Hotel Rwanda

Los 100 días que NO conmovieron al mundo.

"tanto tienes, tanto vales"

La historia del hombre que tuvo el valor de concederle valor a la vida y como en tres meses, el país más densamente poblado de África perdió más del 20 por ciento de sus habitantes.
No todo el tiempo el cine es entretenimiento, a veces nos presenta momentos que han ocurrido, que ocurren o que ocurrirán.
Debo confesar que esta es una de esas películas más difíciles de ver, claro está no es nada disfrutable, pero es histórica, me hiela la sangre de solo pensar que los acontecimientos pasaron bajo el mutismo mundial.
Es el ejemplo más fuerte de mi odio hacia la indiferencia y el cruzar de brazos, aunque no fue la ignorancia sobre la masacre sino la falta de voluntad, la que impidió la intervención: del idealismo humanista ilustrado por "la paz" encarnada por un hombre, a la realidad de los intereses geopolíticos.
Siento odio hacia los seres humanos… me da pena, indignación y vergüenza.
No se trata ya de cine necesario, sino imprescindible, cuya existencia, como bofetada de castigo y obligada reflexión acerca de dónde venimos y, sobre todo, hacia dónde nos precipitamos de continuar así, deberíamos agradecer.
Una oportunidad indispensable para conocer una de tantas realidades que han sido ninguneadas, cuando no acalladas, porque carecían de atractivo mediático o político.
Realidades escalofriantes como las que en estos precisos instantes sacuden otros muchos lugares.
Después de ver esta película resulta de mal gusto hablar de aspectos técnicos, de planos, de encuadre, de puesta en escena o de cualquier otra cosa que no haga alusión al contenido.
Después de verla, todos esos problemas y situaciones que afectan a nuestro estado de ánimo configurando lo que llamamos buenos/malos días o buenos/malos momentos, parecen insignificantes.
Es increíble lo relativo que resulta todo dependiendo del mundo en el que te toca vivir.
Sí, la vida es dura para todos, pero lo vivido por esta gente en Ruanda en 1994 es mucho peor que el infierno, es el Apocalipsis.
Da asco ver como necesitamos ignorar lo que ocurre por el mundo para poder seguir viviendo como vivimos.
Y peor es saber que no hay solución a corto plazo, ni a medio, y quién sabe si a largo.
El conflicto que tuvo lugar en Rwanda en la década de 1990 escribió uno de los capítulos más sangrientos de la historia africana y del mundo reciente.
El genocidio fue aún más trágico si cabe por el hecho de que la mayor parte del mundo decidió ignorarlo y cerrar los ojos a la penosa situación del pueblo ruandés.
Mientras las agencias de noticias internacionales hablaban ocasionalmente de “guerra tribal” en Rwanda, el horror del conflicto, en lugar de provocar la indignación internacional, parecía descartarse como “otro incidente del tercer mundo”, al que no merecía la pena prestar atención.
Durante 100 días, casi un millón de personas fueron asesinadas en Rwanda.
Las calles de la capital Kigali, se tiñeron de rojo con los ríos de sangre, pero nadie acudió en su ayuda.
En Rwanda no hubo intervención internacional, ni fuerzas expedicionarias, ni coaliciones de nadie que estuviera dispuesto a ayudar.
No hubo ayuda internacional para Rwanda.
Los extremistas hutu masacraron a sus vecinos tutsi y a cualquier hutu moderado que se interpusiera en su camino, y el mundo se lo permitió.
Las guerras han sido siempre un terreno fértil para el surgimiento de héroes y actos supremos de heroísmo entre la gente corriente.
Rwanda no fue una excepción.
En medio de la terrible violencia y el caos que asoló al país, uno de los muchos héroes que nacieron fue Paul Rusesabagina, un hombre sencillo que por amor y compasión llegó a salvar las vidas de 1.268 personas.
Un filme testimonial sobre un suceso funesto como esa guerra civil de 1994.
El espíritu de cooperación, de brindarse a los demás, de querer revertir a toda costa una situación difícil en forma inteligente y racional, el gran corazón de un hombre que se convirtió en héroe verídico al salvar a más de 1268 personas de una muerte segura frente a la inoperancia de las Naciones Unidas, la indiferencia del mundo que dirá "que pena" frente al televisor y seguirá cenando tranquilamente, son algunos de los tópicos más importantes que retrata el film.
A pesar que la cinta muestra circunstancias ya vistas hasta el hartazgo, no se puede dejar de reconocer que es válida la propuesta de resaltar este tipo de hechos altruistas que nos dan el ejemplo sobre cómo a pesar de una situación hostil y amenazante, el ser humano es capaz de pensar en los demás, sin importarle dejar la vida en ello.
El filme recrea correctamente el genocidio, sin entrar en la exposición gratuita de violencia y sin redundar en imágenes demasiado fuertes, la película está bien ambientada y se recrean las situaciones de manera idónea, sin caer en golpes bajos.
Hecho que sin lugar a dudas debe causar la empatía del espectador frente a una situación de tamaña grandeza.
Que objeto tiene ver esta película, si no es entretenida?
Es una crítica de la guerra y de sus instrumentos, da importancia al diálogo, la coexistencia y convivencia pacífica, muestra las consecuencias de la violencia, y la solidaridad.
Identidad, estereotipos, imagen del enemigo, violencia (sobre todo directa).
Potenciar la capacidad crítica ante la guerra como instrumento para abordar los conflictos.
Potenciar la capacidad reflexiva ante el mundo que nos rodea.
Aprender a ver más allá de lo que nos muestran los medios de comunicación. 
Potenciar el interés por aquello que sucede en nuestro entorno, pero también por lo que sucede más allá de los límites de nuestro microcosmos.
Aumentar la curiosidad y la preocupación por los conflictos del mundo y por la manera en que se abordan, así como por los métodos alternativos con los que se podrían tratar.
Potenciar la capacidad crítica para con los medios de comunicación.
Aprender a valorar (en positivo o en negativo) las diferentes actitudes que toman los que ostentan el poder ante determinados hechos.
El rol de un cuarto poder en manos equivocadas:
¿Los medios de comunicación contemporáneos comunican, educan o manipulan?
La película retrata aquellos hechos de manera convincente, con una muy creíble recomposición de los sucesos tanto estética como narrativa, y sin caer en efectismos permite trasladar al espectador la zozobra, la incertidumbre, la angustia y el clima de violencia incontenible que como una ola arrasó con todo.
A partir de ahí, la película, centralizando la narración en las difíciles circunstancias del encierro (constantes amenazas de asalto, suministro de provisiones y víveres, cuestiones de higiene y hacinamiento, la fragilidad de la resistencia emocional, etc.); retrata de forma verosímil el clima imperante en el país, los motivos profundos del estallido violento, el odio racial, las matanzas, la atmósfera opresiva de la caza sistemática del hombre, mujer o niño, y también el papel de la comunidad internacional (sobre todo encarnada en el papel del militar canadiense de los cascos azules interpretado por Nick Nolte, prisionero de la burocracia por un lado y de los intereses de países poderosos que limitaron el papel de la ONU de forma letal para cientos de miles de personas, y en el del fotógrafo que interpreta Joaquin Phoenix, el bienintencionado occidental que vive aterrorizado en un infierno de barbarie y carga contra la miseria moral de un occidente que lo permite e incluso lo alienta).
Ése quizá sea el talón de Aquiles de la película, los límites políticamente correctos (para occidente) del ejercicio divulgativo que supone el film sobre el genocidio ruandés.
Porque la película, no sólo omite el surgimiento arbitrario y absurdo de una división étnica impuesta por los colonizadores europeos, sino que también pasa por encima de los intereses de potencias como Estados Unidos y Francia por su rivalidad económica en la zona de los Grandes Lagos africanos.
Lejos de ser una guerra tribal, el conflicto tenía poderosas connotaciones económicas, comerciales y de gestión de influencias geopolíticas en las que Francia y Estados Unidos mantenían posiciones enfrentadas y que provocaron que el conflicto llegara a extremos de insólita crueldad (inolvidables imágenes las de las muertes a machetazos o los incendios de edificios con gente dentro) sin que la comunidad internacional enviara tropas que contuvieran las masacres y sin que la ONU, paralizada por su propia inutilidad cuando de enfrentarse a los poderosos se trata, pudiera hacer algo más que gritar en el desierto.
Una película que nos lleva además a reflexionar acerca del concepto de colonialismo, neocolonialismo y democracia, nos hace preguntarnos si realmente la descolonización existió o se mantiene hoy, y sobre la idea que en occidente tenemos de lo que sucede en África.
La descolonización política no fue acompañada de una descolonización económica, que las elites de los nuevos países, impuestas por o conniventes con el antiguo poder colonial, siguieron manteniendo en beneficio propio y de las multinacionales occidentales.
Las políticas de occidente en África vienen impuestas por los intereses de sus empresas, y de hecho, son las que realmente sustentan los avances económicos y políticos en esos territorios o bien los cortan de raíz.
No hay régimen dictatorial en África que no venga impuesto por un determinado interés occidental, de igual modo que no ha habido un movimiento regeneracionista en cualquier país africano que no haya venido seguido de represión, muertes y guerras civiles en las que los causantes no hayan sido dictadores africanos mantenidos en el poder por países occidentales, cuyos intereses salvaguardan.
Pero no sólo occidente es culpable y los africanos son unas pobres víctimas. 
También éstos tienen su responsabilidad.
Las clases dirigentes criadas a la luz del colonialismo o las elites revolucionarias corrompidas tras su llegada al poder hacen que se amasen inimaginables fortunas en manos de políticos corruptos y dictadores criminales: ahí están los negocios inmobiliarios de Obiang en Estados Unidos, las multimillonarias cuentas de Mobutu en Suiza, la extrema riqueza de Robert Mugabe en Zimbabwe, o por ejemplo, los cinco mil millones de dólares que llegó a amasar en tan sólo cinco años en el poder el antiguo dictador de Nigeria, fallecido, curiosamente, por sobredosis de viagra.
Criaturas mantenidas y cebadas por occidente, pero consentidas por un poder militar y político que aspira a llevarse las migajas, mientras el destino de los ciudadanos es servir de carnaza o de brazo criminal cuando cambia el juego de intereses de occidente en África, un continente que, en su mayor parte, sigue siendo una colonia y al que nadie interesa ayudar, sólo a los ciudadanos bienintencionados de occidente que desconocen lo que sus gobiernos o las empresas que producen las marcas de los bienes de consumo que compran y hacen en África.
Como decía un titular de un diario de Tanzania: “las ayudas al desarrollo de África es dinero que entregan los pobres de los países ricos a los ricos de los países pobres”.
Que sucedió en Rwanda?
Se denomina Genocidio de Rwanda al intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu de Rwanda en 1994.
En Rwanda se distinguían dos estamentos dentro de la etnia BanyaRwanda, a la que pertenece toda la población: la mayoría hutu y el grupo minoritario de tutsis. 
Ambas distinciones fueron eliminadas de los carnets de identidad en 1994.
No es posible distinguir los ciudadanos porque no hay ni rasgos raciales ni lingüísticos específicos de hutus y tutsis.
Antes de la independencia del país, sus líderes siempre fueron tutsis.
Desde 1961 hasta 1994, el poder fue asumido por los hutus.
En el siglo IV a. C. los twas, pigmeos cazadores penetran en las montañas boscosas de Rwanda y se instalan allí de manera permanente.
Unos siglos más tarde, hacia el XI d. C, agricultores hutus comienzan a llegar a la región y a establecerse de forma sedentaria, conviviendo con los twas en paz. 
Cien años después, y ya en el siglo XII y XIII de manera más clara, granjeros tutsis llegan a Rwanda provenientes de los alrededores (principalmente de la actual Uganda).
También estos últimos se instalan en la zona y en el siglo XIV pasan a formar parte de una comunidad formada por twas (cazadores), hutus (agricultores) y tutsis (ganaderos).
Hutu es el nombre dado a uno de los tres grupos étnicos que ocupan Burundi y Rwanda.
Los tutsi son uno de los tres pueblos nativos de las naciones del África Central, Rwanda y Burundi.
Un aspecto interesante de estos tres grupos raciales es su estatura.
Los twa son tradicionalmente bajos, los hutu tienen una estatura media y los tutsi son altos; aunque en tiempos modernos el cruce entre estos grupos está reduciendo estas diferencias.
Si un tutsi asesinaba a un hutu, los del linaje del hutu podían matar al tutsi en venganza, pero si un hutu asesinaba a un tutsi, los del linaje del tutsi podían matar al hutu y a otro miembro de su familia en venganza.
La convivencia entre las dos últimas etnias fue simbiótica durante un tiempo hasta que a partir del siglo XVI, los principales jefes tutsis inician unas campañas militares contra los hutus, acabando con sus príncipes, a los cuales, de forma cruel y simbólica, cortaron los genitales y los colgaron en los tambores reales buscando humillar a sus contrincantes y recordarles que éstos, los hutus, eran súbditos de los tutsis.
A pesar del dominio de los tutsis, las diferencias socioeconómicas no estaban muy pronunciadas.
Aunque el pertenecer a uno u otro estamento definía el status social, un hutu, por ejemplo, podía ascender de clase si poseía las suficientes propiedades; sin embargo, ya había comenzado una relación de vasallaje dominada por la casta menos significativa en la zona, los tutsis, con un 14% de la población.
En el siglo XIX, los reyes tutsis habían afianzado su dominio.
La mejor organización del clan real Nyiginya dominaba todo el país, lo que provocó una casta militar y social compuesta por tutsis y que excluía a la mayoría de la etnia hutu.
Fue en este siglo, a raíz de estas circunstancias, cuando se creó una estructura socioeconómica clasista que aumentaría durante ese siglo a causa de la colonización europea; alemana en primer lugar (1897-1916) y luego belga, por mandato de la Sociedad de Naciones, debido a las sanciones impuestas a Prusia. 
La influencia occidental, a través de la introducción artificial por los belgas de un carné étnico (1934) que otorgaba a los tutsis mayor nivel social y mejores puestos en la administración colonial, acabó institucionalizando definitivamente las diferencias sociales.
Mientras tanto, los pigmeos twas, gozaron de un relativo buen trato por parte de la casta tutsi que consideraba a los cazadores de las montañas por encima de los hutus en la pirámide social.
Los hutus comienzan, de forma meditada, a intentar socavar el poder de los tutsis para llegar a un mejor reparto de la riqueza.
Desafortunadamente en 1972 se produjeron unas terribles matanzas en el vecino Burundi: 350.000 hutus fueron asesinados por tutsis y esto provocó, definitivamente, un sentimiento anti-tutsi por parte de la mayoría de los hutus en el interior de Rwanda.
La población comenzó a exigir a su presidente Grégoire Kayibanda mano dura contra la antaño clase dominante en el país y la respuesta insatisfactoria por parte del presidente y los casos de corrupción en el gobierno, provocaron el golpe de Estado del general Habyarimana (de origen hutu), en julio de 1973.
El cada vez peor estado de la situación económica y la acusación de los tutsis exiliados de no ser permitida su vuelta al país, fueron las razones principales que provocaron la Guerra de Rwanda.
En el año 1989 el país se enfrentó a la peor crisis alimentaria de los últimos 50 años al mismo tiempo que aumentaba el gasto militar en detrimento de los servicios públicos; mas la pugna por posesión de tierra entre hutus agricultores y tutsis ganaderos; la densidad de población en las tierras útiles llega a 380 habitantes por km2 y el miedo de los hutus a ser explotados, así como el miedo de los tutsis a ser eliminados crearon las bases del conflicto.
En octubre de 1990 el Frente Patriótico Ruandés, compuesto por exiliados tutsis expulsados del país por los hutus con el apoyo del ejército, invade Rwanda desde su vecino Uganda.
En1993 los dos países firman un acuerdo de paz (Acuerdo de Arusha).
En Rwanda se crea un gobierno de transición compuesto por hutus y tutsis.
En 1994 las milicias hutus, llamadas Interahamwe (que significa "golpeemos juntos"), son entrenadas y equipadas por el ejército ruandés entre arengas y ánimos a la confrontación con los tutsis por parte de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (RTLM) dirigida por las facciones hutus más extremas.
Estos mensajes incidían en las diferencias que separaban a ambos "grupos étnicos" y, a medida que avanza el conflicto, los llamamientos a la confrontación y a la "caza del tutsi" se hicieron más explícitos, especialmente a partir del mes de abril en el que se hizo circular la historia de que la minoría tutsi planeaba un genocidio contra los hutus.
El nombre de una emisora "La Radio de las Mil Colinas", conocida también como la "Radio del Odio", todavía retumba en las silenciosas calles de un país de huérfanos y viudas.
La Radio Televisión Libre des Mille Collines (RTLM) comenzó a emitir en agosto de 1993.
En los primeros meses, hasta el inicio del genocidio de abril de 1994 difundió de manera divertida y sutil propaganda anti-tutsi.
Una vez que se inició el genocidio, cambió el carácter de las transmisiones y empezó a dar detalles de aquellos que debían ser acosados y asesinados al punto de ofrecer descripciones individuales y número de placas de automóviles.
El rol de los medios de comunicación de occidente a la hora de cubrir esta crisis dejó mucho que desear.
Se dio a conocer la situación del país en torno a la hambruna que se había generado y la necesidad de colaboración de los organismos internacionales, pero en ningún momento se habló de las causas de esa hambruna y el genocidio que se estaba perpetrando.
El genocidio estuvo bien planeado.
En el momento del inicio de la matanza, la milicia ruandesa estaba compuesta por 30.000 hombres (un miembro por cada diez familias) y organizados a lo largo del país con representantes en cada vecindario.
Algunos miembros de la milicia podían adquirir rifles de asalto Ak-47 con sólo rellenar un formulario.
Otras armas, como granadas no requirieron ningún papeleo y se distribuyeron masivamente.
El genocidio fue financiado, por lo menos en parte, con el dinero sacado de programas de ayuda internacionales, tales como la financiación proporcionada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional bajo un Programa de Ajuste Estructural.
Se estima que se gastaron 134 millones de dólares en la preparación del genocidio—ya de por sí una de las naciones más pobres de la Tierra—con unos 4,6 millones de dólares gastados sólo en machetes, azadas, hachas, cuchillos y martillos .
Se estima que tal gasto permitió que uno de cada tres varones hutus tuviera un machete nuevo.
Mientras ocurría la tragedia, el mundo entero parecía ajeno a la barbarie y no intervino para parar el trágico conflicto.
En el caso de Francia, y esto puede ser extensivo a Bélgica y a Alemania, todos con importantes intereses en la zona desde el siglo XIX, el comportamiento no fue del todo solidario.
Estados Unidos; ninguno de sus principales gobernantes, durante el tiempo que duró el genocidio, usó esta palabra para definir lo que estaba ocurriendo en el país centroafricano.
El haberlo admitido les hubiera obligado a intervenir en el conflicto.
En su lugar, utilizaron la definición «actos de genocidio» para describir la situación. 
Pero lo más importante y que más influencia tuvo en el seno de las Naciones Unidas y por lo que no se actuó antes, fueron las continuas discrepancias que Estados Unidos sostuvo con el Secretario General de la ONU en ese momento, Boutros Boutros Ghali.
Las decisiones de éste, en varias ocasiones, chocaron de frente con las intenciones del Gobierno estadounidense.
Otro aspecto importante para comprender mejor la actitud de los Estados Unidos frente al genocidio ruandés y según se argumenta, fue el interés de los norteamericanos por influir en la zona.
El mismo Secretario de Comercio de Estados Unidos de América, ya a principios de 1996, expresó las intenciones de Norteamérica en relación a África:
La era del dominio económico y de la hegemonía comercial de Europa sobre África ha terminado.
África nos interesa.
Es sabido que el subsuelo del Congo contiene yacimientos de cobre, cobalto, zinc, plata, diamantes, uranio, cadmio, coltan y otros metales raros, pero sobre todo concentraciones de oro en cantidades excepcionales.
Este hecho puede ser un elemento importante a la hora de observar las distintas actitudes de los países que tradicionalmente han dominado la zona desde la época colonial.
Las grandes concentraciones de oro (18 Kg/oro fino por tonelada) se convierten en un factor más para comprender el insolidario comportamiento de algunos países occidentales, que podrían haber priorizado su competencia por controlar los ingentes recursos naturales de la zona a las vidas humanas.
El 8 de noviembre de 1994, por resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y en virtud de lo dispuesto en el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, al considerar que el genocidio ruandés era un grave atentado contra la paz y la seguridad internacional, se creó un Tribunal Penal Internacional para Rwanda.
Éste tribunal tiene como objeto la persecución de los líderes e instigadores del genocidio.
Al mismo tiempo, una vez que la situación estuvo medianamente normalizada, los tribunales ruandeses iniciaron centenares de procesos en contra de inculpados de cometer las graves violaciones a los derechos humanos.
Hasta la fecha más de 700 personas han sido condenadas por los tribunales culpables de genocidio.
El caso de Jean Paul Akayesu, en particular, constituye un hito mundial al ser considerada la primera condena internacional por Genocidio y la primera en reconocer la violencia sexual como actos constitutivos de genocidio.
El Tribunal Penal Internacional para Rwanda, declaró al acusado culpable de violación por no haber impedido ni detenido una violación en su calidad de oficial, y no por haberla cometido personalmente.
El tribunal consideró que la violación constituía tortura y que, dadas las circunstancias, la violación generalizada, como parte de unas "medidas dirigidas a impedir nacimientos dentro del grupo", constituía un acto de genocidio.
Por ejemplo, en las sociedades donde la pertenencia a una etnia está determinada por la identidad del padre, violar a una mujer para dejarla embarazada puede impedirle dar a luz a su hijo en el seno de su propio grupo.
Consecuencias:
Se calculan entre 800.000 y 1.000.000 muertos aproximadamente, que equivaldrían al 11% del total de la población rwandés y 4/5 de los tutsis que vivían en el país -hay que contar con los tutsis de Burundi y de los países vecinos en que se habían exiliado.
La situación económica es grave: el 70% de la población vive bajo el nivel de la pobreza.
A partir de 1997 se instala una población desplazada en campos vigilados.
Hasta el 2000, se calculaban 600 mil personas desplazadas.
Se crea el campo de exiliados más grande en Goma, Zaire.
Hasta el 2004, 2/3 partes de la población femenina que fueron violadas son seropositivas, lo que ha influido en un aumento en el índice de personas viviendo con VIH y SIDA, hasta el punto de que en Rwanda existe más de un 30% de la población afectadas.
Se calcula que alrededor de 101.000 niños y niñas encabezan aproximadamente 42.000 hogares.
Las violaciones y abusos sexuales en Rwanda, hicieron que se tipificara como delito de genocidio.
“Marcadas para morir”.
La violación cometida durante la guerra suele ser sistemática y tener la intención de aterrorizar a la población, destruir a las familias, a las comunidades y, en algunos casos, la composición étnica de la siguiente generación.
A veces se utiliza también para dejar infértiles a las mujeres de la comunidad agredida.
El delito de violación durante períodos de guerra también sirve como una forma de control social que puede reprimir esfuerzos para movilizar la resistencia de un grupo vencido.
En tales casos, la violación es a menudo cometida delante de parientes y miembros de la familia, las víctimas son abusadas, asesinadas y dejadas en el escenario público, como un recordatorio a los demás para que obedezcan y se rindan ante políticas invasivas.
Es evidente que las mujeres son objetivo de guerra a causa de su género, porque son parte de un grupo racial/étnico o porque son percibidas por el enemigo como conspiradoras políticas o combatientes enemigos.
Dentro de este contexto, es evidente que el delito de violación en la guerra actúa como un vehículo para odios profundamente arraigados: el racismo, el clasismo y la xenofobia se expresan hacia el grupo enemigo y se actualizan a través de los abusos de sus mujeres
En situaciones de guerra el cuerpo femenino se convierte en un campo de batalla simbólico en el que diferencias culturales y geopolíticas históricas son representadas, y donde nuevas formas de odio se implantan como combustible de un deseo de venganza para el futuro.
El trauma por lo vivido, en este caso, es casi imposible de olvidar.
Pero la situación puede ser aún peor, cuando los violadores utilizan cristales, palos, barras y machetes para, además de violar, provocar un daño irreparable a los genitales femeninos inclusive recibir disparos en los genitales; los genitales de las mujeres tutsis a menudo se cortaban y exhibían, y algunas mujeres han contado haber visto a soldados de la milicia o del ejército violando cadáveres. 
Algunas veces, los asaltantes mutilaban o cortaban miembros considerados característicos de las mujeres tutsis, como dedos finos o pequeñas narices.
Este delito también genera vergüenza y trauma, lo que puede impedir que se produzcan matrimonios, provoca divorcios, obliga a las mujeres a abandonar o a matar a los hijos que son producto de la violación, divide familias…
También los niños concebidos durante el genocidio pueden verse gravemente discriminados, denigrados como descendientes de interahamwe, y a menudo son llamados, incluso por sus madres, “enfants mauvais souvenir”, o “niños de ingrato recuerdo”.
Sus asesinos, de la etnia Hutu, además llevaron a cabo un método escalofriante: la violación masiva y sistemática.
Se estima que de esas violaciones nacieron 20.000 niños y muchas mujeres contrajeron el H.I.V.
Muchos de esos niños hoy son negados por sus familias y sus madres, que deambulan muertas en vida sin prácticamente ninguna ayuda psicológica ni económica de organización o país alguno.
Esta es la historia de esas mujeres, que concibieron a los hijos del mayor terror que recuerde el mundo moderno.
Muchas mujeres agobiadas en medio del terror pensaron en cómo lograr que sus narices fueran más grandes, para exterminar la principal característica Tusti: la nariz pequeña.
También pensaron en el suicidio y fueron a tirarse al río, pero al llegar las impresionó la cantidad de cadáveres que fluían en el agua.
Muchas de las mujeres violadas en estos 10 últimos años murieron y solamente unas pocas recibieron tratamiento retroviral prolongado.
La mayoría no ha tenido acceso a alimentos suficientes para ellas y sus familias.
A todo lo anterior se suma la estigmatización que sufren por haber sido violadas y haber contraído el virus del SIDA: son vistas como "inmorales" e "improductivas". 
Incluso en sus propias familias son tratadas, muchas veces, con el mismo desdén porque se considera, falsamente, que todos los miembros portan el SIDA.
La enfermedad, la pobreza y la marginación de estas mujeres las vuelven vulnerables a todo tipo de abusos incluida la violación sexual.
Sus hijos también son vulnerables y tienen dificultades para conseguir alimentos o acudir a la escuela.
Cuando quedan huérfanos tiene dificultades para reclamar sus derechos y herencias quedando muchas veces sin cobijo y sin protección contra la violencia. 
Además, es sabido que todos los grupos armados reclutan niños para sus milicias.
Fue así como en enero de 2003, Terry George, el director, viajó a Rwanda para reunir información sobre la historia y familiarizarse con el país.
También estaba buscando respuestas, afirma George.
¿Por qué sucedió el genocidio?
¿Por qué se asesinó a tantas personas en un espacio de 100 días dando lugar al genocidio más rápido de la historia moderna?
También quería tomarle el pulso a la gente normal de Rwanda y escuchar sus historias.
En la visita, lo acompañó Paul Rusesabagina.
Era la primera vez que Paul volvía a Rwanda desde las atrocidades.
Si me preguntaran cuál fue el factor que desencadenó el genocidio, dice George, diría que fue la emisora de radio.
En la película, se trata a esa emisora de radio como un personaje.
Necesito que la gente entienda el poder que tuvo esa propaganda.
Cuando se adaptó Hotel Rwanda a la pantalla, era importante para George que la película no tuviera la estructura de un documental o que pudiera considerársela como tal, sino que fuera más bien entendida como una emotiva síntesis de los sucesos y hechos de la vida de Paul mediante los cuales el espectador pudiera acceder a una visión íntima y privilegiada de los hechos que tuvieron lugar en el hotel Mille Collines durante esos días; sucedieron los hechos particulares que fueron la fórmula de su triunfo: el hecho de poder sobrevivir teniéndolo todo en contra.
Hotel Rwanda es, sobre todo, una historia profundamente personal que gira en torno exclusivamente a un edificio (el hotel), a las personas que lo ocupan y a las relaciones entre ellas.
Los cineastas evitaron deliberadamente centrarse en el espantoso horror del genocidio en sí.
Cuando la película se aventura al exterior, a Kigali, durante el genocidio, trata de crear una atmósfera extraña e irreal, para que el público sintiera el terror psicológico del genocidio sin tener que ir explícitamente a la matanza.
Se trata de un drama humano lleno de fuerza, no de una historia de terror, y es importante que la vea un público lo más amplio posible
Hotel Rwanda es una película de 2004, obtuvo 3 nominaciones a los Premios Óscar de ese año, los correspondientes a mejor actor (Don Cheadle), actriz de reparto (Sophie Okonedo) y guión original aunque no obtuvo ninguna estatuilla.
Es una película bien construida, conducida con oportuna solvencia mediante un ritmo regular y ágil, y narrada de forma clara y concreta.
Hotel Rwanda encuentra en su poderosa fuerza visual, sostenida por la hermosa fotografía de Robert Fraisse, y en su inherente carga emotiva los mejores aliados para implicar al espectador.
Relato intenso, crudo y conmovedor sobre una realidad silenciada que reclama justicia al menos en el recuerdo, con imágenes impactantes que se quedan pegadas a la retina y líneas de diálogo que arrojan verdades como puños, es más que comprensible su candidatura al Oscar al Mejor Guión Original.
La carnicería perpetrada en Rwanda justificaba imágenes de un nivel de truculencia insoportable hasta la náusea.
Sin embargo, los autores prefirieron suavizar los contenidos con la intención de que su mensaje pudiera llegar así a un mayor número de público.
Hotel Rwanda golpea con una carga de violencia moderada, pero no por ello menos contundente.
Porque ya sea en esas ocasiones en las que señala, más que exhibe, lo escabroso de las situaciones vividas, o en esas otras que hielan el aliento por su inevitable dramatismo, como la secuencia en la que Rusesabagina intenta circular por una carretera sembrada de cadáveres, dudo que deje indiferente a nadie y la mayoría le agradecerán que no haya ahondado en detalles macabros, no sólo perfectamente sobreentendidos, sino representados con idéntica eficacia.
Pero quizás sean los rostros de los protagonistas, reflejo continuado de todo el horror y la desesperación sufrida, el testimonio más elocuente de la destrucción y el desamparo que los circunda.
En este sentido, las magníficas actuaciones del principal elenco actoral, caracterizadas ante todo por su humanidad, son otro de los puntos de apoyo sobre los que reposa la indiscutible capacidad comunicativa de este film.
El ritmo de la cinta es vertiginoso, y allí Don Cheadle demuestra toda su versatilidad para entregarnos una interpretación interesante, llena de vigorosidad, una fuerte demostración de convicción y espíritu inquebrantable, se convierte en el auténtico alma de la película soportando todo el peso del guión sobre sus hombros con una construcción muy sólida de su personaje y retratando su evolución de una forma verosímil
No se puede dejar de mencionar dentro del reparto las correctas actuaciones de Sophie Okonedo como la esposa del gerente sabe contener sus inevitables manifestaciones de miedo o rabia sin caer en la desmesura.
Y Nick Nolte como el coronel que está atado de pies y manos en una situación embarazosa, donde no puede ayudar de la forma que quisiera por no tener el poder de decisión en sus manos.
Cabe sumar una sensible banda sonora, con composiciones de Andrea Guerra o Rupert Gregson Williams entre otros, que atraviesa el colorido de los ritmos africanos o la caricia intimista de algunos instantes, para dar rienda suelta a la épica de corte clásico en los momentos de mayor tensión o desánimo.
Hotel Rwanda no nos sacude la conciencia a nosotros como hutus participantes activos en el genocidio ruandés, ni a nosotros como las pasivas fuerzas internacionales que se desentendieron de aquella masacre humana, sino a nosotros como miembros que alimentamos y perpetuamos unos sistemas políticos y mediáticos más que cuestionables: ciudadanos, votantes, telespectadores con poder de decisión.
Porque, en última instancia, ésta no es un película sobre el exterminio tutsi, ni sobre un hombre que puso su vida en peligro para salvar a 1268 personas; ni siquiera sobre las barbaridades cometidas por los aventajados países blancos en esa cuna de la humanidad llamada África, convertida impunemente en despensa y vertedero de Occidente; Hotel Rwanda es un examen sobre el valor que les concedemos a las vidas ajenas, y es un examen en el que todos suspendemos... excepto su protagonista, Paul Rusesabagina; por eso es un héroe.
Diez años después, políticos de todas partes del mundo han ido en peregrinación a Rwanda para pedir perdón a los supervivientes y, una vez más, los mismos políticos prometen “nunca más”.
Esa promesa “nunca más” da más miedo que la visión de la guerra misma.
El film muestra, con momentos escalofriantes que nos incitan a pensar en el destino de la raza humana, y a plantearnos como son posibles cosas semejantes en el mundo.
Si seguimos por esa línea de pensamiento, algo nada recomendable, terminamos llegando a la terrible conclusión de que la humanidad camina hacia su propia autodestrucción.
Es muy triste pensar que lo único que podemos hacer, es tratar de retrasar ese momento lo máximo posible.
Como se dice… prefiero pensar que mañana nada va a ser igual.
Pero aunque pensar ayude para según qué cosas, me temo que no es suficiente sólo con eso.
No sólo está el hecho de que los medios de comunicación informen o comuniquen como su nombre lo indica, sino que parece que por el poder que se les ha concedido grandes medios económicos, legitimación popular, monopolios de información a las grandes cadenas, etc.
Los medios de comunicación son capaces de llevar horror y morbo sin conmover a la opinión.
Cierto es que desde el punto de vista mercantil, ellos venden sueños en los programas de entretenimiento así como venden información buena y mala en los noticieros.
Pero la ética profesional y el humanismo no querrían sólo que ellos vendan estas imágenes o las presenten, sino que además sensibilicen a aquellos que las ven, que les den más que una imagen, un sentir.
La expresión libre en los países occidentales es quizás demasiado libre, tanto así que incurre contra la libertad y en los derechos individuales (derecho a la vida) de los ruandeses quienes aún muertos prestaban sus imágenes para narrar el horror vivido pero que los intermediarios de esta narración no supieron poner de relieve. 
Y ello porque nadie los puede culpar por no haber denunciado el genocidio, nadie los puede condenar por no haber educado en materia de paz: es que son libres. 
Como lo hemos visto anteriormente líneas atrás, cuando algunos eventos chocan con la sensibilidad de la persona, cuando el sentimiento de pertenencia ha sido tocado, existe una reacción positiva, como el caso de las ayudas después del tsunami.
Es decir, cuando nos decimos “pude haber sido yo” reaccionamos y cuando vemos la diferencia y decimos que eso pasa lejos, sólo nos quedan los segundos mientras pasan la imagen para decirnos “qué pena” y nada más continuamos con nuestra cena.
Cierto es que de por sí, cada uno debería guardar esa capacidad de indignarse por un suceso de esa envergadura.
Cada ser humano anticonformista y educado para y por la paz debería no conformarse con sólo ver esas imágenes, sino hacer algo para luchar contra aquello que considera injusto para la humanidad entera, aunque sea negro y africano.
¿Pero quién organiza si no es el Estado?
¿Quién educa para la paz si no es el Estado?
En respuesta a esto acordémonos que en países de democracia el poder es siempre del pueblo y que la opinión pública maneja a gobiernos.
Con un poder popular sensibilizado y organizado por los medios de comunicación se hubiera podido solucionar en algo el problema, pero en el Mundo neoliberal esto no es posible porque vender la imagen es más importante y menos engorroso que sensibilizar a la audiencia.
Pero para ser complaciente con algún economista o politólogo ortodoxo, no vayamos tan lejos.
Sólo partamos del supuesto que la educación y la sensibilización no se puede hacer, porque no es el rol de una empresa de comunicación y además esto podría provocar incómodos disturbios políticos internos en el país donde se difunde la información.
Pero aún así, ¿no existen analistas internacionales, juristas, periodistas políticos en los medios de comunicación para enfrentar a los ministros, a los parlamentarios, a los Generales con sus responsabilidades?
Esto no se hizo, se limitaron todos a pasar sólo la información dejando que día a día muriera gente por la indiferencia.
Por ello, cada periodista que calló, cada informante que escondió sentimientos, cada medio de comunicación colaboró moralmente con el genocidio.
Pero veamos también al otro medio de comunicación que aquí juega un rol fundamental para la comisión del genocidio: la radio de Rwanda.
Pienso que ésta está en tan malas manos como lo están muchos de los medios de comunicación occidentales.
Cuando la radio conminaba directamente a matar y a perseguir a los tutsi.
Los demás medios de comunicación (occidentales) los dejaban morir, entonces...
¿se puede decir que es mejor dejar morir o conminar a matar?
Lo cierto es que la modernidad debería justamente de haber servido desde los ideales y las teorías de nuestros científicos como Graham Bell, Albert Einstein o Isaac Newton, para agilizar soluciones, para evitar muertes, más no para crear insensibles, conformistas e indiferentes
La indiferencia que sume a todo individuo cuando no lo mueven intereses personales, económicos o estratégicos se ve hasta en las amistades!
Para finalizar, unos testimonios de los sobrevivientes del genocidio que evidencia el horror del pueblo ruandés:
"Emma es original de Kibuye, pero se encontraba en Kimihurura, Kigali, en Abril de 1994, visitando a unos amigos de la familia.
Consciente de que sus vidas corrían peligro, un amigo le recomendó que se prostituyera.
Cuenta Emma: 
«Probablemente una semana antes de que comenzara en genocidio, los vecinos ya sabían que me encontraba con esta familia.
El criado fue uno de los que delataron mi estancia allí.
A partir de ese momento, todos los chicos de la zona, amigos del criado, venían a violarme.
No estoy segura de cuántos, o del número de veces que me violaron.
Había muchos y venían varias veces al día.
La dueña de la casa no se preocupó por mí para nada.
Dijo que incluso si miles de hombres venían a violarme, al menos seguiría aun con vida.
Sufrí esta situación durante toda mi estancia en Kigali.»
Paul, natural de Rwamagana en Kibungo fue capturado por otra milicia que traía con ellos a una mujer.
«Me pidieron que tuviera relaciones sexuales con ella.
Estaba tumbada en el suelo y ellos me dijeron que les enseñara las cosas que hacía con mi mujer.
Cuando me opuse, uno de aquellos hombres me golpeó con un palo y no tuve otra opción que hacer lo que ellos querían.
Permanecieron de pie observando, lanzándome insultos que no repetiré aquí. 
Ellos poseían lanzas y palos.
Cuando hubimos terminado, ellos me dijeron que no había una muerte similar a acostarse con una mujer enferma de SIDA.
Ellos sabían muy bien que el marido de esta mujer había muerto a causa del SIDA, pero yo no lo sabía, ni siquiera conocía a aquella señora.»
Su testimonio es un recordatorio de que las violaciones y sus consecuencias no sólo perjudicaron a mujeres.
Paul fue obligado por la fuerza por los interahamwe a mantener relaciones sexuales con una mujer que ellos sospechaban pudiera estar infectada de VIH/SIDA, en este caso la intención era el provocarle una muerte lenta y dolorosa.
También, en la entrevista concedida por el General Romeo Dallaire a Sol Alameda, éste recuerda hechos que aun no ha logrado olvidar y que le han mantenido bajo tratamiento psiquiátrico durante varios años:
"Sol Alameda: De todas las atrocidades que vio, ¿cuáles le han perseguido más después?
Romeo Dallaire: Las escenas de violaciones.
Les introducían palos y botellas que rompían; les cortaban los pechos.
Todas esas escenas con mujeres, para mí, con mi cultura, me parecían lo peor que se puede imaginar.
Aun muertas, veías en los ojos de esas mujeres el horror y el sufrimiento, la indignidad que habían padecido.
Muchas veces mataban a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades y los órganos genitales, y les dejaban desangrarse.
Luego también mataban a los padres.
Había gente que pagaba para que les pegaran un tiro en vez de ser matados”.
Otra cuenta que en 1998, iba hacia el internado, en Gisenyi.
Justo antes de llegar a la ciudad […] caímos en una emboscada de los abacengezi [insurgentes][…]
El taxi dio una vuelta de campana y, mientras los pasajeros huían del vehículo, los abacengezi los mataban a machetazos.
Traté de esconderme bajo los cadáveres, pero oí decir a los rebeldes que iban a por gasolina para quemar los cuerpos.
Grité y me acuchillaron […] y me llevaron al bosque […]
Allí había otras mujeres y niñas de distintos puntos del país que habían sido secuestradas en circunstancias similares.[…]
Los soldados de la milicia venían todas las noches a violarme, hasta que una noche uno de ellos anunció que yo era suya, que él era mi “esposo”.
Yo sólo pensaba en escapar para reunirme con mi familia […]
Teníamos que huir constantemente, porque el ejército ruandés iba tras ellos. 
Durante una gran ofensiva de los soldados del gobierno en el bosque de Gishwati, conseguí huir cuando todos se dispersaron […] y volví a casa […]
Unos años después, un soldado del RPF [Frente Patriótico Ruandés] vino a mi casa y quiso tener relaciones sexuales conmigo.
Traté de convencerle de que era seropositiva y de que no podía tener relaciones sexuales.
Aquello fue como una violación.
Como era un soldado, me sentí incapaz de gritar.
Quería casarse conmigo y, como era un soldado, pensé que no tenía otra opción. 
Le obligué a hacerse la prueba el día después de la violación, y resultó que ya era seropositivo.
Me casé con él contra mi voluntad.
Mis sueños se han hecho añicos.
He terminado mis estudios.
Me amarga pensar que mi familia había puesto todas sus esperanzas en mí; se sacrificaron para que yo recibiera una educación, pero temo que no tardaré en morir y que mis familiares no sacarán ningún provecho de su sacrificio.»
Angèle, portadora del VIH, Kigali-Ngali
Probablemente, nunca se sabrá cuántos muertos provocó el genocidio.
Se calculan entre 500.000 y 1.000.000.
Si fueron 800.000 equivaldrían al 11 por ciento del total de la población y 4/5 de los tutsis que vivían en el país.
Tampoco se sabe cuántas víctimas ha provocado la venganza tutsi.
Aunque se habla del "otro genocidio", parece que no es en absoluto comparable.
Lo peor es que a consecuencia de las violaciones y el contagio de SIDA, las muertes producidas por el genocidio son incalculables, ya que crean vida para morir.
Se estima que hay 300.000 supervivientes del genocidio de Ruanda.
El informe de 2007 sobre las condiciones de vida de los sobrevivientes a cabo por el Ministerio a cargo de Asuntos Sociales de Rwanda informó de la siguiente situación de los sobrevivientes: 
120.080 muy vulnerables, 39.685 sin techo, 28.904 huérfanos que viven en hogares encabezados por niños, 49.656: viudas 27.498 personas de movilidad reducida en el genocidio, 15.438 niños y jóvenes que no tienen acceso a la escuela y 8000 los graduados de escuela secundaria que no tienen acceso a la educación superior…
Algunos niños de la calle son huérfanos desde 1994 […] 
Las Fuerzas de Defensa Local les dicen [a los niños de la calle] que, si tienen relaciones sexuales con ellos, los protegerán.
Llegan noticias de numerosos casos de violaciones de niñas y niños […]
Al sexo a cambio de protección lo llaman umuswati, que en el argot kinyarwanda significa “órgano genital femenino”.
Otra sobreviviente de violación en Kigali cuenta que durante la guerra, estaba en Nyanza, y mataron a su esposo.
“Tanto yo como mis cuñadas fuimos violadas por soldados de la milicia.
Si alguna decía algo, la mataban.
Yo era tímida, y por eso sobreviví […]
Por aquel entonces ya estaba embarazada; mi hijo tiene ahora 10 años […]
Mi segundo esposo ha perdido el juicio, y mi enfermedad se ha agravado por las preocupaciones que él me causa.
Me abandonó cuando se enteró de que tenía SIDA, y es por eso por lo que lloro tanto.
Me denigró ante el vecindario, y ahora también mis vecinos se burlan de mí. 
Puede que mi esposo esté sano, y que por eso actuara así.
Él se niega a hacerse la prueba.
Estoy preocupada porque no tengo ninguna propiedad, ni dinero ni comida para los niños, y vivimos mal.
Yo estoy siempre enferma, y somos muy pobres […]
No recibo ayuda del gobierno porque no perdí suficientes familiares durante el genocidio.”
Un vecino ha explicado haber visto a los soldados atacar a los refugiados con cuchillo sobre el puente colgante que atraviesa el río Ulundi.
"La gente cogió sus niños y los tiró desde el puente.
Los hombres tomaron sus mujeres y las arrojaron.
Prefirieron matar ellos mismos sus familias precipitándolas al río o contra las rocas de debajo del puente, antes que verlas muertas por los soldados", ha dicho.
Tres días más tarde, un vecino veía unos cadáveres flotando río abajo: 
"cuerpos sin ojos, mujeres embarazadas destripadas con los fetos sobre su cadáver".
Este testigo asegura haber contado al menos 200 cuerpos flotando "en convoy" sobre el Ulundi…
Una vez que ves Hotel Rwanda no eres el mismo, pero solamente por un breve espacio de tiempo.
En unos pocos minutos o en unas pocas horas esa sensación desaparece, igual que desaparece rápidamente el horror que sentimos tras ver la noticia de un genocidio en el telediario.
Dura exactamente lo que tarda en llegar los deportes, el tiempo, o el espacio para prensa rosa.
Entonces vuelves a ser el mismo de siempre.
Es inevitable.
No se sabe porque, pero parece que los seres humanos necesitamos mirar para otro lado para seguir viviendo.

“Cuando miro esta película, odio a todo el mundo”.



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