina.
Por supuesto, el alma de la película es Charlton Heston, el protagonista, nuestro referente como espectadores, y quien debe pasar por todo ese viaje de pesadilla hasta encontrarse con su destino.
Heston interpreta a un investigador decepcionado con la marcha de la humanidad y deseoso de encontrar algo que dé sentido a la existencia.
Con gestos serios, frases ácidas, risa sincera y voluntad firme, el personaje debe ir modificando su conducta para no acabar convertido en un mero adorno para el museo simio.
Su particular rostro le viene a la perfección a un hombre que trata de poner orden en lo que le rodea; que no se explica cómo es posible que unos animales hayan llegado a controlar un planeta, una zona que debería estar gobernada por seres como él, humanos inteligentes.
Y como hombre que es, se comporta de forma violenta y hostil hacia los animales, puesto que él debe ser el que esté por encima.
Algo que queda reflejado en esa mítica frase que se libera poderosamente de su dolorida garganta, atrapado en una red y justo cuando los simios van a agarrarlo.
Taylor es un antisistema, un tipo que reniega de la sociedad en la que vive, lo que le lleva a emprender un viaje que le separará definitivamente de su especie (frente a las motivaciones más idealistas de sus compañeros de viaje).
No cree en el hombre y el cinismo es patente en cada gesto, en cada palabra –su misma relación con Nova o el antológico momento en que uno de sus compañeros coloca la bandera yanqui y estalla en carcajadas-.
Un hombre desesperado, vuelto de todo, que al final descubre que todo lo que ha dejado atrás sí le importa, aun cuando ya no pueda hacer nada.
Al margen de Heston, Linda Harrison, una primitiva que sólo acompaña a su pareja, que siendo la Eva de la película, tiene erradicado el don del lenguaje, algo que las feministas de la época han atacado fuertemente,
Además tenemos a gente como Roddy McDowall, Kim Hunter o Maurice Evans, que interpretan a diferentes simios.
De hecho, la idea de la obra es muy pesimista, en el sentido de que los que suplantan al hombre están también condenados a repetir sus errores.
De mensaje siempre vigente, desde que el ser humano se alza como el animal dominante y con derecho a imponerse y manejar a los demás a su antojo.
Vigente hoy también por todo el tema del calentamiento global y la destrucción del planeta.
Quizá somos tan ciegos que necesitamos, como en el film, una gran guerra que acabe con todo y que permita a la “sabia” naturaleza volver a plantearse si permitir que gobernemos la Tierra.
Quizá el simio lo haría mejor.
En todo caso, sin armas ni líderes fanáticos religiosos, por favor.
La música experimental de Jerry Goldsmith es también una piedra angular en la generación de una sensación de angustia, intranquilidad y un particular extrañamiento, tanto emocional como cultural.
La banda sonora se compone de sonidos que nos remiten a lo primitivo y atávico, contribuyendo a la formación de un paisaje sonoro que parece ancestral y futurista al mismo tiempo.
Su estilo atonal, sus abruptos silencios, así como la utilización de cuernos de animales, percusiones e instrumentos de viento exóticos, nos permite conectarnos con un mundo desconocido y amenazante.
Contribuye, por lo tanto, a vincularnos inmediatamente con lo natural y lo salvaje. 
Se convierte en un aura envolvente que nos traslada directamente al trasfondo antropológico de la película, esto es, al sentido evolutivo e involutivo que propone ambiguamente para la construcción de lo humano.
Hay quien piensa que la crueldad es fruto del ser humano y quien piensa que lo es de la naturaleza.
Desde luego, en Planet of the Apes nos señalan como el mal del planeta, de un modo muy similar a como lo hiciera, mucho después, el agente Smith en ‘Matrix’ (“el hombre es un virus”).
En el glorioso final de la película, sin lugar a dudas uno de los mejores de toda la Historia del Cine, un enfurecido Charlton Heston maldice a la raza humana, golpeando el agua y la tierra como uno de esos simios a los que se ha enfrentado poco antes.
Un grito desgarrador que calza perfectamente con la imagen de cierto monumento simbólico en un no menos significativo estado.
Una estampa para la eternidad de una película que debería ser vista y analizada por todos; y cuanto antes, mejor.
En el imaginario infantil, que acepta libremente las posibilidades de lo real, se asume nuestra cercanía y la empatía con el reino animal.
En la reflexión adulta, ello necesita hacerse consciente, validar que una historia ambigua entre naturaleza y cultura puede sostenerse como una “estructura intercambiable, que permite que se desarrolle la fantasía donde la mitología secular moderna está aprisionada”.
Recién al aceptarlo podemos permitirnos disfrutar, a la vez que vacilar y cuestionarnos, ante este extrañamiento que nos ofrece el cine frente al orden de las “leyes naturales”, introduciéndonos de lleno en lo fantástico.
Reflexionar finalmente sobre lo extraño, que “sólo se da en la normalidad, no en la rareza”, esto es, que sólo se da bajo los supuestos subyacentes de nuestra cotidianeidad.
Ahí está, a mi juicio, la posibilidad y la fortaleza de la Ciencia Ficción.
Nos permite jugar a ser espectadores inconscientes u optar por ir desenrollando la serie de implicaciones culturales que hay detrás de la historia fantástica.
Nos abre así la posibilidad de la introspección y la crítica, justamente porque no pretende ocultar que aquello que es Imaginario nunca deja verdaderamente de estar entrelazado con lo que conocemos como Real.
Actualmente la especie humana se ha desarrollado en el terreno de la ciencia en grandes proporciones, hasta conseguir grandes logros.
Nuestras condiciones de vida han ido progresando hasta conseguir una buena calidad.
Nuestro aspecto físico se caracteriza por una mayor estatura en relación al peso. 
La altura media en la especie humana es de 1.65 aproximadamente.
El peso, con sus excepciones, está entre 60-65 kilogramos.
La postura es totalmente erguida, bípeda y utilizamos en la mayoría de los casos las manos para cualquier actividad.
El pelo está presente en todo nuestro cuerpo, pero es un carácter recesivo del cuerpo humano y aparece en poca cantidad, ya que no es tan necesario para mantener la temperatura corporal.
Nuestras costumbres son muy características y variadas en cada cultura.
Hemos adaptado una forma de vida en la que la educación progresa constantemente y es fundamentalmente el desarrollo de las siguientes generaciones de nuestra especie humana.
Nuestras actividades son “totalmente civilizadas”, vivimos en zonas con todo tipo de comodidades.
Mantenemos un orden y unas prioridades ante otras.
Todos trabajamos de una forma progresiva hacia nuestro futuro.
En conclusión: la especie humana ha evolucionado dejando atrás una vida sedentaria y una larga historia.
Los monos son los mamíferos que nos precedieron en el proceso evolutivo, y tienen como su antecesor inmediato a los lémures, menos numerosos y variados que los monos, en la actualidad.
Los primates superiores se denominan simios, siendo sus rasgos más indicativos el poseer uñas planas, cara corta y con muy poco pelo, y en general tienden a parecerse a nosotros los humanos.
Utilizan sus manos en casi todas las actividades que emprenden.
En muchos primates el pulgar se presenta opuesto a los otros dedos, lo que permite agarrar objetos con mayor precisión.
Los monos son los primates superiores más primitivos.
Se clasifican en dos grandes grupos.
Los monos del viejo mundo, África y Asia, se denominan catarrinos, básicamente por la estrechez que presenta su tabique nasal.
Los monos del nuevo mundo, nuestro continente americano, se llaman platirrinos, dada la gran separación entre sus fosas nasales.
Se calcula que empezaron a evolucionar hace unos setenta millones de años, a partir de los prosimios (musarañas y lémures).
El tamaño de su hocico ha ido disminuyendo conforme se iban utilizando las manos.
La visión también se fue agudizando sustituyendo el uso del olfato para cazar.
Los mamíferos antropoides del viejo mundo se dividen en cercopitécidos, póngidos (orangutanes y los gorilas, primates de mayor tamaño, corpulencia e inteligencia, absolutamente vegetarianos y sin cola ni callosidades glúteas, de hábitos diurnos y generalmente pacíficos) y los homínidos primate más evolucionado, de caminar bípedo permanente, omnívoro, el más inteligente y de mayor capacidad de adaptación al medio.
A partir de Planet Of The Apes, que aspecto que tendrá el ser humano dentro de cientos, miles o millones de años es una de esas grandes preguntas a las que los científicos no pueden replicar con una única respuesta.
¿Nos convertiremos en individuos más altos, sanos y esbeltos?
Se trata de una fantasía generalizada, pero algunos investigadores apuntan a panoramas más realistas y otros creen que ni siquiera sufriremos cambios dignos de reseñar.
Las teorías más extraordinarias dibujan un futuro de ciencia ficción, en el que podríamos convertirnos en ciborgs, organismos cibernéticos dotados de dispositivos mecánicos para mejorar las limitadas capacidades biológicas con las que hemos nacido, e incluso hay quien apunta que acabaremos digitalizando nuestras conciencias para conseguir una inmortalidad cibernética.
El debate está más de actualidad que nunca, con motivo del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin (1809-1882) y los 150 años de su obra más famosa, «El origen de las especies».
En su libro, el naturalista británico esbozaba la entonces revolucionaria teoría de la evolución, una ley del más fuerte que quizás ya no funcione con nuestro extenso grupo humano.
En la actualidad, el curso que tomará el hombre está más allá de la fortaleza y la habilidad para sobrevivir al medio.
La tecnología y el desarrollo de la medicina, el cambio climático y la destrucción de los ecosistemas de la Tierra, la gigantesca migración que hemos protagonizado como especie y quizás el más extraordinario viaje que nos espera, la conquista de otros planetas para convertirlos en hogares habitables, pueden influir en nuestra futura apariencia tanto como en nuestras vidas.
Estas son las principales hipótesis al respecto:
La evolución ya se ha detenido:
Por lo que sabemos, las innovaciones genéticas se producen solamente en pequeñas poblaciones aisladas.
Por ejemplo, esto es lo que ocurrió con los famosos pinzones de Darwin en las Galápagos, que adquirieron características propias para ajustarse a la vida en la isla.
La selección natural, a la manera del naturalista británico, tiene lugar cuando una mutación genética -como una columna adecuada para caminar erguido- se transmite de generación en generación, porque supone algún beneficio para la especie.
Finalmente, la mutación se convierte en la norma.
Para unos es muy difícil que esto le ocurra al Homo sapiens, ya que poblamos prácticamente todo el planeta y disfrutamos de gran mestizaje y movilidad.
Tendremos que aprender a vivir tal y como somos es lo que concluyen un porcentaje determinante de científicos.
Esta idea está respaldada por otro concepto importante en la teoría de Darwin que ya no funciona de la misma forma.
El más fuerte no encabeza necesariamente el cambio evolutivo, ya que, gracias a los avances médicos, los más débiles, individuos que habrían muerto sin remedio si sólo dependieran de la selección natural, también sobreviven y pueden transmitir sus genes.
Al menos, en las sociedades occidentales.
La conclusión es que los humanos actuales siguen evolucionando y que la selección natural aún está en funcionamiento.
Por supuesto, los cambios evolutivos identificados por los investigadores serán lentos y graduales, como ocurre con el resto de las especies.
Otros científicos afirman que la evolución sigue actuando a partir de las distintas frecuencias de determinados genes según la localización geográfica de los individuos estudiados.
Y algunos atribuyen gran importancia a la selección de la pareja sexual para garantizar hijos más sanos, una selección a la que la tecnología puede dar un giro, ya que permitirá obtener descendencia sin enfermedades, más fuerte y saludable y, por lo tanto, también más atractiva.
Una inmortalidad electrónica:
El movimiento conocido como transhumanismo que confía en las nuevas tecnologías para trascender al mundo biológico y mejorar las capacidades mentales y físicas del ser humano.
Hablamos que el desarrollo de la clonación, la robótica, la genética, la inteligencia artificial y la nanotecnología cambiarán nuestro aspecto de una forma determinante.
No es una evolución natural, pero es una evolución.
El rango de posibilidades es ilimitado, desde una especie de ciborgs con piezas electrónicas en el cuerpo que nos ayuden a superar nuestras limitaciones humanas hasta el desarrollo de una nueva generación de súper soldados o atletas, propuestas que aunque parezcan insólitas no pueden despreciarse, ya que quizás el futuro nos plantee serios problemas morales que debemos estar preparados para afrontar.
Una de las ideas más extremas del transhumanismo es la inmortalidad electrónica: que el cerebro de una persona pueda «escanearse» átomo a átomo para transferir sus pensamientos a un ordenador.
Colonias fuera de este mundo:
En el futuro, la colonización de otros planetas puede dar lugar a una situación insólita: congéneres de la especie humana absolutamente aislados durante un prolongadísimo espacio de tiempo.
¿Podrían producirse cambios evolutivos?
Para que una nueva especie humana vuelva a surgir sería necesario un panorama semejante.
Sin embargo, a pesar de que poblaciones de lugares como Australia y Papúa Nueva Guinea han permanecido parcialmente aisladas durante 30.000 años, no se produjeron cambios espectaculares.
Entonces, como será el hombre del futuro????
Si el ser humano no acaba por colapsar el planeta, seguiremos evolucionando, esa es la regla.
El desciframiento de genoma humano, que permitirá una modificación en nosotros si a ello nos decidimos, sobra señalar para afirmar que estamos en permanente evolución un hecho: si desde la aparición del Homo sapiens hasta ahora, los humanos hemos evolucionado y variado nuestro aspecto, antes o después, el Homo sapiens se convertirá en una especie más en la cadena dejando paso a otra.
El “punto omega” está a la vuelta de la esquina, pues nos encaminamos hacia la Sexta Extinción.
Si el ser humano quiere progresar en su evolución, no tendrá más remedio que poner fin a muchos problemas a los que se enfrenta, en especial al más desestabilizador: la superpoblación.
Veamos, La Tierra tiene recursos para alimentar sin problemas a una población de algo más de 15.000 millones de habitantes.
Ahora somos un tercio…
Sin embargo, de proseguir con el ritmo de crecimiento actual, dentro de 50, a lo sumo 60 años, nuestro querido planeta azul será el hogar de entre 10.000 y 12.000 millones de habitantes.
Será el momento crítico, al que los expertos llaman “crisis del ecosistema terrestre”.
¿Lo superaremos?
Si lo hacemos, el Homo sapiens iniciará una etapa de desarrollo cultural y biológico –en parte impulsada por el dominio de la genética- sin precedentes, en donde los cambios y mutaciones que ahora se advierten encontrarán por fin una vía de escape.
Somos mutantes. 
Muchas medicinas y evitando la religión, eso es un hecho.
Por primera vez en la historia, los hombres controlamos los rudimentos de modificación genética de los seres vivos.
Y así, al futuro de la especie humana le aguarda una evolución natural, junto a una artificial que nos permita vivir mejor en el mundo que ha de llegar.
¿Quién nos asegura que la integración con las máquinas no sea superlativa y seamos en el futuro hombres biónicos?
Stephen Hawking, el ilustre físico teórico, apuntó: 
“El siglo XXI conocerá seres humanos modificados genéticamente”.
Aún así, y sin entrar a predecir dichas modificaciones, una posible evolución morfológica del hombre obraría los siguientes cambios:
Cabeza: 
Será más grande en un cuerpo más pequeño que el actual, pese a que la tendencia en las últimas décadas, en los países desarrollados, sea la contraria. 
Hemos de señalar, no obstante, que el aumento de la capa cortical y del lóbulo frontal hará que ese incremento de tamaño sea más visible en la parte de la frente. 
Ello provocará la reducción de las mandíbulas y una curvatura mayor en el rostro. 
En conjunto, nuestra cabeza adquirirá la forma de una “pera” invertida.
Pelo: 
Desde hace varios miles de años ha perdido totalmente la función original que tenía como regular la temperatura del cuerpo.
Por tanto, acabará desapareciendo, tanto de la cabeza como de otras partes del cuerpo, salvo el vello que cumple una función sanitaria.
Cejas: 
No se perderán, pues seguirán cumpliendo su función de proteger los ojos.
Orejas: 
En el ser humano, a diferencia del resto de los primates, no disponen de movilidad, y por tanto, no sirven para localizar sonidos.
Así, el proceso de selección natural tenderá a hacer desaparecer o empequeñecer el pabellón auditivo; no así el oído, por supuesto.
Ojos: 
Nunca desaparecerán, pues son junto con el cerebro los órganos cognitivos más importantes.
Eso sí, para permitir una mejor capacidad de visión se volverán más grandes, tanto las cuencas como los ojos y las pupilas en sí.
Los ojos claros tenderán a desaparecer.
Nariz: 
Su función sensorial no se perderá, como tampoco su importancia reguladora de la temperatura, pues en realidad son cámaras refrigeradoras.
Aún así, gracias a los avances sociales y culturales, perderán algo de su segunda función y por tanto disminuirá su tamaño.
Color de la piel: 
La tez blanca, fruto de la selección natural y de la tendencia genética del siglo XX, irá desapareciendo.
Con el paso de los milenios se volverá más parduzca, casi grisácea, y más fina y porosa.
Ello también es consecuencia de la presumible menor ingesta de agua en el futuro.
Abdomen: 
Perderá tamaño y con el tiempo, y la alimentación, de no producirse un colapso en los recursos que provoque un diametral cambio de dieta, también provocará la pérdida de varios metros de intestino.
Pecho: 
Aunque quizá se pierda un pulmón, este será grande, ocupando casi el espacio de los dos pero en una caja torácica mayor, pues requerirá más potencia para extraer la cada vez menor cantidad de oxígeno existente en la atmósfera.
Brazos: 
Se podrían perder algunos de los cinco dedos de las manos.
Todo dependerá de nuestra integración con la tecnología, pero la función de apresar objetos seguirá siendo básica, y por tanto pulgar, índice y medio son los que más posibilidades tienen de subsistir.
En general, los brazos serán más finos y gráciles.
Piernas: 
Algunos huesos desaparecerán, como por ejemplo el peroné.
Nos sobrará con un hueso sustentador en la parte baja de la pierna, ya que además nuestras extremidades inferiores serán más delgadas, aunque ganarán en flexibilidad.
Grasa: 
Se perderá gran parte, al no ser necesaria para preservar el calor.
Órganos: 
Algunos de los que ahora tenemos por duplicado desaparecerán, como por ejemplo los pulmones o los riñones.
Nos bastará con uno.
También desaparecerá el apéndice.
La otra hipótesis: 
Nos convertiremos en anfibios?
Un examen cuidadoso revela que en nuestras espaldas, las direcciones de los delgados vellos que aún nos quedan difieren de forma asombrosa de la de los monos.
En nosotros, apuntan diagonalmente hacia atrás y hacia adentro en dirección a la espina dorsal, lo que parece una modificación exactamente ideada para reducir la resistencia al agua, afirma Desmon Morris en su obra El Mono Muerto (1967).
Su hipótesis –“pasada por agua”, ironizan los críticos- sostiene que hace cientos de miles de años, los ancestros humanos fueron anfibios durante un tiempo (¡La Antártida!).
Sólo así se explica que el Homo sapiens sea el único mamífero de entre los 4.327 catalogados que no disponga de vello corporal a modo de sobrepiel, excepción hecha de los que disponen de coraza o alas protectoras.
La hipótesis de la existencia en el pasado de un Homo aquaticus tuvo cierta consideración en el ámbito académico en los años ochenta.
Hoy ya no la tiene, pese a haberse descubierto la capacidad innata de los bebés cuando nacen para desenvolverse en el agua, incluso justo en el momento del parto.
Aún así, todos los datos parecen demostrar cierta capacidad que tenemos cierta dote per se para desenvolvernos en el medio acuático.
Y quizá, en el futuro, dicha propiedad sirva para propiciar un salto evolutivo. 
Leamos a este respecto las palabras del comandante Jacques Cousteau:
“El hombre será modificado para acceder al espacio y a las profundidades marinas.
Se llenarán los pulmones de un líquido neutro incomprensible y se inhibirán los centros nerviosos que rigen los movimientos respiratorios; una derivación sanguínea que pasará a través de un cartucho químico asegurará directamente la oxigenación de la sangre y la eliminación del gas carbónico.”
El desaparecido investigador y rastreador de enigmas del pasado Robert Charroux no disiente en lo más mínimo del genial científico francés.
Y va más allá, señalando nuestra naturaleza marina:
“Es la condición que tenemos en el vientre de nuestra madre”, asegura antes de concluir: 
“El hombre tiende, en suma, a volver a ser pez”.
Y es que Charroux es de esos heterodoxos que perciben una segunda lectura en las especiales capacidades del delfín, porque apuesta por un origen común para estos mamíferos marinos y para los hombres.
Sabemos que los primeros descienden del creodonte, un anfibio del que conservó su esqueleto, embriones con patas, caderas y vértebras, rasgos distintivos de los humanos.
A esta característica hay que añadir la extraordinaria similitud entre los fetos de ambas especies, que en opinión de Charroux tomaron rumbos divergentes.
Por todo ello, el ser humano podría, gracias a la intervención humana, o gracias a condicionantes ambientales que obligaran a la selección natural a ello, convertirse nuevamente en un ser anfibio.
¿Seremos como los extraterrestres?
“Los visitantes son nuestro futuro”, asegura el escritor Whitley Strieber, un conocido autor norteamericano de best-sellers que en 1985 aseguró haber sufrido varios encuentros con visitantes de otros mundos.
Los seres que él vio eran macrocéfalos, tenían las extremidades muy delgadas y su rostro mostraba grandes ojos pero minúscula boca, nariz y orejas.
Es decir, en parte tenían el aspecto que según la biología evolutivo podemos adquirir los humanos dentro de millones de años.
Los estudios científicos efectuados partiendo de los datos de encuentros con humanoides concluyen que un 63 % de ellos, de acuerdo a los relatos de los testigos, miden menos de 1,60 metros.
Esa misma estadística, efectuada por el brasileño Jader U. Pereira sobre una base de 230 casos, señala que un solo el 15 % de los humanoides superaba los dos metros de altura.
Las conclusiones, confirmadas también por el físico James McCampbell sobre 217 casos similares, certifican el hecho de que los supuestos extraterrestres son por norma general más bajos que nosotros, algo que la prospección evolutiva humana predice para nuestro lejano futuro.
Otra de las predicciones hacen alusión al color de la piel, que se tornará, según dichas investigaciones, más oscura, adquiriendo tintes grisaceos.
Pereira estudió 77 casos en los cuales los testigos describían la tonalidad de los visitantes: en 28 dijeron que eran blancos, y en otros 28, grises.
El resto ofrecieron otro tipo de valoraciones.
Otro estudio viene también a confirmar que los humanoides son como nosotros seremos.
Lo efectuó el investigador galo Eric Zurcher, en su obra: Las Apariciones de Humanoides.
Tras estudiar varios cientos de casos, distribuyó los humanoides en ocho grupos diferenciados.
El más importante de ellos, con un 33,80 % de los casos, responde grosso modo al patrón previsto por los evolucionistas para el posible futuro de la especie humana: estatura por lo general baja, cráneo mayor de lo normal, extremidades finas y boca, nariz y orejas ligeramente atrofiadas.
El otro grupo con más representantes en el completo estudio de Zurcher, con un 16 % de los casos, es aquel que presenta rasgos humanos normales.
Por tanto, también el estudio de este investigador abunda en lo que hemos afirmado: los presuntos extraterrestres son muy similares a lo que biológicamente podemos esperar de nosotros mismos para dentro de unos cuantos millones de años.
La película es mucho más que una historia de ciencia-ficción, tal y como fue entendida en su día. 
Son tres los hechos analíticos esenciales: 
La crítica a la falta de humanización del mundo y autodestrucción de los seres humanos (el hombre es un lobo para el hombre de Hobbes); la crítica al antropocentrismo del ser humano con respecto al resto de la naturaleza (defensa de la ecología profunda) y la crítica a un tipo de religión intolerante con la ciencia y con la razón (defensa de un Darwin o Galileo).
Replanteo la pregunta: 
Que es el ser humano?
El ser humano constituye desde el punto de vista biológico una especie animal bajo la denominación científica de Homo sapiens y pertenece a la familia Hominidae.
Los homínidos (Hominidae) son una familia de primates hominoideos, que incluye al hombre y sus parientes cercanos, orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos. 
Los hominoideos u hominoides (Hominoidea) son una super familia de primates catarrinos sin cola que incluye al hombre y a simios estrechamente emparentados.
A diferencia del mono, el hombre se autodestruye…

“Tened cuidado con el hombre bestia, porque es el peón del diablo.
Entre los primates de Dios, es el único que mata por deporte, lujuria o codicia.
Sí, él asesinará a su hermano para poseer las tierras de su hermano”
(Textos sagrados simios)



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