Jaws
Tun tun… tun tun… tuntun tuntun tuntun tuntun...
Un asesino en serie con instintos naturales.
Recuerdo mi infancia, de vacaciones, mi padre solía llevarnos al mar, él acostumbraba hacer toda clase de piruetas y remolinos, pero curiosamente, no nos permitía meternos al mar, si acaso a la altura de la cintura, esa era la regla.
Las películas en mi pueblo, los estrenos específicamente, llegaban pasados los meses, tal vez años al cine de mi comunidad, en aquella ocasión solo contábamos con dos cines, en uno de ellos, un cartelón azul gigantesco mostraba a una mujer nadando y un enorme tiburón con las fauces abiertas.
Recuerdo que tenía 9 años y era el año 1981, nunca olvidaré esta película que en principio mostraba un terror sugerido muy pocas veces explicitado.
El Homo sapiens sapiens, el ser humano tal y como lo conocemos ahora, es un ser que biológicamente hablando no evoluciona desde hace unos 150.000 años a lo sumo, lo que no es mucho comparado con la edad de la Tierra pero que se hace un mundo si nos comparamos nosotros mismos con los primeros de nuestra especie.
Me parece interesante comentar esto para hacer una reflexión muy clara y evidente: los instintos y las necesidades primitivas siguen siendo exactamente las mismas, así como nuestros miedos e impulsos más básicos.
Hace cien mil años la máxima preocupación de un hombre era protegerse del frío, resguardarse en la noche (el miedo por excelencia a la oscuridad) y no ser devorado por otra criatura salvaje, algo que todavía sigue latente de alguna forma, y si no que se lo pregunten a los niños que quieren dormir con una luz encendida.
Todos estos temores tienen un punto de encuentro común: el mar.
El mar tradicionalmente es percibido como un universo aparte y todavía lo sigue siendo por la imposibilidad de acceder a ciertas profundidades y de ver lo que hay en ellas, lo que supone un caramelo para cualquier mente imaginativa que quiera inventar maravillas ocultas entre las aguas más negras y profundas.
Este terror casi hereditario al mar se ha traducido en grandes relatos de índole mitológica que han creado seres monstruosos como el Kraken o Moby Dick, asentados en el imaginario popular antes incluso de su bautismo por culpa de los relatos de pescadores sobre ataques feroces y barcos hundidos.
Sin ir más lejos, Moby Dick (Herman Melville, 1851), por encima de cualquier otra cosa es un relato de lucha del hombre contra sus miedos más profundos (concentrados en una ballena blanca asesina e indestructible) y de cómo estos miedos nos pueden hacer perder la razón.
Sea como sea, desde la Revolución Industrial el hombre no ha parado de progresar, hasta el punto de que llevamos más de 30 años en una sociedad del bienestar esclava de la tecnología y de la banalidad, en la que para muchos de nosotros, afortunados, tener un plato en la mesa es nuestra menor preocupación.
Un asesino en serie con instintos naturales.
Recuerdo mi infancia, de vacaciones, mi padre solía llevarnos al mar, él acostumbraba hacer toda clase de piruetas y remolinos, pero curiosamente, no nos permitía meternos al mar, si acaso a la altura de la cintura, esa era la regla.
Las películas en mi pueblo, los estrenos específicamente, llegaban pasados los meses, tal vez años al cine de mi comunidad, en aquella ocasión solo contábamos con dos cines, en uno de ellos, un cartelón azul gigantesco mostraba a una mujer nadando y un enorme tiburón con las fauces abiertas.
Recuerdo que tenía 9 años y era el año 1981, nunca olvidaré esta película que en principio mostraba un terror sugerido muy pocas veces explicitado.
El Homo sapiens sapiens, el ser humano tal y como lo conocemos ahora, es un ser que biológicamente hablando no evoluciona desde hace unos 150.000 años a lo sumo, lo que no es mucho comparado con la edad de la Tierra pero que se hace un mundo si nos comparamos nosotros mismos con los primeros de nuestra especie.
Me parece interesante comentar esto para hacer una reflexión muy clara y evidente: los instintos y las necesidades primitivas siguen siendo exactamente las mismas, así como nuestros miedos e impulsos más básicos.
Hace cien mil años la máxima preocupación de un hombre era protegerse del frío, resguardarse en la noche (el miedo por excelencia a la oscuridad) y no ser devorado por otra criatura salvaje, algo que todavía sigue latente de alguna forma, y si no que se lo pregunten a los niños que quieren dormir con una luz encendida.
Todos estos temores tienen un punto de encuentro común: el mar.
El mar tradicionalmente es percibido como un universo aparte y todavía lo sigue siendo por la imposibilidad de acceder a ciertas profundidades y de ver lo que hay en ellas, lo que supone un caramelo para cualquier mente imaginativa que quiera inventar maravillas ocultas entre las aguas más negras y profundas.
Este terror casi hereditario al mar se ha traducido en grandes relatos de índole mitológica que han creado seres monstruosos como el Kraken o Moby Dick, asentados en el imaginario popular antes incluso de su bautismo por culpa de los relatos de pescadores sobre ataques feroces y barcos hundidos.
Sin ir más lejos, Moby Dick (Herman Melville, 1851), por encima de cualquier otra cosa es un relato de lucha del hombre contra sus miedos más profundos (concentrados en una ballena blanca asesina e indestructible) y de cómo estos miedos nos pueden hacer perder la razón.
Sea como sea, desde la Revolución Industrial el hombre no ha parado de progresar, hasta el punto de que llevamos más de 30 años en una sociedad del bienestar esclava de la tecnología y de la banalidad, en la que para muchos de nosotros, afortunados, tener un plato en la mesa es nuestra menor preocupación.
Los calamares gigantes y las ballenas han dejado de ser un misterio porque existe Wikipedia y no nos pasamos media vida en alta mar porque en 10 horas cruzamos el océano en avión.
Ahora, y desde que somos una especie aburguesada, lo que hacemos es trabajar, satisfacer caprichos e irnos a la playa en verano.
Todo este recorrido es importante para entender el poderoso impacto que Jaws tuvo en la sociedad setentera y como su onda expansiva sigue golpeando fuerte todavía a día de hoy.
Steven Spielberg hace de Jaws una película de terror moderna porque sabe contextualizar nuestros miedos primitivos en un nuevo concepto de vida naif exento de ellos; una actualización brillante del terror primario que hace que la película se convierta en inmortal y tenga parte de responsabilidad de que todavía hoy los niños hagan el juego de “que viene el tiburón” en el agua y que los adultos tengamos un nudo en el estómago cuando nos bañamos de noche o en aguas oscuras.
La estructura del filme es la clásica de estabilidad, ruptura y vuelta a la estabilidad aunque con una lección aprendida (o con un cambio significativo).
Jaws, siguiendo el patrón de un alto porcentaje de películas de terror, abre de una forma arrolladora con la escena de la “primera muerte”, para después entrar ya en la historia de forma que la realidad y la tranquilidad existente ya ha sido quebrada por la amenaza externa.
La primera secuencia de Jaws es especialmente memorable en este sentido y muy inteligente narrativamente hablando, pues la amenaza que nos presenta no es la del tiburón, si no dos fuentes de terror ancestrales: el mar y la oscuridad fundidos en uno solo que devoran (literalmente) a una chica joven que nada desnuda a la luz de la luna en pleno proceso de seducción de su amante (de hecho, la interrupción de las prácticas sexuales o el castigo por llevarlas a cabo es una característica inherente al cine de terror moderno, pues todos recordamos los dos monitores en pleno coito atravesados por una lanza en Friday The 13th).
A partir de ahí entramos en una fase de la película en la que Steven Spielberg demuestra su talento por la narración cinematográfica, contando una historia basada en el suspense por una amenaza real y en acecho constante, pero que de momento no llegamos a ver.
En esta primera mitad del filme, el argumento se desarrolla en un juego de contraposiciones comunidad y anarquía, entre estabilidad y caos.
Spielberg dispone un escenario costumbrista y marcadamente naif y en el que todos nos podemos enmarcar, que es testigo presencial de otro suceso dramático demoledor: la muerte del niño.
En esta escena el director consigue dos cosas: la primera es hacer que la amenaza rompa la frontera de la oscuridad, su hábitat natural, para instalarse en un espacio/tiempo a priori seguro como es el día; y la segunda es gravar en la retina del espectador una serie de códigos visuales que a partir de este momento asociaremos al peligro, como son gente bañándose, alguien flotando en una colchoneta, chapotear en el agua y, sobretodo, la cámara subacuática que en contrapicado apunta directamente a la víctima potencial.
Además el instinto protector demostrando que presas somos todos, aludiendo a un patrón definido.
Los personajes secundarios son figuras icónicas que representan un valor o un sentimiento muy básico (el alcalde es la avaricia, la viuda es la desolación, la prensa es catalizadora y acentuadora del drama, etc.) y conducen al jefe Brody hacia su misión final, la batalla del héroe contra el monstruo, su enfrentamiento directo contra el tiburón.
El suceso catalizador que desatará la guerra de Brody contra la bestia es un ataque (en el que vemos por primera vez la cara del tiburón) que involucra a su propio hijo, que queda en estado de shock a pesar de no salir herido.
Acá vemos el sentimiento en primera persona, de cómo reaccionamos cuando se meten con uno o con su familia.
Una vez rota incluso su propia estructura familiar, Brody se arma de un barco y dos compañeros, dos figuras icónicas más, Hooper (compañero y amigo, el fiel escudero, el rico con toda la teoría universitaria, ciencia y tecnología por delante) y Quint (el loco cazador de tiburones, el experimentado, el antagonista de todos), y emprende el viaje definitivo para poner fin a las amenazas y restituir la paz.
Las diferencias de esta segunda parte final de la película respecto a la primera son evidentes.
Se trata de un choque de fuerzas en el territorio de la bestia, ahora los que atacan son los que antes fueron atacados y por primera vez los protagonistas esperan el ataque del tiburón.
Spielberg sigue en este periodo un crescendo lento y exasperante de desesperación que empieza tras el primer contacto de los hombres con el tiburón en alta mar, cuando comprueban que el escualo es más fuerte, más grande y más inteligente de lo que podían imaginar, una creación de inferioridad del hombre contra la naturaleza que el jefe Brody resume con la frase, irónica a la postre:
“necesitaremos un barco más grande”.
Llegados a este punto es apropiado destacar el excelente trabajo de John Williams en la creación de la banda sonora de la película, tan protagonista y creadora de atmósfera.
El motivo musical dominante, y prácticamente exclusivo, durante la primera parte de la película es el que asociamos al tiburón.
La escena más memorable de toda la cinta, además de todos los ataques, es la partida del barco con los tres tripulantes intrépidos, está irónicamente acompañada por una música más bien alegre y positivista que contrasta con la imagen del barco zarpando visto a través de las mandíbulas disecadas de un Galeocerdo Cuvier.
La película ostenta el récord de haber sido la primera en la historia que superó los 100 millones de dólares de recaudación.
En este caso estamos hablando de una de las películas más influyentes de la historia dirigida por el Rey Midas de Hollywood, ganando tres premios Oscar: Mejor Montaje, Mejor Sonido y Mejor Banda Sonora, siendo también nominada como Mejor Película del Año.
En los años sucesivos a su estreno, provocó una oleada de monster movies protagonizadas por pirañas, orcas, cocodrilos, pulpos gigantes, tiburones prehistóricos y un largo etcétera que con mayor o menor acierto intentaron aprovecharse de la moda.
Pero la cosa no quedó ahí, de hecho su influencia ha ido más allá de lo estrictamente cinematográfico, hasta el punto de que no son pocos los psicólogos que la acusan de ser la principal causante de la selacofobia (miedo a los tiburones) y de la talasofobia (miedo al mar).
También es una de las principales causantes de que el tiburón blanco se encuentre hoy en día en peligro de extinción debido a la caza deliberada y descontrolada que está sufriendo esta especie, fundamentada en la imagen monstruosa que de ella se da en la película.
Con el estreno de Jaws, nació el término de superproducción (blockbuster) a cargo de un joven y prometedor realizador de veintinueve años llamado Steven Spielberg, quien cambio el curso del cine y puso la primera piedra a una meteórica carrera en 1975.
Una cinta que supuso todo una revolución en taquilla, un fenómeno de masas que varió los esquemas cinematográficos hasta las producciones que se proyectan hoy en día.
Con Jaws, Spielberg humanizó a una criatura creando un mundo que sólo acontece en pesadillas.
Una nueva era comenzó en el séptimo arte.
La película está basada en un Best Seller escrito por Peter Benchley, quien a su vez se basó en hechos reales acaecidos entre el 1 y el 12 de julio de 1916 en Nueva Jersey y que causaron cierto revuelo en la época.
Se trató de uno de los ataques de tiburón (nunca se supo a ciencia cierta si fueron uno o varios animales) más misteriosos que se han dado, y que tuvieron como consecuencia un mínimo de cuatro víctimas, de las cuales 2 perdieron la vida.
Los ataques se dieron tanto en mar como en agua dulce, comenzando por las costas de Nueva Jersey y acabando en el río Matawan.
El incidente tuvo tanta repercusión que incluso el entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, ordeno que se diera muerte a todos los tiburones de la costa de Nueva Jersey.
Finalmente, el 14 de julio se capturó una hembra de tiburón blanco de 2,30 metros, con 7 kilos de restos supuestamente humanos en el estómago y el asunto se dio por zanjado.
Investigaciones posteriores consideraron que los ataques en la costa fueron causados seguramente por un tiburón o varios tiburones blancos y los del río Matawan, probablemente, por uno o varios tiburones toro.
A partir de este hecho, el tiburón se dio a conocer a la comunidad científica avisando que la autoridad en los mares y océanos no era exclusividad humana.
Ahora, y desde que somos una especie aburguesada, lo que hacemos es trabajar, satisfacer caprichos e irnos a la playa en verano.
Todo este recorrido es importante para entender el poderoso impacto que Jaws tuvo en la sociedad setentera y como su onda expansiva sigue golpeando fuerte todavía a día de hoy.
Steven Spielberg hace de Jaws una película de terror moderna porque sabe contextualizar nuestros miedos primitivos en un nuevo concepto de vida naif exento de ellos; una actualización brillante del terror primario que hace que la película se convierta en inmortal y tenga parte de responsabilidad de que todavía hoy los niños hagan el juego de “que viene el tiburón” en el agua y que los adultos tengamos un nudo en el estómago cuando nos bañamos de noche o en aguas oscuras.
La estructura del filme es la clásica de estabilidad, ruptura y vuelta a la estabilidad aunque con una lección aprendida (o con un cambio significativo).
Jaws, siguiendo el patrón de un alto porcentaje de películas de terror, abre de una forma arrolladora con la escena de la “primera muerte”, para después entrar ya en la historia de forma que la realidad y la tranquilidad existente ya ha sido quebrada por la amenaza externa.
La primera secuencia de Jaws es especialmente memorable en este sentido y muy inteligente narrativamente hablando, pues la amenaza que nos presenta no es la del tiburón, si no dos fuentes de terror ancestrales: el mar y la oscuridad fundidos en uno solo que devoran (literalmente) a una chica joven que nada desnuda a la luz de la luna en pleno proceso de seducción de su amante (de hecho, la interrupción de las prácticas sexuales o el castigo por llevarlas a cabo es una característica inherente al cine de terror moderno, pues todos recordamos los dos monitores en pleno coito atravesados por una lanza en Friday The 13th).
A partir de ahí entramos en una fase de la película en la que Steven Spielberg demuestra su talento por la narración cinematográfica, contando una historia basada en el suspense por una amenaza real y en acecho constante, pero que de momento no llegamos a ver.
En esta primera mitad del filme, el argumento se desarrolla en un juego de contraposiciones comunidad y anarquía, entre estabilidad y caos.
Spielberg dispone un escenario costumbrista y marcadamente naif y en el que todos nos podemos enmarcar, que es testigo presencial de otro suceso dramático demoledor: la muerte del niño.
En esta escena el director consigue dos cosas: la primera es hacer que la amenaza rompa la frontera de la oscuridad, su hábitat natural, para instalarse en un espacio/tiempo a priori seguro como es el día; y la segunda es gravar en la retina del espectador una serie de códigos visuales que a partir de este momento asociaremos al peligro, como son gente bañándose, alguien flotando en una colchoneta, chapotear en el agua y, sobretodo, la cámara subacuática que en contrapicado apunta directamente a la víctima potencial.
Además el instinto protector demostrando que presas somos todos, aludiendo a un patrón definido.
Los personajes secundarios son figuras icónicas que representan un valor o un sentimiento muy básico (el alcalde es la avaricia, la viuda es la desolación, la prensa es catalizadora y acentuadora del drama, etc.) y conducen al jefe Brody hacia su misión final, la batalla del héroe contra el monstruo, su enfrentamiento directo contra el tiburón.
El suceso catalizador que desatará la guerra de Brody contra la bestia es un ataque (en el que vemos por primera vez la cara del tiburón) que involucra a su propio hijo, que queda en estado de shock a pesar de no salir herido.
Acá vemos el sentimiento en primera persona, de cómo reaccionamos cuando se meten con uno o con su familia.
Una vez rota incluso su propia estructura familiar, Brody se arma de un barco y dos compañeros, dos figuras icónicas más, Hooper (compañero y amigo, el fiel escudero, el rico con toda la teoría universitaria, ciencia y tecnología por delante) y Quint (el loco cazador de tiburones, el experimentado, el antagonista de todos), y emprende el viaje definitivo para poner fin a las amenazas y restituir la paz.
Las diferencias de esta segunda parte final de la película respecto a la primera son evidentes.
Se trata de un choque de fuerzas en el territorio de la bestia, ahora los que atacan son los que antes fueron atacados y por primera vez los protagonistas esperan el ataque del tiburón.
Spielberg sigue en este periodo un crescendo lento y exasperante de desesperación que empieza tras el primer contacto de los hombres con el tiburón en alta mar, cuando comprueban que el escualo es más fuerte, más grande y más inteligente de lo que podían imaginar, una creación de inferioridad del hombre contra la naturaleza que el jefe Brody resume con la frase, irónica a la postre:
“necesitaremos un barco más grande”.
Llegados a este punto es apropiado destacar el excelente trabajo de John Williams en la creación de la banda sonora de la película, tan protagonista y creadora de atmósfera.
El motivo musical dominante, y prácticamente exclusivo, durante la primera parte de la película es el que asociamos al tiburón.
La escena más memorable de toda la cinta, además de todos los ataques, es la partida del barco con los tres tripulantes intrépidos, está irónicamente acompañada por una música más bien alegre y positivista que contrasta con la imagen del barco zarpando visto a través de las mandíbulas disecadas de un Galeocerdo Cuvier.
La película ostenta el récord de haber sido la primera en la historia que superó los 100 millones de dólares de recaudación.
En este caso estamos hablando de una de las películas más influyentes de la historia dirigida por el Rey Midas de Hollywood, ganando tres premios Oscar: Mejor Montaje, Mejor Sonido y Mejor Banda Sonora, siendo también nominada como Mejor Película del Año.
En los años sucesivos a su estreno, provocó una oleada de monster movies protagonizadas por pirañas, orcas, cocodrilos, pulpos gigantes, tiburones prehistóricos y un largo etcétera que con mayor o menor acierto intentaron aprovecharse de la moda.
Pero la cosa no quedó ahí, de hecho su influencia ha ido más allá de lo estrictamente cinematográfico, hasta el punto de que no son pocos los psicólogos que la acusan de ser la principal causante de la selacofobia (miedo a los tiburones) y de la talasofobia (miedo al mar).
También es una de las principales causantes de que el tiburón blanco se encuentre hoy en día en peligro de extinción debido a la caza deliberada y descontrolada que está sufriendo esta especie, fundamentada en la imagen monstruosa que de ella se da en la película.
Con el estreno de Jaws, nació el término de superproducción (blockbuster) a cargo de un joven y prometedor realizador de veintinueve años llamado Steven Spielberg, quien cambio el curso del cine y puso la primera piedra a una meteórica carrera en 1975.
Una cinta que supuso todo una revolución en taquilla, un fenómeno de masas que varió los esquemas cinematográficos hasta las producciones que se proyectan hoy en día.
Con Jaws, Spielberg humanizó a una criatura creando un mundo que sólo acontece en pesadillas.
Una nueva era comenzó en el séptimo arte.
La película está basada en un Best Seller escrito por Peter Benchley, quien a su vez se basó en hechos reales acaecidos entre el 1 y el 12 de julio de 1916 en Nueva Jersey y que causaron cierto revuelo en la época.
Se trató de uno de los ataques de tiburón (nunca se supo a ciencia cierta si fueron uno o varios animales) más misteriosos que se han dado, y que tuvieron como consecuencia un mínimo de cuatro víctimas, de las cuales 2 perdieron la vida.
Los ataques se dieron tanto en mar como en agua dulce, comenzando por las costas de Nueva Jersey y acabando en el río Matawan.
El incidente tuvo tanta repercusión que incluso el entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, ordeno que se diera muerte a todos los tiburones de la costa de Nueva Jersey.
Finalmente, el 14 de julio se capturó una hembra de tiburón blanco de 2,30 metros, con 7 kilos de restos supuestamente humanos en el estómago y el asunto se dio por zanjado.
Investigaciones posteriores consideraron que los ataques en la costa fueron causados seguramente por un tiburón o varios tiburones blancos y los del río Matawan, probablemente, por uno o varios tiburones toro.
A partir de este hecho, el tiburón se dio a conocer a la comunidad científica avisando que la autoridad en los mares y océanos no era exclusividad humana.
Los sucesos en la costa, a cargo de un tiburón toro y un gran blanco, cambiaron la visión del hombre sobre estos animales y comenzaron los mitos y leyendas.
Unos mitos que no hacen justicia a un animal del que muchas especies están cerca de la extinción.
Tan sólo unos especímenes pueden ser responsables de ataques a seres humanos: el tiburón blanco (Carcarodon Carcharis, de hasta ocho metros de largo); el tiburón tigre (Galeocerdo Cuvier, de hasta cinco metros de longitud, y referenciado en el film); tiburón toro (también conocido como Sarda, de hasta cuatro metros, Cacharhinus Leucas, que remonta ríos de gran profundidad cómo el Mississippi o el Zambeze); el tiburón martillo (Sphyrna Mokarran, de hasta cinco metros de longitud) y el tiburón Oceánico (Cacharhinus Longimanus, conocido como el tiburón de aletas blancas, el único que tiene gusto por la carne humana, y que también se nombra en el film, en el naufragio del USS Indianapolis).
Rara vez ocurren contactos con humanos, y tan sólo el azar o la confusión con presas habituales permiten desencuentros con estos enigmáticos animales.
Son los reyes del océano, claves para el ecosistema y que han sobrevivido millones de años.
Su irremediable mala fama, les ha colocado en el punto álgido de la cadena alimentaria, pero la realidad es mucho más cruel con estos peces que sufren cada año al depredador más voraz que existe en la Tierra: el hombre.
Regresando a Jaws, fue un filme que marcó generaciones por su dinamismo, su tono angustiante y la capacidad creativa de un director para poner en pantalla situaciones atractivas (aunque tan enemistadas con el sentido común).
Al hacerse popular, la novela Jaws llamó la atención de Richard Zanuck y David Brown que decidieron comprar los derechos para llevar la historia al cine.
El guión exigía proezas técnicas impensables para el año 1973.
Por aquel entonces la película estaba en manos de otro director, pero sus divergencias con la visión de los productores y su posterior abandono acercaron al joven y entusiasmado Spielberg, que había mostrado su interés por el proyecto justo después de su primera película The Sugarland Express, un fracaso de público, en manos de la misma productora.
Benchley desarrolló un guión y se lo entregó a Spielberg.
En esta película están muchos de los temas preferidos por Spielberg, el amor padre-hijo (inolvidable la escena de Roy Scheider y su hijo, fruto de la improvisación de los actores), y sobre todo el de un hombre ordinario enfrentándose a una situación extraordinaria que se ha repetido en muchas de las películas del director, ejemplos: Close Encounters of the Third Kind: Richard Dreyfuss y los extraterrestres (estos pacíficos).
E.T. the Extra-Terrestrial: la familia media americana y el extraterrestre (este muy pacífico).
War Of The Worlds: Tom Cruise (muy marciano en la vida real) y los extraterrestres (de pacíficos poco).
Pero el más conseguido es Brody el pacífico sheriff que se enfrenta a un bicho de nueve metros.
El film habla en términos de parábola de los conflictos, miedos y frustraciones reales en su momento para los Estados Unidos, como Vietnam, la amenaza nuclear, los héroes de guerra psicológicamente rotos, la presencia del mal organizado (URSS, Mafia, tráfico de estupefacientes...), los sentimientos de culpa colectivos, etc.
Veladamente se refiere a las incertidumbres que, para algunos, se dan asociadas a las innovaciones y cambios culturales y sociales de los países avanzados, como la liberación sexual, la igualdad de la mujer, el retroceso de los valores tradicionales (disciplina, obediencia, sumisión...) y el auge de los valores de la nueva sociedad (innovación, creatividad, iniciativa, flexibilidad...), etc.
Habla de problemas antiguos tan arraigados como el individualismo, el egoísmo, la defensa del interés particular frente al general, las perspectivas limitadas e inmediatistas a la hora de juzgar los problemas colectivos, las situaciones de riesgo que crea la propia sociedad (crisis del petróleo de 1973-78), la escasa capacidad de decisión de los políticos ante problemas nuevos y comprometidos.
Unos mitos que no hacen justicia a un animal del que muchas especies están cerca de la extinción.
Tan sólo unos especímenes pueden ser responsables de ataques a seres humanos: el tiburón blanco (Carcarodon Carcharis, de hasta ocho metros de largo); el tiburón tigre (Galeocerdo Cuvier, de hasta cinco metros de longitud, y referenciado en el film); tiburón toro (también conocido como Sarda, de hasta cuatro metros, Cacharhinus Leucas, que remonta ríos de gran profundidad cómo el Mississippi o el Zambeze); el tiburón martillo (Sphyrna Mokarran, de hasta cinco metros de longitud) y el tiburón Oceánico (Cacharhinus Longimanus, conocido como el tiburón de aletas blancas, el único que tiene gusto por la carne humana, y que también se nombra en el film, en el naufragio del USS Indianapolis).
Rara vez ocurren contactos con humanos, y tan sólo el azar o la confusión con presas habituales permiten desencuentros con estos enigmáticos animales.
Son los reyes del océano, claves para el ecosistema y que han sobrevivido millones de años.
Su irremediable mala fama, les ha colocado en el punto álgido de la cadena alimentaria, pero la realidad es mucho más cruel con estos peces que sufren cada año al depredador más voraz que existe en la Tierra: el hombre.
Regresando a Jaws, fue un filme que marcó generaciones por su dinamismo, su tono angustiante y la capacidad creativa de un director para poner en pantalla situaciones atractivas (aunque tan enemistadas con el sentido común).
Al hacerse popular, la novela Jaws llamó la atención de Richard Zanuck y David Brown que decidieron comprar los derechos para llevar la historia al cine.
El guión exigía proezas técnicas impensables para el año 1973.
Por aquel entonces la película estaba en manos de otro director, pero sus divergencias con la visión de los productores y su posterior abandono acercaron al joven y entusiasmado Spielberg, que había mostrado su interés por el proyecto justo después de su primera película The Sugarland Express, un fracaso de público, en manos de la misma productora.
Benchley desarrolló un guión y se lo entregó a Spielberg.
En esta película están muchos de los temas preferidos por Spielberg, el amor padre-hijo (inolvidable la escena de Roy Scheider y su hijo, fruto de la improvisación de los actores), y sobre todo el de un hombre ordinario enfrentándose a una situación extraordinaria que se ha repetido en muchas de las películas del director, ejemplos: Close Encounters of the Third Kind: Richard Dreyfuss y los extraterrestres (estos pacíficos).
E.T. the Extra-Terrestrial: la familia media americana y el extraterrestre (este muy pacífico).
War Of The Worlds: Tom Cruise (muy marciano en la vida real) y los extraterrestres (de pacíficos poco).
Pero el más conseguido es Brody el pacífico sheriff que se enfrenta a un bicho de nueve metros.
El film habla en términos de parábola de los conflictos, miedos y frustraciones reales en su momento para los Estados Unidos, como Vietnam, la amenaza nuclear, los héroes de guerra psicológicamente rotos, la presencia del mal organizado (URSS, Mafia, tráfico de estupefacientes...), los sentimientos de culpa colectivos, etc.
Veladamente se refiere a las incertidumbres que, para algunos, se dan asociadas a las innovaciones y cambios culturales y sociales de los países avanzados, como la liberación sexual, la igualdad de la mujer, el retroceso de los valores tradicionales (disciplina, obediencia, sumisión...) y el auge de los valores de la nueva sociedad (innovación, creatividad, iniciativa, flexibilidad...), etc.
Habla de problemas antiguos tan arraigados como el individualismo, el egoísmo, la defensa del interés particular frente al general, las perspectivas limitadas e inmediatistas a la hora de juzgar los problemas colectivos, las situaciones de riesgo que crea la propia sociedad (crisis del petróleo de 1973-78), la escasa capacidad de decisión de los políticos ante problemas nuevos y comprometidos.
Ve a la naturaleza como fuente de catástrofes (terremotos, incendios...).
Trata temas constantes del realizador: la relación padre/hijo, hombres ordinarios enfrentados a hechos extraordinarios, etc.
El film es más complejo y denso de lo que parece: contiene varios niveles de lectura e interpretación, que dan profundidad a la historia y a la película, guión que sufriría numerosas modificaciones, y tras un rodaje caótico, que sobrepasó holgadamente los límites de tiempo y presupuesto.
Jaws desató la selacofobia mundial, reventó las taquillas de todo el mundo y se proclamó como la película más taquillera hasta el momento.
Spielberg declaró:
Trata temas constantes del realizador: la relación padre/hijo, hombres ordinarios enfrentados a hechos extraordinarios, etc.
El film es más complejo y denso de lo que parece: contiene varios niveles de lectura e interpretación, que dan profundidad a la historia y a la película, guión que sufriría numerosas modificaciones, y tras un rodaje caótico, que sobrepasó holgadamente los límites de tiempo y presupuesto.
Jaws desató la selacofobia mundial, reventó las taquillas de todo el mundo y se proclamó como la película más taquillera hasta el momento.
Spielberg declaró:
«Puede que fuese una película muy agradable de ver, pero no de hacer».
Desde entonces, el cineasta guarda aversión a grabar en el agua, y sus espectadores a bañarse en ella.
El reparto del film estuvo integrado por Roy Scheider (Brody), Robert Shaw (Quint), Richard Dreyfuss (Hooper) y Lorraine Gary.
El rodaje fue realizado en la isla Martha's Vineyard, Massachusetts, no obstante, la mayoría del material recabado involucró a tiburones grabados en Australia por Ron y Valerie Taylor, del documental llamado "Blue Water, White Dead".
Antes de comenzar la filmación, el equipo realizador creó tres modelos mecánicos con apariencia de tiburones.
El acierto de Spielberg en esta producción, es el enfoque realista gracias a personajes cotidianos que se convierten en víctimas o héroes inesperados.
Desde entonces, el cineasta guarda aversión a grabar en el agua, y sus espectadores a bañarse en ella.
El reparto del film estuvo integrado por Roy Scheider (Brody), Robert Shaw (Quint), Richard Dreyfuss (Hooper) y Lorraine Gary.
El rodaje fue realizado en la isla Martha's Vineyard, Massachusetts, no obstante, la mayoría del material recabado involucró a tiburones grabados en Australia por Ron y Valerie Taylor, del documental llamado "Blue Water, White Dead".
Antes de comenzar la filmación, el equipo realizador creó tres modelos mecánicos con apariencia de tiburones.
El acierto de Spielberg en esta producción, es el enfoque realista gracias a personajes cotidianos que se convierten en víctimas o héroes inesperados.
El temor a lo desconocido unido a una tensión inigualable, hacen de Jaws un film que sigue siendo referente décadas después.
El mar como un lugar claustrofóbico donde convergen todos nuestros miedos.
Pero a su vez, Jaws es, en palabras del mismo Spielberg, su Vietnam personal.
La cantidad de gravísimos problemas con los que contaría a lo largo de la filmación sería legendaria y, para el mismo Spielberg, ni aún el súper blockbuster resultante podría compensar todo el daño físico y sicológico que él (y el resto del equipo de filmación) sufrirían.
Comenzando por el escualo mecánico que se dañó antes de empezar a rodar y nunca terminaría por verse real; las peleas con el estudio para rodar a mar abierto en vez de hacerlo en un estanque (algo que comenzaría a subir los costos de producción); después por el libreto que nunca estuvo a tiempo (terminó con gran parte de improvisación y escrito sobre cada día por Carl Gottlieb); el clima inestable que arruinaba días enteros de filmación; el robot que demoraba horas en funcionar como la gente y se rompía a cada rato; horas de rodaje infructuoso en alta mar, saturados de calor y agua salada; las visitas constantes de los ejecutivos del estudio que los despedían y recontrataban a cada rato, ya que estaba excedido en meses y cientos de miles de dólares de lo acordado para la filmación, sobretodo el divismo de Robert Shaw al querer aparecer o figurar más que los demás actores, cosa que lograría al verse su nombre en los títulos de la película, y a su etílico estado en los set de filmación produjo malestar a más de uno, inclusive se comentó que las peleas rodadas ya traían “cicatrices”...
Es una crónica del caos que bien merecería un apasionante documental para sí solo.
Spielberg terminaría con ataques de ansiedad y verdadera fobia al mar que lo atormentarían por años.
Pero semejante esfuerzo se ve compensado de sobra en este formidable clásico.
El mar como un lugar claustrofóbico donde convergen todos nuestros miedos.
Pero a su vez, Jaws es, en palabras del mismo Spielberg, su Vietnam personal.
La cantidad de gravísimos problemas con los que contaría a lo largo de la filmación sería legendaria y, para el mismo Spielberg, ni aún el súper blockbuster resultante podría compensar todo el daño físico y sicológico que él (y el resto del equipo de filmación) sufrirían.
Comenzando por el escualo mecánico que se dañó antes de empezar a rodar y nunca terminaría por verse real; las peleas con el estudio para rodar a mar abierto en vez de hacerlo en un estanque (algo que comenzaría a subir los costos de producción); después por el libreto que nunca estuvo a tiempo (terminó con gran parte de improvisación y escrito sobre cada día por Carl Gottlieb); el clima inestable que arruinaba días enteros de filmación; el robot que demoraba horas en funcionar como la gente y se rompía a cada rato; horas de rodaje infructuoso en alta mar, saturados de calor y agua salada; las visitas constantes de los ejecutivos del estudio que los despedían y recontrataban a cada rato, ya que estaba excedido en meses y cientos de miles de dólares de lo acordado para la filmación, sobretodo el divismo de Robert Shaw al querer aparecer o figurar más que los demás actores, cosa que lograría al verse su nombre en los títulos de la película, y a su etílico estado en los set de filmación produjo malestar a más de uno, inclusive se comentó que las peleas rodadas ya traían “cicatrices”...
Es una crónica del caos que bien merecería un apasionante documental para sí solo.
Spielberg terminaría con ataques de ansiedad y verdadera fobia al mar que lo atormentarían por años.
Pero semejante esfuerzo se ve compensado de sobra en este formidable clásico.
El poder de shock permanece inalterable con el paso de los años.
Es una narración muy bien dosificada - apertura shockeante, momentos de exposición, otro ataque espeluznante, y así - donde la narración se guía estrictamente por la coherencia.
Las escenas marinas son particularmente claustrofóbicas, aún cuando se trata de mar abierto, y posiblemente eso tenga que ver con el paneo de la cámara - dos tercios de la pantalla están sumergidos, lo que le da al espectador la sensación real de estar en el momento exacto de los ataques.
Lo que resulta interesante observar es la división de dos dimensiones totalmente opuestas, donde resulta tabú aventurarse a cruzar el límite que las separa.
En el ataque que culmina con la muerte del niño, existe una extraña sensación de que el mar es realmente un mundo totalmente diferente y ajeno al hombre.
Es el reino del tiburón.
El hombre apenas puede acercarse porque, aun con escasa profundidad, la muerte ronda las aguas.
Sólo existe seguridad en tierra firme - el espectador sólo siente tranquilidad cuando ve a los personajes en la playa y no en el mar -.
Todo intento de aventurarse al mar puede culminar en la muerte.
Es como un espejo que no puede ser traspasado; pareciera algo obvio lo que escribo, pero en el film es algo tan suave y subliminal que uno puede percibirlo en esos momentos.
Fíjense que en el mar todo es una trampa; las escenas de histeria masiva, el agua como obstáculo para huir rápidamente, la masa agolpándose y chocando para llegar a la playa... simplemente es un terreno prohibido.
Todos los ataques en alta mar son clásicos, pero a mi gusto la mejor escena de ataque, fue la psicológica, la narración de Quint acerca de la tragedia del hundimiento del USS Indianapolis en 1945, donde 1100 hombres naufragaron en el mar y terminaron siendo pasto de los escualos, sobreviviendo poco más de 300 en menos de una semana.
Robert Shaw se lleva las palmas como el carismático y detestable zorro de mar, pero en esa secuencia se luce con la dignidad propia de un Oscar.
Es un narrador formidable.
El USS Indianapolis fue un crucero de la clase Portland, con numeral identificador CA-35, famoso porque transportó desde América la bomba atómica empleada en Hiroshima por el Proyecto Manhattan.
También es conocido por ser el penúltimo barco estadounidense en ser hundido durante la Segunda Guerra Mundial (el último fue el submarino USS Bullhead SS-332).
Muchos de sus náufragos tuvieron un trágico final, al quedar a la deriva sin agua potable y ser devorados por tiburones.
De los 1.196 oficiales y demás tripulantes, unos 880 lograron lanzarse con vida al mar tras los golpes de los torpedos.
Comenzó entonces para ellos una de las más trágicas historias de naufragio.
Los sobrevivientes cuentan que a primeras horas del amanecer del 31 de julio aparecieron los primeros tiburones (probablemente tiburones oceánicos de puntas blancas).
Durante 5 días, se mantuvieron a flote en grupos separados, algunos utilizaron sólo salvavidas individuales, otros balsas de goma que pudieron rescatar del naufragio.
Los hombres trataban de sobrevivir al hambre, la sed, la insolación, las heridas y, sobre todo tiempo después, al ataque de los tiburones.
Muchos también murieron debido a las alucinaciones que la ingesta de agua salada les provocó, matando así a algunos de sus propios compañeros.
Al acercarse los primeros tiburones, los marineros comenzaron a sentir pánico al ver estos monstruosos tiburones tigre que les acechaban y empujaban con sus morros.
Cuando los gigantes de 13 pies de largo olfatearon la sangre de los heridos, comenzaron a atacarles, despedazándoles.
El olor de la sangre atrajo más tiburones.
Según relatos de los testigos, entre doscientos y trescientos tiburones masacraron durante horas a los desvalidos náufragos.
Los aterrorizados sobrevivientes se tomaron de las manos y formaron círculos grandes para tratar de defenderse, pero los tiburones continuaron atacando el exterior de los círculos, desmembrándolos uno a uno.
Flotaban pedazos de brazos y pernas por doquier.
Hubo muchos que no soportaron más y, desprendiéndose de sus chalecos salvavidas, preferían ahogarse a morir descuartizados.
La masacre se extendió días.
Los tiburones se retiraban por tres o cuatro horas, para regresar aún más feroces y emprenderla con los sobrevivientes.
Muchos murieron durante los tres primeros días, de hambre y deshidratación, el resto estaba siendo cazado implacablemente y sufriendo una lenta y horrible muerte.
Casi 400 hombres fueron devorados por estas despiadadas bestias marinas.
La experiencia de ver cómo un hombre es devorado vivo sin poder hacer nada para evitarlo tiene que ser horrible y brutal para cualquier persona.
Sólo trescientos diecisiete hombres sobrevivieron la horrible masacre, que se había durado cinco días.
Un hidroavión Consolidated PBY Catalina fue enviado, y al ver los tiburones atacando se arriesgó y amerizó, logrando extraer del mar a 56 marinos.
El destructor USS Cecil Doyle fue el primer buque que, ya de noche, arribó a la escena.
Se contaron 317 sobrevivientes en total, entre ellos, el Capitán McVay.
Para entonces las pérdidas eran de 883 hombres de mar, de los cuales, casi la mitad había sido pasto de los escualos.
No tengo la menor idea de lo que pasaron esos hombres en altamar, de hecho, no es extraño que pudieran haber observado grandes tiburones, sobre todo los blancos, realizando saltos sobre el agua.
Este comportamiento está relacionado con sus técnicas depredadoras a sus presas preferidas focas, leones marinos, etc.
Suelen hacerlo desde debajo y a gran velocidad por eso sus ataques llegan a sacar parte de su cuerpo fuera del agua, con su víctima entre los dientes.
Los ataques desde debajo son más efectivos porque resulta inesperado.
El tiburón blanco se alimenta principalmente de todo tipo de peces, calamares y seres vivos que habiten en su hábitat.
Para localizar sus presas el tiburón blanco utiliza todos sus sentidos como son el olfato y oído para largas distancias así como la vista para distancias cortas.
Por todo ello el tiburón blanco tiene una dieta muy variada la cual necesita grandes cantidades de alimentos al día.
El tiburón blanco (Carcharodon carcharias) se encuentra en las aguas cálidas y templadas de casi todos los océanos.
Se caracterizan por su cuerpo fusiforme y por tener gran robustez, tienen el morro cónico, corto y grueso, y en su punta se concentra una gran cantidad de terminaciones nerviosas, hecho que se manifiesta en algunos ejemplares a través de numerosos lunares en la nariz, y que en caso de ser golpeado con fuerza puede hacer huir al tiburón.
La longitud más frecuente entre los tiburones blancos adultos es de 4 a 6 mts (siendo los machos menores que las hembras), aunque se conocen casos de individuos excepcionales que rebasaban ampliamente esas medidas, y su peso ronda los 1200kg.
La mayoría de los tiburones blancos habitan en la costas de Sudáfrica.
Tomando el rumbo de la película, al igual que Hichcock con Bernard Herrmann, el dueto que conforman Spielberg con su director musical John Williams, es clave para generar esta angustiante atmósfera que atrapa y sólo te deja escapar al ver al jefe Brody y Matt Hooper nadando sobre un madero hacia la costa.
La música de Williams te alerta, te atenaza y te atrapa, nunca una partitura te introduce de tal manera en la narración de un film.
El propio Spielberg afirmó que se quedó decepcionado, cuando Williams le llamó para enseñarle el tema de esta banda sonora y se limitó a tocar dos teclas de su piano y que lo primero que pensó fue:
Es una narración muy bien dosificada - apertura shockeante, momentos de exposición, otro ataque espeluznante, y así - donde la narración se guía estrictamente por la coherencia.
Las escenas marinas son particularmente claustrofóbicas, aún cuando se trata de mar abierto, y posiblemente eso tenga que ver con el paneo de la cámara - dos tercios de la pantalla están sumergidos, lo que le da al espectador la sensación real de estar en el momento exacto de los ataques.
Lo que resulta interesante observar es la división de dos dimensiones totalmente opuestas, donde resulta tabú aventurarse a cruzar el límite que las separa.
En el ataque que culmina con la muerte del niño, existe una extraña sensación de que el mar es realmente un mundo totalmente diferente y ajeno al hombre.
Es el reino del tiburón.
El hombre apenas puede acercarse porque, aun con escasa profundidad, la muerte ronda las aguas.
Sólo existe seguridad en tierra firme - el espectador sólo siente tranquilidad cuando ve a los personajes en la playa y no en el mar -.
Todo intento de aventurarse al mar puede culminar en la muerte.
Es como un espejo que no puede ser traspasado; pareciera algo obvio lo que escribo, pero en el film es algo tan suave y subliminal que uno puede percibirlo en esos momentos.
Fíjense que en el mar todo es una trampa; las escenas de histeria masiva, el agua como obstáculo para huir rápidamente, la masa agolpándose y chocando para llegar a la playa... simplemente es un terreno prohibido.
Todos los ataques en alta mar son clásicos, pero a mi gusto la mejor escena de ataque, fue la psicológica, la narración de Quint acerca de la tragedia del hundimiento del USS Indianapolis en 1945, donde 1100 hombres naufragaron en el mar y terminaron siendo pasto de los escualos, sobreviviendo poco más de 300 en menos de una semana.
Robert Shaw se lleva las palmas como el carismático y detestable zorro de mar, pero en esa secuencia se luce con la dignidad propia de un Oscar.
Es un narrador formidable.
El USS Indianapolis fue un crucero de la clase Portland, con numeral identificador CA-35, famoso porque transportó desde América la bomba atómica empleada en Hiroshima por el Proyecto Manhattan.
También es conocido por ser el penúltimo barco estadounidense en ser hundido durante la Segunda Guerra Mundial (el último fue el submarino USS Bullhead SS-332).
Muchos de sus náufragos tuvieron un trágico final, al quedar a la deriva sin agua potable y ser devorados por tiburones.
De los 1.196 oficiales y demás tripulantes, unos 880 lograron lanzarse con vida al mar tras los golpes de los torpedos.
Comenzó entonces para ellos una de las más trágicas historias de naufragio.
Los sobrevivientes cuentan que a primeras horas del amanecer del 31 de julio aparecieron los primeros tiburones (probablemente tiburones oceánicos de puntas blancas).
Durante 5 días, se mantuvieron a flote en grupos separados, algunos utilizaron sólo salvavidas individuales, otros balsas de goma que pudieron rescatar del naufragio.
Los hombres trataban de sobrevivir al hambre, la sed, la insolación, las heridas y, sobre todo tiempo después, al ataque de los tiburones.
Muchos también murieron debido a las alucinaciones que la ingesta de agua salada les provocó, matando así a algunos de sus propios compañeros.
Al acercarse los primeros tiburones, los marineros comenzaron a sentir pánico al ver estos monstruosos tiburones tigre que les acechaban y empujaban con sus morros.
Cuando los gigantes de 13 pies de largo olfatearon la sangre de los heridos, comenzaron a atacarles, despedazándoles.
El olor de la sangre atrajo más tiburones.
Según relatos de los testigos, entre doscientos y trescientos tiburones masacraron durante horas a los desvalidos náufragos.
Los aterrorizados sobrevivientes se tomaron de las manos y formaron círculos grandes para tratar de defenderse, pero los tiburones continuaron atacando el exterior de los círculos, desmembrándolos uno a uno.
Flotaban pedazos de brazos y pernas por doquier.
Hubo muchos que no soportaron más y, desprendiéndose de sus chalecos salvavidas, preferían ahogarse a morir descuartizados.
La masacre se extendió días.
Los tiburones se retiraban por tres o cuatro horas, para regresar aún más feroces y emprenderla con los sobrevivientes.
Muchos murieron durante los tres primeros días, de hambre y deshidratación, el resto estaba siendo cazado implacablemente y sufriendo una lenta y horrible muerte.
Casi 400 hombres fueron devorados por estas despiadadas bestias marinas.
La experiencia de ver cómo un hombre es devorado vivo sin poder hacer nada para evitarlo tiene que ser horrible y brutal para cualquier persona.
Sólo trescientos diecisiete hombres sobrevivieron la horrible masacre, que se había durado cinco días.
Un hidroavión Consolidated PBY Catalina fue enviado, y al ver los tiburones atacando se arriesgó y amerizó, logrando extraer del mar a 56 marinos.
El destructor USS Cecil Doyle fue el primer buque que, ya de noche, arribó a la escena.
Se contaron 317 sobrevivientes en total, entre ellos, el Capitán McVay.
Para entonces las pérdidas eran de 883 hombres de mar, de los cuales, casi la mitad había sido pasto de los escualos.
No tengo la menor idea de lo que pasaron esos hombres en altamar, de hecho, no es extraño que pudieran haber observado grandes tiburones, sobre todo los blancos, realizando saltos sobre el agua.
Este comportamiento está relacionado con sus técnicas depredadoras a sus presas preferidas focas, leones marinos, etc.
Suelen hacerlo desde debajo y a gran velocidad por eso sus ataques llegan a sacar parte de su cuerpo fuera del agua, con su víctima entre los dientes.
Los ataques desde debajo son más efectivos porque resulta inesperado.
El tiburón blanco se alimenta principalmente de todo tipo de peces, calamares y seres vivos que habiten en su hábitat.
Para localizar sus presas el tiburón blanco utiliza todos sus sentidos como son el olfato y oído para largas distancias así como la vista para distancias cortas.
Por todo ello el tiburón blanco tiene una dieta muy variada la cual necesita grandes cantidades de alimentos al día.
El tiburón blanco (Carcharodon carcharias) se encuentra en las aguas cálidas y templadas de casi todos los océanos.
Se caracterizan por su cuerpo fusiforme y por tener gran robustez, tienen el morro cónico, corto y grueso, y en su punta se concentra una gran cantidad de terminaciones nerviosas, hecho que se manifiesta en algunos ejemplares a través de numerosos lunares en la nariz, y que en caso de ser golpeado con fuerza puede hacer huir al tiburón.
La longitud más frecuente entre los tiburones blancos adultos es de 4 a 6 mts (siendo los machos menores que las hembras), aunque se conocen casos de individuos excepcionales que rebasaban ampliamente esas medidas, y su peso ronda los 1200kg.
La mayoría de los tiburones blancos habitan en la costas de Sudáfrica.
Tomando el rumbo de la película, al igual que Hichcock con Bernard Herrmann, el dueto que conforman Spielberg con su director musical John Williams, es clave para generar esta angustiante atmósfera que atrapa y sólo te deja escapar al ver al jefe Brody y Matt Hooper nadando sobre un madero hacia la costa.
La música de Williams te alerta, te atenaza y te atrapa, nunca una partitura te introduce de tal manera en la narración de un film.
El propio Spielberg afirmó que se quedó decepcionado, cuando Williams le llamó para enseñarle el tema de esta banda sonora y se limitó a tocar dos teclas de su piano y que lo primero que pensó fue:
"esto debe ser una broma".
Pero no era ninguna broma y, con los años, esta particular secuencia de dos notas se ha convertido en una de las más famosas de la historia del cine.
Realmente la música es el Tiburón en el sentido literal de la palabra.
Hay múltiples secuencias en las que no podemos ver al escualo pero sabemos que está ahí gracias a lo que oímos y a los movimientos de cámara de un Spielberg inspiradísimo.
La música refuerza lo que vemos muy poderosamente, multiplicando la emoción.
¿Cómo se logra este efecto?
Con acordes sencillos y desconcertantes, casi rudimentarios, que avanzan hacia un clímax decidido cuando se producen los ataques o vemos en imagen al tiburón; haciendo entonces que la música sea tan brutal como él, acentuando progresivamente un obstinato de un ritmo intenso y obsesivo.
Los violines aportan la necesaria carga de tensión y terror, los instrumentos de viento el aire marinero necesario en la cinta, las percusiones (reforzadas por la tuba) nos transmiten la potencia de ese desmesurado fenómeno de la naturaleza que es el gran blanco, arpa y piano nos hablan de la cristalina pero traicionera liviandad del agua.
Este último sólo se vuelve diáfano en la última pista, cuando ya todo ha acabado.
Es notable también destacar la brillantísima interpretación de la sección de cuerdas.
Ya he comentado en alguna ocasión que considero a Williams el mejor compositor-director de orquesta vivo dentro del ámbito de las bandas sonoras.
Pero no era ninguna broma y, con los años, esta particular secuencia de dos notas se ha convertido en una de las más famosas de la historia del cine.
Realmente la música es el Tiburón en el sentido literal de la palabra.
Hay múltiples secuencias en las que no podemos ver al escualo pero sabemos que está ahí gracias a lo que oímos y a los movimientos de cámara de un Spielberg inspiradísimo.
La música refuerza lo que vemos muy poderosamente, multiplicando la emoción.
¿Cómo se logra este efecto?
Con acordes sencillos y desconcertantes, casi rudimentarios, que avanzan hacia un clímax decidido cuando se producen los ataques o vemos en imagen al tiburón; haciendo entonces que la música sea tan brutal como él, acentuando progresivamente un obstinato de un ritmo intenso y obsesivo.
Los violines aportan la necesaria carga de tensión y terror, los instrumentos de viento el aire marinero necesario en la cinta, las percusiones (reforzadas por la tuba) nos transmiten la potencia de ese desmesurado fenómeno de la naturaleza que es el gran blanco, arpa y piano nos hablan de la cristalina pero traicionera liviandad del agua.
Este último sólo se vuelve diáfano en la última pista, cuando ya todo ha acabado.
Es notable también destacar la brillantísima interpretación de la sección de cuerdas.
Ya he comentado en alguna ocasión que considero a Williams el mejor compositor-director de orquesta vivo dentro del ámbito de las bandas sonoras.
Para encontrar otras direcciones tan brillantes de las cuerdas hay que remontarse a Bernard Herrmann, cuya influencia es claramente perceptible en el score que nos ocupa, dicho sea de paso.
También trae esta música a la mente a otro de los grandes: Erich W. Korngold y su Sea Hawk.
El propio Williams ha comentado en diversas ocasiones que es uno de sus grandes referentes.
La partitura de Williams tiene dos funciones: acompañar al tiburón, como si en cierta forma mostrara su estado de ánimo en cada escena, o si se mueve rápido o lento, o si sube a la superficie o se aleja, y, por otro lado, anunciar al espectador su presencia.
Con esto último se conseguía un efecto doble, ya que si vemos la película pronto asociamos la presencia de esa inquietante música a la aparición de la criatura, con lo que cuando ésta emerge sin música previa el susto es aún mayor.
Es un golpe silencioso 100% visual, te desconecta el sentido auditivo de golpe al que estabas acostumbrado a prever con la música.
La composición de Williams ha quedado en la imaginería popular asociada al cine de terror, como lo fue en su día la música de Psycho.
Como curiosidad, destacar que el final del libro tiene poco que ver con el de la película; en la novela, el devorado es Hooper, quien no sobrevive a la inmersión en la jaula.
Quint también muere, pero al más puro estilo capitán Ahab en Moby Dick (y en un claro homenaje de Peter Benchley a la obra de Herman Melville): perece ahogado al enredarse en las cuerdas de los barriles y ser arrastrado por el tiburón mar adentro, quien a su vez palma debido al desangramiento provocado por los arponazos y el agotamiento de arrastrar los barriles, quedándose a sólo a unos centímetros de un Brody que ya se daba por muerto; un final bastante menos fantasioso y espectacular que en la película.
También añadir que en Jaws se mezclan imágenes del tiburón mecánico (llamado cariñosamente "Bruce" por los responsables del film y que curiosamente reviviría la película Nemo) con imágenes de tiburones reales.
Pues ya saben entonces, la razón de cómo tengo ese temor al mar y mucho más a los tiburones, claramente se ha demostrado que el shock en los niños repercute en la adolescencia y llega a formar parte del estilo de vida adulto, si los temores convertidos en fobias no son debidamente atendidas en su momento.
Sip, padezco de selacofobia o miedo irracional a los tiburones, muchos psicólogos la atribuyen específicamente a esta película.
Esta fobia forma parte de la rama de la zoofobia (miedo a los animales).
La padecen principalmente los nadadores, personas en contacto con el mar o gente que ha visto, al tiempo del estreno, la película Jaws de Steven Spielberg.
En casos severos, basta la imagen de un tiburón, ya sea en fotografía o video para provocarles un ataque de pánico.
También trae esta música a la mente a otro de los grandes: Erich W. Korngold y su Sea Hawk.
El propio Williams ha comentado en diversas ocasiones que es uno de sus grandes referentes.
La partitura de Williams tiene dos funciones: acompañar al tiburón, como si en cierta forma mostrara su estado de ánimo en cada escena, o si se mueve rápido o lento, o si sube a la superficie o se aleja, y, por otro lado, anunciar al espectador su presencia.
Con esto último se conseguía un efecto doble, ya que si vemos la película pronto asociamos la presencia de esa inquietante música a la aparición de la criatura, con lo que cuando ésta emerge sin música previa el susto es aún mayor.
Es un golpe silencioso 100% visual, te desconecta el sentido auditivo de golpe al que estabas acostumbrado a prever con la música.
La composición de Williams ha quedado en la imaginería popular asociada al cine de terror, como lo fue en su día la música de Psycho.
Como curiosidad, destacar que el final del libro tiene poco que ver con el de la película; en la novela, el devorado es Hooper, quien no sobrevive a la inmersión en la jaula.
Quint también muere, pero al más puro estilo capitán Ahab en Moby Dick (y en un claro homenaje de Peter Benchley a la obra de Herman Melville): perece ahogado al enredarse en las cuerdas de los barriles y ser arrastrado por el tiburón mar adentro, quien a su vez palma debido al desangramiento provocado por los arponazos y el agotamiento de arrastrar los barriles, quedándose a sólo a unos centímetros de un Brody que ya se daba por muerto; un final bastante menos fantasioso y espectacular que en la película.
También añadir que en Jaws se mezclan imágenes del tiburón mecánico (llamado cariñosamente "Bruce" por los responsables del film y que curiosamente reviviría la película Nemo) con imágenes de tiburones reales.
Pues ya saben entonces, la razón de cómo tengo ese temor al mar y mucho más a los tiburones, claramente se ha demostrado que el shock en los niños repercute en la adolescencia y llega a formar parte del estilo de vida adulto, si los temores convertidos en fobias no son debidamente atendidas en su momento.
Sip, padezco de selacofobia o miedo irracional a los tiburones, muchos psicólogos la atribuyen específicamente a esta película.
Esta fobia forma parte de la rama de la zoofobia (miedo a los animales).
La padecen principalmente los nadadores, personas en contacto con el mar o gente que ha visto, al tiempo del estreno, la película Jaws de Steven Spielberg.
En casos severos, basta la imagen de un tiburón, ya sea en fotografía o video para provocarles un ataque de pánico.
Hay casos en los que las personas que padecen de esta fobia, inclusive se niegan a tocar el agua en general, ya sea nadar en una piscina, reposar en un jacuzzi o tina de baño, aún y cuando se encuentran ubicadas lejos del océano.
La selacofobia puede ser tratada con hipnoterapia, terapia conductual y medicación.
Curiosamente, años después allá por 1989, fui a nadar con unos amigos extranjeros a una playa muy tranquila y conocida de mi provincia, los extranjeros al ver el mar, salieron descontrolados hacia el desvistiéndose de la misma manera del prólogo de la película, una vez dentro, que para mí ellos estaban en el horizonte, me llamaban para que me les uniera con gran exaltación.
Yo había atendido a unos cursillos de natación en la universidad y me decidí a entrar al mar.
Recuerdo que nadé, nadé y nadé y nunca lograba llegar a mis amigos, recuerdo que la corriente me arrastraba a la orilla fuertemente impidiéndome avanzar.
Cansado de nadar, me detuve, y sentí el vacio en mis pies, esa sensación me impulsó a irme hacia el fondo del mar.
Con el primer tirón (que sentí seguramente en mi mente), comencé la lucha por regresar a la orilla, de forma contraria, las olas y la marea me daban batalla campal, me atraían hacia adentro, naturalmente.
Fueron minutos incansables de luchar por mi vida en contra de mis propios miedos, temores y fobias en el mar, nadando, extenuado logre llegar de cuclillas a la arena de la playa donde me derrumbe en llanto con fuertes pulsaciones cardíacas.
Mis amigos nunca supieron de esta historia hasta ahora, en este comentario.
Pues una fobia (de los tiburones) sobrevino otra, la talasofobia, miedo al mar.
Gracias a esta película, mis vacaciones son ver películas, mis fobias me han costado enemistades y enojos de muchos de mis incomprensibles, hasta ahora, amigos, pero también me han ahorrado los tratamientos contra los rayos ultravioleta, muy común en estos días en que la capa del Ozono está débil y peligran la salud de la piel, hago esta larga referencia por el hecho que soy muy blanco.
Bueno, para terminar, posiblemente el final de Jaws sea implausible - el mismo Spielberg lo ha admitido, pero carecía de un clímax mejor -, pero no quita ningún mérito a lo que es una obra maestra del horror.
El poder de sus imágenes no ha menguado en tres décadas - la muerte de Quint es particularmente impresionante - y dudo que lo haga algún día, simplemente porque es un relato que funciona fundamentalmente en lo sicológico - los temores profundos del ser humano, la inmensidad del mar y la desnudez natural del hombre al sumergirse en él, los animales salvajes que nos acosan en la naturaleza desconocida -, pero que se ayuda de lo explícito para impactarnos.
Acabar con el tiburón no significa nada, pues el mar está lleno de ellos.
El mar sigue allí y el miedo que le tenemos también, porque jamás será nuestro hábitat natural y no estaremos cien por cien seguros en él.
Año 2011, y me reacción ante esta película es la misma como desde la primera vez que la visioné, aún no puedo bañarme en la ducha con los ojos cerrados.
Es sencillamente brillante, perturbadora y efectiva.
La selacofobia puede ser tratada con hipnoterapia, terapia conductual y medicación.
Curiosamente, años después allá por 1989, fui a nadar con unos amigos extranjeros a una playa muy tranquila y conocida de mi provincia, los extranjeros al ver el mar, salieron descontrolados hacia el desvistiéndose de la misma manera del prólogo de la película, una vez dentro, que para mí ellos estaban en el horizonte, me llamaban para que me les uniera con gran exaltación.
Yo había atendido a unos cursillos de natación en la universidad y me decidí a entrar al mar.
Recuerdo que nadé, nadé y nadé y nunca lograba llegar a mis amigos, recuerdo que la corriente me arrastraba a la orilla fuertemente impidiéndome avanzar.
Cansado de nadar, me detuve, y sentí el vacio en mis pies, esa sensación me impulsó a irme hacia el fondo del mar.
Con el primer tirón (que sentí seguramente en mi mente), comencé la lucha por regresar a la orilla, de forma contraria, las olas y la marea me daban batalla campal, me atraían hacia adentro, naturalmente.
Fueron minutos incansables de luchar por mi vida en contra de mis propios miedos, temores y fobias en el mar, nadando, extenuado logre llegar de cuclillas a la arena de la playa donde me derrumbe en llanto con fuertes pulsaciones cardíacas.
Mis amigos nunca supieron de esta historia hasta ahora, en este comentario.
Pues una fobia (de los tiburones) sobrevino otra, la talasofobia, miedo al mar.
Gracias a esta película, mis vacaciones son ver películas, mis fobias me han costado enemistades y enojos de muchos de mis incomprensibles, hasta ahora, amigos, pero también me han ahorrado los tratamientos contra los rayos ultravioleta, muy común en estos días en que la capa del Ozono está débil y peligran la salud de la piel, hago esta larga referencia por el hecho que soy muy blanco.
Bueno, para terminar, posiblemente el final de Jaws sea implausible - el mismo Spielberg lo ha admitido, pero carecía de un clímax mejor -, pero no quita ningún mérito a lo que es una obra maestra del horror.
El poder de sus imágenes no ha menguado en tres décadas - la muerte de Quint es particularmente impresionante - y dudo que lo haga algún día, simplemente porque es un relato que funciona fundamentalmente en lo sicológico - los temores profundos del ser humano, la inmensidad del mar y la desnudez natural del hombre al sumergirse en él, los animales salvajes que nos acosan en la naturaleza desconocida -, pero que se ayuda de lo explícito para impactarnos.
Acabar con el tiburón no significa nada, pues el mar está lleno de ellos.
El mar sigue allí y el miedo que le tenemos también, porque jamás será nuestro hábitat natural y no estaremos cien por cien seguros en él.
Año 2011, y me reacción ante esta película es la misma como desde la primera vez que la visioné, aún no puedo bañarme en la ducha con los ojos cerrados.
Es sencillamente brillante, perturbadora y efectiva.
Comentarios
Publicar un comentario