The Others

"Yo también los he visto.
Tu madre también los verá. 
Y todo cambiará. 
Habrá grandes sorpresas. 
Habrá cambios."

The Others es una película estrenada en el año 2001. 
Entra dentro del género thriller, y está dirigida por el director español-chileno Alejandro Amenábar, y protagonizada por Nicole Kidman y Fionnula Flanagan.
Es una coproducción hispanofrancoestadounidense.
El impacto de The Others se basa en algo que Hollywood ha olvidado, y en general todo el género de terror ha sepultado, que son los temores primarios. 
El ser humano se aterroriza de lo desconocido, y uno de los terrores primordiales es la oscuridad. 
¿Qué mejor premisa que tener a los chicos afectados por una extrema foto sensibilidad para mantener un clima nocturno permanente en una mansión enorme? 
Esto es algo que Stephen King entendía muy bien - al principio de su carrera -; lo que asusta a un adulto es lo que nos daba terror desde chicos. 
Acá bastan con unas puertas que se cierran solas, objetos que cambian de lugar en segundos, sonidos extraños cuyo origen es imposible de develar... es suspenso mucho más efectivo que monstruos de pacotilla gritando estúpidamente.
The Others es una película diestramente hecha, notable en todos sus aspectos, tanto técnicos como creativos.
El guión es muy bueno, con caracteres muy bien dibujados y mostrando una perfecta estructura en la que aun los hechos que parecen fuera de lugar son posteriormente justificados, al igual que las irregulares actitudes de sus personajes.
Las actuaciones son fantásticas, desde los actores infantiles hasta el ama de llaves, encarnada por la tremenda Fionnula Flanagan, con su característico brillo en los ojos tan “vivo” como siempre. 
En cualquier caso, hay algún aspecto de The Others que ha sido recibido con casi unánime aplauso, como es la magnífica actuación del reparto. 
Nicole Kidman proporciona al papel una apariencia física inolvidable —con esa insólita blancura de la piel (una blancura cadavérica, que actúa como signo premonitorio del desenlace) y esos grandes ojos, de un azul irreal, alucinado, que parecen mirar hacia dentro y no hacia fuera, que miran sin ver—, la cual subraya su composición de altiva y elegante severidad, al mismo tiempo sensual y maligna, nada nuevo, por cierto, en una actriz capaz de plasmar personajes tan deseables y al mismo tiempo perversos como los que encarnó en Malice y, sobre todo, en la excelente, sarcástica y olvidada To Die For, con la que transmite un carácter paradójico, dotado en apariencia de una voluntad férrea, pero en el fondo roído por una íntima fragilidad.
Todos los aspectos técnicos son sobresalientes. 
La fotografía es magnífica, desde los opresivos interiores hasta los siniestros exteriores envueltos en la característica neblina inglesa.
La música (del director mismo) es una herramienta más, perfectamente utilizada para estimular el suspenso, y junto con el excelente diseño de sonido evocan por medio del mero oído más terror que el que muchas otras cintas tratan de conseguir con vacíos efectos especiales.
La ambientación es sobresaliente, enfocándose más a darle personalidad a la casona que a convertirla en un inútil despliegue de recursos. 
Recoge elementos habituales del género -la casa envuelta en una espesa niebla, el piano que toca solo, una profunda religiosidad... y nos ofrece una relectura tan soberbia que es como si nos los ofrecieran por primera vez. 
En la misma línea, dota a los objetos más cotidianos e inofensivos -el quinqué, las cortinas, las puertas con sus respectivas llaves, la propia luz del sol... de una perversidad y un potencial aterrorizador que dejan huella.
Pero por encima de todo, el gran acierto de The Others es la forma en que consigue engañar al espectador, que consciente de estar presenciando un thriller de terror sobrenatural, acaba siendo testigo de un drama de dimensiones psicológicas sobre el más primario de nuestros miedos. 
Y la luz, como metáfora siempre presente, incluso en su ausencia; luz en la que, paradójicamente, se oculta esa gran verdad -purificadora, redentora- que tanto nos aterra hacer frente.
He visto The Others con una sensación creciente de inquietud, de desasosiego, con un deseo urgente de que la película llegara a su plano final y terminara el efecto de profunda desazón y acuciante inseguridad que experimenté desde la primera secuencia. 
He de reconocer que he pasado miedo, un miedo deleitoso, claro está, el miedo apetecible de saber que está uno en el lado de acá de la ficción, y no en el lado de la pantalla iluminada, donde los protagonistas de la aterradora historia imaginada por Alejandro Amenábar asisten a la lenta e inevitable ruina de sus vidas, a la terrible pérdida de su sentido de la realidad.
Qué mejor mérito puede atribuirse a una película de miedo como el hecho de que el espectador lo haya pasado mal durante su proyección, que se haya reconocido no sólo asustado, sino desasosegado y angustiado. 
Y que además esas sensaciones procedan de una puesta en escena elegante, de planos tan certeros como inquietantes, sin el recurso fácil a los manidos argumentos de la mayor parte del cine de terror contemporáneo: la sangre y las vísceras, los fuegos fatuos de los efectos especiales, los movimientos de cámara espasmódicos, el descontrol y la histeria.
Y, como siempre ocurre en los mejores exponentes cinematográficos o literarios de lo fantástico, el auténtico terror no puede tener más que una cara, la de la muerte, que siempre es horrenda, por más que a veces adopte, como en los otros, la máscara algo más amable de una ficción, de un sueño del que los personajes tardan en despertar.
Si toda isla comunica inevitablemente la idea de aislamiento, la mansión donde transcurren los hechos que constituyen la película también adquiere, y por partida doble, ese carácter insular y solitario. 
Es cierto que el imponente edificio de altos techos, solitarias habitaciones y desvanes misteriosos nos recuerda el ambiente y los rasgos arquitectónicos de las mansiones que albergan muchas de las más famosas ghost stories de tan fecunda tradición en las literaturas de lengua inglesa. 
Pero este parecido es, en rigor, superficial, pues el despojamiento narrativo, la casi completa ausencia de una referencialidad externa a la propia mansión, la ambigüedad intrínseca a los sucesos que en ella acontecen, permiten afirmar más bien que este lugar de contornos imprecisos y borrosos (casi todas las secuencias se desarrollan entre nieblas y penumbras), es una isla en el espacio, en un lugar fuera de este mundo.
Podríamos fijarnos, por ejemplo, en la acumulación de elementos que refuerzan la sensación de espacio claustrofóbico: 
La casa carece de luz eléctrica, de teléfono y de radio, y está separada del mundo exterior por una verja, un extenso jardín otoñal y densas nieblas casi permanentes. 
Es una mansión que no visita nadie, se afirma que el párroco del pueblo tiene que visitar a sus habitantes, pero lo cierto es que nunca va, en la que nadie entra, salvo los criados, pero el desarrollo del relato nos demostrará que no son una excepción a la ausencia de vida exterior, y de la que nadie sale, salvo Grace, en una secuencia de ambiguo significado, para encontrarse con un hombre —su marido— cuya existencia es, cuando menos, de dudosa entidad.
Siguiendo con el motivo de la “casa encantada”, comprobamos que la reclusión de sus personajes, y el consiguiente efecto claustrofóbico, no es el resultado de la configuración de una realidad natural contra la que no se puede luchar, ni tampoco de una amenaza exterior, sino un acto que tiene mucho de voluntario, de deliberada renuncia al contacto con lo que existe más allá de los límites elegidos. 
Es cierto que Grace, la protagonista, a la que presta su longilínea figura la bellísima Nicole Kidman, afirma que su encierro es consecuencia de la necesidad de proteger a sus dos hijos de la grave alergia a la luz que sufren, pero ello no le impide ufanarse de su misantropía, que se revela en aspectos como la orgullosa afirmación de su resistencia contra la ocupación nazi y en su voluntad de aislamiento frente a toda perturbación psíquica, la cual adopta la forma de una valoración exagerada, casi patológica, del silencio.
El motivo con que se abre la película: la alergia de los hijos de Grace a la luz, rechazo que en mi opinión no sería aventurado suponer como un signo de toda la familia a afrontar su verdad interior, una excusa destinada a proteger una frágil ficción ajena a la realidad. 
Y en cuanto al fanatismo religioso de la madre, también podemos interpretarlo en un sentido semejante, esto es, como el deseo desesperado de proteger el mundo de mentiras que ha construido en torno suyo y de sus hijos. 
Hasta un detalle tan en apariencia menor como las frecuentes jaquecas que padece Grace nos sugiere una metáfora de la amenaza inminente de la locura, del trastorno mental, y acaso también el resultado de una represión afectiva y sexual que se refleja en conductas como el autoritarismo y la altivez y que se reviste con la apariencia de un vestuario casi monacal (no por austero menos elegante, por cierto).
El análisis de la relación de Grace con los demás personajes de la historia nos permite precisar el significado de lo que podríamos llamar “perversidad”, o al menos inquietante ambigüedad, de algunos de ellos. 
Este aspecto es particularmente intenso en los personajes de Anne, la mayor de los dos hijos de Grace, y la señora Mills, la criada, y se manifiesta bajo la forma de una oposición cada vez más tenaz respecto a la autoridad de la protagonista.
Así, Anne cuestiona la estricta fe religiosa de su madre con una obstinada voluntad de desafío, acaso porque es capaz de percibir lo que nadie más que ella advierte, y de mantener con esa presencia una perturbadora familiaridad que en ocasiones desemboca en sádica complacencia en asustar a su hermano Nicholas; por último, la niña recuerda ante el espectador algún pasajero episodio de locura agresiva de su madre, el cual se revelará más adelante como un signo de la verdad estremecedora que tras ella se oculta.
Por su parte, la señora Mills, con actitud a veces conciliadora y las más desafiante, intenta hacer consciente a Grace de la inevitabilidad de un cambio (que no concreta, pero que siempre adquiere resonancias siniestras) en el "status quo" de la casa. 
De este modo, lo que en el primer tramo de la película aparece como indicio de la turbiedad de ambos personajes, una especie de complicidad con lo maligno y ominoso (que el espectador capta gracias a una serie de planos alarmantes de sus rostros o sus manos, hábilmente dosificados por Amenábar), acaba finalmente por revelarse como un comportamiento lúcido, que por contraste declara la falsa naturaleza de toda la existencia de la protagonista. 
Que la resistencia contra las mentiras, represiones y flaquezas que encarna Grace esté encarnada en una niña y en una criada ya casi anciana, es decir, en dos personajes que por distintos motivos se hallan en los márgenes de la estructura social, no puede sino orientarnos hacia ese conjunto de significados que muchos estudiosos han identificado como una de las esencias del relato fantástico: 
El radical cuestionamiento de las coordenadas culturales, sociales, morales y hasta filosóficas sobre las que se asienta nuestra concepción del mundo.
Resulta llamativa esta localización, claramente excepcional, dado que Jersey, la más extensa de las islas anglonormandas, fue uno de los pocos territorios de Inglaterra que llegaron a ocupar los nazis. 
A esta circunstancia se hace referencia explícita en la película, lo cual permite suponer que no carece totalmente de interés para el guionista. 
Cabe pensar que la irrupción de las tropas de ocupación en la isla y en la mansión constituye una ruptura brutal de la normalidad, y que el rigorismo religioso y el evidente clasismo de la protagonista no son más que la expresión de su resistencia a admitir que los restos de la sociedad victoriana, en cuyos valores creía, no existen ya. 
Por otra parte, la guerra es también la causa de la ausencia del marido de Grace, a quien ella reprocha amargamente el abandono de sus deberes familiares, con actitud sobre la que el espectador puede realizar todo tipo de especulaciones: 
¿el marido se vio obligado a alistarse?
Ella afirma que no, o bien...
¿Huyó de una esposa insoportable?
¿La mujer mostraba ya antes del abandono signos de desequilibrio?
¿O fue la falta del marido?
Parece haber en la película algunos signos de que ello causa en Grace una profunda insatisfacción afectiva y hasta sexual la que originó su trastorno.
¿Quien sabe? 
En la rebeldía de Anne frente a Grace podemos vislumbrar cierto fondo edípico:
La niña responsabiliza de la ausencia del padre a su madre, contra la cual proyecta su resentimiento y su deseo de convertirse en mujer. 
No es difícil percibir esta rivalidad encubierta en una de las más inquietantes secuencias de la película: aquella en que la niña baila con su traje de primera comunión, como si fuera una novia precoz, para descubrir a continuación una señal más de “los otros”.
Quisiera acabar este análisis con algunas consideraciones relativas al desenlace de la película, la revelación incontrovertible de la identidad de “los otros” significa que el extraño territorio que presentíamos a lo largo del relato no desaparecerá, sino antes al contrario, ya que a partir de ese momento van a seguir viviendo en él no sólo los personajes marginales de la historia (los criados, acaso también el padre), sino los protagonistas, es decir, Grace y sus hijos. 
Resulta así que el desenlace confronta a los personajes, y particularmente a Grace, con la más terrible y desoladora de las experiencias.
No sólo la irreversible pérdida de la identidad y la realidad, sino sobre todo el recuerdo atormentador de lo que fue y ya no es, el acoso del sentimiento de culpa, y la condena a seguir “viviendo” en un mundo tan terrible que ni los personajes ni los espectadores tenemos palabras para nombrarlo. 
Si pudiéramos privar al concepto de sus inevitables connotaciones teológicas, cosa que tal vez no debiéramos hacer, a tono con la rigurosa mentalidad de Grace, tendríamos que reconocer que a esos personajes sólo les queda habitar en el más siniestro, en el más gélido de los infiernos.

" Tarde o temprano ellos te encontrarán".



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